El apestado
El ¡®impeachment¡¯ a Trump parece el ¨²nico camino para restaurar el orden democr¨¢tico y el Estado de derecho
El ¨²nico pecado para Donald Trump es la derrota. Perdedor es el peor insulto de su corto repertorio. De ah¨ª su incapacidad para aceptar el resultado, traducida en ataques de ira y en nuevas y apenas veladas amenazas de violencia.
Ahora es un apestado. ...
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El ¨²nico pecado para Donald Trump es la derrota. Perdedor es el peor insulto de su corto repertorio. De ah¨ª su incapacidad para aceptar el resultado, traducida en ataques de ira y en nuevas y apenas veladas amenazas de violencia.
Ahora es un apestado. La c¨²pula militar condena el violento asalto al Capitolio y llama al respeto de la Constituci¨®n. Las redes sociales que le elevaron, ahora le expulsan. Le retiran el apoyo financiero las grandes empresas. Los medios de comunicaci¨®n amigos reconocen la victoria de Biden. Las asociaciones de golfistas consideran perniciosa su compa?¨ªa. Nueva York, donde naci¨® e inici¨® sus negocios, corta sus relaciones con el magnate. Bruselas da con la puerta en las narices de Mike Pompeo, su secretario de Estado y ¨²ltimo sirviente fiel, a quien no quieren recibir las autoridades europeas. Y lo m¨¢s importante, la ¨¦lite republicana, desde los veteranos hasta los actuales l¨ªderes, pasando por quienes han sido destacados miembros de su Gobierno, solo piensan en salvar los muebles y est¨¢n dispuestos a echarle de sus filas.
El Partido Republicano ya ha pagado muy caro el liderazgo del presidente insurrecto: se ha quedado sin la Casa Blanca, la C¨¢mara, el Senado y cualquier atisbo de prestigio. Y lo que ha ganado, fundamentalmente los nombramientos de jueces conservadores hasta alcanzar una mayor¨ªa intratable de seis a tres en el Supremo, puede moderarse como fruto de la divisi¨®n en las filas republicanas y, sobre todo, del rechazo de los magistrados al envite insurreccional del trumpismo.
Esta ser¨¢ una factura pesada y larga. Tras la derrota, la secesi¨®n interna amenaza al partido. Ah¨ª est¨¢n los 138 congresistas y senadores republicanos que votaron contra la certificaci¨®n de la victoria de Joe Biden, sin importarles la coacci¨®n de los asaltantes. Es el n¨²cleo parlamentario de la futura secta del culto trumpista. Y ah¨ª est¨¢n tambi¨¦n los todav¨ªa escasos republicanos dispuestos a apoyar la destituci¨®n presidencial o impeachment, como esbozo de un republicanismo renovado, purgado de trumpistas y preparado para atraer a los votantes centristas. Destaca entre los partidarios de la destituci¨®n el enorme peso de un apellido de gran solera conservadora, el de Liz Cheney, hija del exvicepresidente de George W. Bush.
El impeachment parece el ¨²nico camino para restaurar el orden democr¨¢tico y el Estado de derecho, aunque hay juristas que han mostrado su escepticismo sobre su constitucionalidad si la condena se produce cuando Trump ya no sea presidente. Servir¨ªa en todo caso para inhabilitarle de por vida y evitar que se presente de nuevo. Dejar sin castigo el comportamiento sedicioso del presidente no sirve para curar ninguna herida. Quienes esgrimen el argumento contrario no parece que piensen tanto en la reconciliaci¨®n como en el reparto del bot¨ªn, esos 74 millones que votaron al candidato republicano. No es una cuesti¨®n moral, como aparenta, sino estrictamente de poder. Trump lo ha perdido, incluso dentro del republicanismo, y ahora se trata de ver qui¨¦n recoge los despojos.