S¨¢lvese quien pueda
Es tan abusivo colocarse el primero cuando deber¨ªas estar trabajando para velar por la salud de aquellos que confiaron en ti para mejorar sus vidas, que es inevitable sentir una verg¨¹enza delegada
Honestamente, este ¨²ltimo giro ca?¨ª de las vacunas de estraperlo no me lo esperaba. Me daba por satisfecha con la nota de color que el m¨¢ster de Cifuentes le daba a una semana funesta. Sea como sea, es asombrosa la manera en que los esc¨¢ndalos colean en Espa?a. Dos a?os despu¨¦s de una mentira que de haber sido reconocida por su perpetradora habr¨ªa pasado ya al olvido, seguimos escuchando sus pobres justificaciones. De hecho, ya podr¨ªamos nosotros sacarnos un m¨¢ster en el caso Cifuentes. Trump convirti¨® a EE UU en el para¨ªso de la posverdad, pero yo recuerdo un tiempo en que sus ciudadanos se jactaban de ir con ella, la verdad, por delante. A mis 29 a?os, estos o¨ªdos m¨ªos escucharon en la Universidad de Virginia que los estudiantes que iniciaban all¨ª su carrera hac¨ªan una promesa de no copiar. Como joven espa?ola, lanzada al mundo en la marruller¨ªa de los ochenta, no daba cr¨¦dito, porque quien m¨¢s quien menos hab¨ªa flirteado con el submundo de la chuleta, de esa divina chuleta, tan primorosa, que acababa por fijar la lecci¨®n en la memoria de estudiantes tramposos. Pero pasan los a?os, te abres al mundo, aprendes a valorar la honestidad en los dem¨¢s, la exiges en ti, y a pesar de la tendencia end¨¦mica de nuestro pa¨ªs a la corrupci¨®n, comprendes que la verdad produce sosiego y que de la mentira se sale m¨¢s airosamente rindi¨¦ndose a la evidencia y confesando los hechos de una pu?etera vez, como hacen los pol¨ªticos alemanes cuando los pillan en un renuncio. Porque en cualquier pa¨ªs se miente, no es patrimonio espa?ol, pero de la picaresca heredamos este sostener la mentira y no enmendarla.
Pensaba yo que con este episodio que arrojaba la marea del mundo prepand¨¦mico cumpl¨ªamos esta semana con esa secci¨®n de corruptelas, m¨¢s o menos sonrojantes, de la que la actualidad espa?ola no puede desprenderse. Pero, de pronto, entre palabras de sanitarios alarmados, que nos avisan con prudencia, pero insisten en que sus fuerzas est¨¢n al l¨ªmite, entre las im¨¢genes de plantas saturadas, de enfermos que han de esperar sentados para descansar en una cama, de un n¨²mero creciente de muertes que parece que hemos naturalizado como si fuera una consecuencia irremediable que debi¨¦ramos asumir sin pedir cuentas ni rendirlas; inmersos como estamos en una realidad que nos aboca al pesimismo colectivo por nuevas cepas de un virus que amenaza con transformarse en m¨¢s letal; descorazonados desde el principio de esta pesadilla por c¨®mo se puede llegar a politizar la muerte y la salud, as¨ª, tal y como estamos ahora, vamos enter¨¢ndonos, at¨®nitos, de que hay representantes p¨²blicos, alcaldes, consejeros de Sanidad, responsables hospitalarios y puede que tambi¨¦n miembros de una c¨²pula que se supone ha jurado dar la vida por Espa?a, que se adelantan a los vulnerables, a los inocentes, a los trabajadores esenciales, a los viejos y a sus cuidadores, a tantos sanitarios que a¨²n no han recibido su dosis de protecci¨®n, y aprovech¨¢ndose de su situaci¨®n de privilegio son los primeros en abandonar este barco en el que los dem¨¢s nos quedamos, esperando nuestro turno para ser rescatados.
Es infame. Es infame racanear la dimisi¨®n. Infame asegurar que te han obligado tus asesores, que si por ti fuera ni te vacunar¨ªas. Denota un nulo conocimiento de lo que exige el servicio p¨²blico; es tan inaceptable robar una dosis a otro que la necesita m¨¢s que t¨², tan abusivo colocarse el primero cuando deber¨ªas estar trabajando para velar por la salud de aquellos que confiaron en ti para mejorar sus vidas, que es inevitable sentir una verg¨¹enza delegada. Hay algo que delata una profunda falta de cultura, no de la que se adquiere con dudosos m¨¢steres para engordar el dichoso curr¨ªculum, ni de esa falsa respetabilidad que concede que se dirijan a alguien por el cargo, consejero, alcaldesa, diputado, una deferencia excesiva que chirr¨ªa porque engorda la vanidad de muchos que no se merecen ser considerados servidores p¨²blicos.
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