El em¨¦rito y las vidas paralelas
Cabe preguntarse cu¨¢ndo Juan Carlos de Borb¨®n tom¨® el rumbo equivocado o si, en realidad, nunca viaj¨® en el mismo tren que los ciudadanos espa?oles, y la complicidad no fue m¨¢s que un enga?o

Tantas y tan llamativas desgracias nos han destrozado la vida cotidiana en 2020 que por momentos se nos olvidan algunas de ellas, ben¨¦fico mecanismo psicol¨®gico que nos permite respirar un d¨ªa s¨ª y al otro tambi¨¦n. Podr¨ªa aplastarnos la acumulaci¨®n de muerte y sufrimiento, pero nuestra mente, proclive a defendernos, acostumbra a colocar nuestras cavilaciones en su lugar correspondiente, el caj¨®n de las desgracias, por ejemplo, pero siempre de una en una. As¨ª que si pensamos en covid, dejamos en un segundo plano la huida del em¨¦rito a Abu Dabi. Y viceversa.
Pero cualquier noticia que nos llega de su vida en aquella burbuja de lujo, protegida y sostenida por el dinero de todos los espa?oles, vuelve a traernos la pena y, por qu¨¦ no, el enfado, que no es f¨¢cil permanecer fr¨ªo y racional ante semejante episodio, tan duro, tan doloroso y tan insultante para millones de espa?oles. Somos precisamente los ciudadanos pr¨®ximos en edad al em¨¦rito, abrimos los m¨¢rgenes hasta la diferencia de una d¨¦cada, quienes sobre sufrir en nuestras ya d¨¦biles carnes los embates de la maldita plaga, nos sentimos m¨¢s abandonados y traicionados por aquella fuga, tan poco bizarra. Hemos pasado toda nuestra existencia en un nebuloso paralelismo de vida, en mundos bien distintos, es verdad, pero sinti¨¦ndonos ¡ªquiz¨¢ de forma rid¨ªcula¡ª parte integrante de un et¨¦reo universo que nos inclu¨ªa a todos, a ¨¦l y a nosotros, republicanos de cabeza y coraz¨®n como somos, en el devenir de la historia.
Hemos vivido a su lado una versi¨®n castiza de Downton Abbey, el se?or paseando por los regios salones mientras nosotros, simples seres mortales, culebre¨¢bamos por los bajos y las cocinas del castillo. ?l con su vida, nosotros con la nuestra, ¨¦l con sus preocupaciones de altos vuelos, nosotros con nuestros problemas de vuelo gallin¨¢ceo. Pero ambos, miren qu¨¦ tonter¨ªa, sinti¨¦ndonos atrapados en esa imperceptible tela de ara?a que acerca al amo y su esclavo, al rico patrono y al pobre pe¨®n. Un destino com¨²n, un paseo por distintos paisajes pero en la misma dimensi¨®n.
?Vemos los a?os del oprobio franquista? Mientras los s¨²bditos pas¨¢bamos como pod¨ªamos aquellos tiempos denigrantes, buscando salidas a la feroz represi¨®n y casposa opresi¨®n, el joven Borb¨®n, tan denostado por una parte del r¨¦gimen como por la oposici¨®n, sobreviv¨ªa en su burbuja de oro. Claro que aguantar los cari?os del abuelito Francisco Franco y la abuelita Carmen Polo deb¨ªa tener lo suyo para el joven rubio y espigado, muros carcelarios por mucho tapiz que los decorara. Adolescencia patrullada por los c¨®digos del Opus, todo un jolgorio, al que se sumaba el pap¨¢ desde Estoril vigilando con atenci¨®n c¨®mo iba su principal puja, todo el futuro de la hist¨®rica y achacosa familia apostado a una sola y arriesgada carta.
Llegamos de un salto a la Transici¨®n tras sobrevolar aquellos funerales del horror de noviembre de 1975, proclamaciones estent¨®reas y aplausos, muchos aplausos de los gerifaltes franquistas, que ya en su momento decidimos olvidar bajo siete llaves y mirar hacia otro lado como si el nuevo rey, tan moderno, hubiera nacido por generaci¨®n espont¨¢nea en medio de una bell¨ªsima fuente, arropado por luces de colores y avecillas cantoras. ?Heredero designado por Franco, el de los fusilamientos? Quia. Glorioso advenimiento nacido de un brillante polvo celestial.
