Lo que se espera del invierno
Si no distinguimos la enorme importancia de las cosas sin importancia, podemos caer en el error de analizar la realidad desde una visi¨®n de sat¨¦lite, de dron, de absoluta indiferencia por el detalle, cegados por la magnitud del caos
Encontr¨¦ una viejecita que tras la gran nevada en Madrid solo mostraba una preocupaci¨®n: que los p¨¢jaros tuvieran algo de comer. Cubierta la ciudad, era imposible para ellos encontrar con qu¨¦ alimentarse, as¨ª que la buena mujer limpiaba peque?as superficies y dejaba all¨ª algunas migas y cereales. Supongo que los p¨¢jaros se lo agradecer¨¢n con esa manera suya, tan libre y poco ceremoniosa. Lo interesante es percibir que, bajo la fuerza de un acontecimiento que lo ocupa todo, se multiplican miles de m¨ªnimas historias que quedan sin contar. Algo as¨ª nos sucede desde un a?o atr¨¢s, en el que hemos experimentado una rara sensaci¨®n. Parece que el d¨ªa solo da para una noticia, que lo devora todo, lo ocupa todo, deja mudo el resto. A lo mejor tiene que ver con la nueva regla monopol¨ªstica que ha impuesto el mercado en la Red, donde una marca ganadora se queda con todo el mercado. Puede que pase lo mismo con las noticias, que salta una y devora a las dem¨¢s. Como si no fu¨¦ramos capaces de entender las distintas magnitudes y tuvi¨¦ramos que asumir que nuestra limitaci¨®n mental solo nos da para una preocupaci¨®n al d¨ªa. Te levantas por la ma?ana y dices: ¡°Ah, vale, hoy me toca sufrir por esto¡±. Y todo lo dem¨¢s queda aparcado hasta nueva orden.
Sin embargo, lo esencial est¨¢ oculto bajo la nieve o bajo el titular o, por decirlo de otra manera, fuera de los cuatro carriles de la autopista. Va en otras direcciones, es singular, curioso, ¨²nico. Este es el error de bulto que hemos cometido al tratar la pandemia. Llevamos casi un a?o en el mismo sitio, sin acabar de comprender, porque la riada de datos lo oculta todo. La frustraci¨®n y el hast¨ªo nacen de generar constantemente expectativas de final, de triunfo, de momento hist¨®rico, y luego resulta que, tercamente, la realidad sigue en el mismo sitio. Lo cual no es cierto, pues se logran avances, pero ninguno responde a ese c¨¢lculo del espect¨¢culo por el cual cada ma?ana tiene que acontecer un hito que lo cambia todo. La fatalidad tiene su constancia, como la alegr¨ªa, y viajan por debajo del radar esperando la ocasi¨®n. A lo largo de los ¨²ltimos meses hemos mantenido una cifra de muertes diarias por causa del coronavirus que rondaba los cien casos. Pese a ello, no alcanz¨¢bamos a distinguirlos, a encontrar su nombre, su peripecia, su arraigo y su historia. Permanec¨ªan alojados, d¨ªa a d¨ªa, en el contenedor de las historias diminutas que no deja ver la gran historia.
Y ah¨ª estaba el problema, porque ni las medidas ni las imprudencias les ten¨ªan en cuenta. Eran los p¨¢jaros tras la nevada, escondidos, invisibles, ignorados por su poca relevancia. No nos enga?emos; si no recuperamos las ganas de contar las historias de las personas, caminamos hacia un mundo bastante irresponsable y cruel. Si no distinguimos la enorme importancia de las cosas sin importancia, podemos caer en el error de analizar la realidad desde una visi¨®n de sat¨¦lite, de dron, de absoluta indiferencia por el detalle, cegados por la magnitud del caos. El orden consiste en ser meticuloso, en encontrar la pizca de verdad entre el rotundo espect¨¢culo de la indiferencia. Estamos contando mal la pandemia, porque infundimos un miedo abstracto y gen¨¦rico, en lugar de encontrar el grado de normalidad para que nos vayamos acostumbrando a convivir con ello. Al fin y al cabo, la nevada, pese a su exageraci¨®n, se correspond¨ªa exactamente con lo que puedes esperar de un invierno.
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