La ciudad no existe¡ y el pueblo tampoco
Despu¨¦s de despreciar y vaciar la Espa?a rural ahora nos imaginamos que all¨ª reside la utop¨ªa
Era agosto. Yo estaba mirando el mar desde una esquina del pueblo de Fornells, en Menorca. Hablaba por tel¨¦fono con una amiga, la escritora Lara Moreno, sobre la mejor manera de convivir en Madrid con la pandemia. En alg¨²n momento ella dijo: ¡°No lo pienses, no hay lugar donde volver. Madrid ahora no existe¡±. Aquella sentencia me tumb¨®. Por fortuna, Lara es capaz de nombrar el desarraigo al tiempo que sientes su abrazo, como en sus poemas. Lean Tempestad en v¨ªspera de viernes (Lumen) si precisan ese consuelo. Pero a m¨ª la iluminaci¨®n po¨¦tica me ciega, as¨ª que nada m¨¢s llegar a Madrid, cargu¨¦ el coche con mi familia dentro y nos mudamos a un pueblo de 300 habitantes. No soport¨¦ la verdad, simplemente hui. Lo que he aprendido casi seis meses despu¨¦s es que lo rural tampoco existe en Espa?a.
Que la ciudad se ha quedado desnuda ante la pandemia es algo que hemos visto todos. Y no solo en Madrid. El esqueleto fracturado y l¨²gubre de las urbes nos ha demostrado que las ciudades se quedan cortas a la hora de construir comunidad. En la vida urbana, la sociedad se articula casi exclusivamente a trav¨¦s de la asociaci¨®n de intereses y de este modo es capaz de producir un mont¨®n de cosas buenas: educaci¨®n, trabajo, cultura, ocio, gastronom¨ªa, m¨²sica, sexo, drogas¡ Una ciudad es un maravilloso mercado de bienes de consumo capaz de generar cantidades ingentes de riqueza, goce y bienestar. Sin embargo, nuestras ciudades no son capaces de producir integraci¨®n social igual que no son capaces de garantizar que cada uno cumpla con sus obligaciones adem¨¢s de con sus derechos. Esto ¨²ltimo nos est¨¢ costando muchas vidas con la covid.
Al otro lado aparece la promesa de lo rural, el pueblo, la naturaleza y el olor a roble. Desde las ventanas de millones de pisos de ciudades espa?olas se sue?a hoy con una chimenea y una manta como utop¨ªa de la vida moderna. Una habitaci¨®n con conexi¨®n wifi desde la que se pueda ver un bosque, recoger piedras en la orilla de un r¨ªo, mirar a los ojos de un animal o ver a los ni?os jugar solos en la plaza: esa es la utop¨ªa que nos deja la pandemia. Qu¨¦ curioso. Despu¨¦s de despreciar y vaciar la Espa?a rural ahora nos imaginamos que all¨ª reside la utop¨ªa. Ser¨ªa realmente sorprendente que gracias al maltrato y aislamiento sistem¨¢tico de un territorio surja la comunidad ideal.
La pandemia ha hecho desaparecer muchas ciudades en nuestro pa¨ªs, pero el campo lo hemos borrado nosotros poco a poco y sin que ning¨²n Gobierno le prestara atenci¨®n. Y en este momento la Espa?a rural corre el peligro de convertirse en los restos del naufragio de las ciudades. Est¨¢ llegando mucha gente al campo para estar sola y libre de contagios, exiliados de la ciudad, como nosotros. Porque la respuesta que se ha dado sobre el sentido del campo es el de refugio de la ciudad y de la propia soledad. Y esa es la raz¨®n por la que cada vez somos m¨¢s los que llegamos al campo huyendo de algo y no en busca de ninguna cosa. Sin nada que hacer aqu¨ª, salvo engancharnos a la wifi para teletrabajar.
El exilio urbanita no va a frenar la despoblaci¨®n y mucho menos va a construir por s¨ª solo un proyecto rural s¨®lido y sostenible. Lamentablemente, el nuestro es uno de los pocos pa¨ªses europeos que no tienen una ley de cohesi¨®n territorial, tal y como explicaba Francesc Boya, secretario general de Reto Demogr¨¢fico, en este peri¨®dico. Y al mismo tiempo tenemos a 41 millones de personas viviendo en el 30% del territorio y a seis millones en el 70% restante. A las zonas rurales les faltan recursos (empezando por la conexi¨®n a Internet), les faltan mujeres (tienen un 76% m¨¢s de hombres), j¨®venes (la poblaci¨®n no deja de envejecer), ni?os (nada es m¨¢s apreciado en un pueblo) y, por encima de todo, les falta una pol¨ªtica a largo plazo.
Pero no se preocupen. Porque Pedro S¨¢nchez se ha comprometido a invertir 2.500 millones de fondos europeos en esta Espa?a vaciada. La intenci¨®n es buena y la direcci¨®n tambi¨¦n, lo ¨²nico malo es que no s¨¦ qui¨¦n va a organizarse para solicitar, invertir y organizar todo ese dinero. ?Los abuelos de la Espa?a vaciada? Me temo que quien de verdad lo necesita no sabe siquiera c¨®mo solicitarlo. Es necesario agrupar ayuntamientos, aunar voluntades, crear comunidad¡ Todo eso que se destruy¨® y que los fondos europeos no reconstruir¨¢n espont¨¢neamente. Por lo dem¨¢s, los expertos coinciden en que el reto demogr¨¢fico debe perdurar m¨¢s all¨¢ de gobiernos y cuestiones ideol¨®gicas. As¨ª que no se preocupen, esto es Espa?a. ?Estamos salvados!
El pueblo donde vivo ahora se llama Hoyos del Espino. Cuando llegamos me sorprendi¨® encontrarme con la Asociaci¨®n M¨²sico Cultural En Clave de Gredos. Un milagro por el que cinco m¨²sicos profesionales dan clase de m¨²sica a casi 300 alumnos diseminados por distintos municipios del valle. La farmac¨¦utica de mi pueblo toca el chelo, la amiga de mi hija mayor la viola y la camarera de un refugio cercano, la bater¨ªa. El d¨ªa que llegamos una profesora se present¨® en nuestra casa para contarnos el proyecto y a la semana siguiente mis hijas daban clase de viol¨ªn por una cuota de 30 euros mensuales cada una. La Diputaci¨®n de ?vila, la Junta de Castilla y Le¨®n y los ayuntamientos colaboran con esta asociaci¨®n milagrosa, pero todos los profesores est¨¢n ahora mismo en paro y el proyecto, que suma ya cinco a?os, en peligro cierto de extinci¨®n. La pandemia, ya se sabe. Al otro lado est¨¢n los fondos europeos, las promesas, las posibilidades, el olor a roble, la fantas¨ªa de la manta y la chimenea. Nuestro pa¨ªs tiene un problema territorial estructural. Y no, no es ese por el que ha dimitido el ministro de Sanidad en lo m¨¢s crudo de la tercera ola.
Nuria Labari es periodista y escritora.
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