Ya instalados en la Transici¨®n, comenzamos a conocer los desparpajos del borboneo, por aqu¨ª toreamos a unos y por all¨¢, a otros. ?C¨®mo nos iba a molestar el florido movimiento de abanico que presagiaba libertades cuando ven¨ªamos de soportar, cara en tierra comiendo barro, a los francos y los carreros? Conoc¨ªamos tan poco de la democracia que nos parec¨ªa natural en aquellos a?os setenta que el joven monarca pidiera abundante combustible, d¨®lares y d¨®lares, al sah de Persia, ah¨ª es nada el personaje, o a la monarqu¨ªa saud¨ª, todo un sistema solar en s¨ª mismo, para apuntalar la UCD de Adolfo Su¨¢rez que como primera derivada ten¨ªa la de sostener a la joven monarqu¨ªa.
Muchas de esas almas paralelas militaban entonces en la izquierda m¨¢s ortodoxa, venga la bandera, venga Juan Carlos y lo que haga falta, que lo m¨¢s importante es que llegue la democracia. S¨ª, cierto, te arreaban palos en la espalda con sus grises o azules uniformes, te met¨ªan en la c¨¢rcel cuando les daba la gana, pero ning¨²n sacrificio lograr¨ªa empa?ar que pronto, muy pronto, los espa?oles podr¨ªan votar y llegar¨ªa, por fin, la tan ansiada democracia. Y ¨¦l nos acompa?aba. Desde su nube.
Alcanzaban nuestra generaci¨®n y el em¨¦rito la cuarentena casi al mismo tiempo, y ya hechos y derechos asistimos al espect¨¢culo bochornoso, estrafalario y grotesco del 23-F, desde el bigote charro y el tricornio charolado, se sienten co?o, hasta la vergonzante huida de los bizarros guardias civiles por las ventanas del Congreso, cual rateros pillados en el interior del supermercado tras el robo frustrado. Comienzo dubitativo el de aquella sesi¨®n, pero final glorioso para el monarca, util¨ªsimo blindaje para el futuro.
Al poco, los socialistas apean de La Moncloa la herencia de Su¨¢rez, abrillantan la imagen de su majestad, todav¨ªa nuestro, y todos dormimos ese 28 de octubre de 1982 como un ni?o ante la llegada de Pap¨¢ Noel, viv¨ªsima la esperanza porque a la ma?ana siguiente van a manar por las estepas castellanas, las playas andaluzas y los bosques norte?os los r¨ªos de leche y miel que sepultar¨¢n, de una vez por todas, los restos tan dif¨ªciles de arrancar de aquel franquismo, todav¨ªa incrustados en los resquicios del sistema.
Frenemos aqu¨ª la vida en ese et¨¦reo paralelo, porque ocurri¨® a partir de entonces que en alguna oculta trocha el em¨¦rito cambi¨® de dimensi¨®n, dej¨® el edificio com¨²n y quiz¨¢ en un movimiento solo entendible desde la f¨ªsica cu¨¢ntica, sigui¨® conviviendo con nosotros, los mismos seres humanos de siempre, pero al tiempo ubicado en otra fant¨¢stica dimensi¨®n donde habitaban hadas o brujas centroeuropeas, visitantes habituales de bancos suizos, alternando con safaris de lujo en las selvas de Botsuana donde ca¨ªan abatidos pesados elefantes.
?En qu¨¦ cruce de caminos tom¨® el rumbo equivocado? ?Cu¨¢ndo y c¨®mo se produjo ese salto prodigioso? ?O es que acaso todo viene de lejos, que el hoy em¨¦rito nunca viaj¨® en el mismo tren simb¨®lico que nosotros, que fue siempre un ser distinto, y la complicidad solo era un siniestro trampantojo? ?Fuimos tan c¨¢ndidos, o ciegos y sordos, que nunca quisimos entender la realidad de la fiebre del oro?
Para las agitadas relaciones paterno-filiales, alguna ense?anza del recientemente fallecido John le Carr¨¦, nacido David Cornwell, que de esas complicaciones sab¨ªa mucho: ¡°Todo el mundo tiene padres (¡) Todo el mundo se bate en conflictos personales que ha heredado por nacimiento y por las circunstancias¡±.
O sea, que cada hijo se saque a su peculiar padre como pueda.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.