?Qui¨¦n puede debatir con Monasterio?
Son muy astutos en provocarnos, en que quienes los vemos y los escuchamos acabemos tambi¨¦n salpicados de su mierda
A nuestras puertas irrumpe una nueva forma de hacer pol¨ªtica, para la cual no es necesario ser m¨ªnimamente culto, ni respetar las reglas del juego limpio, ni ser educado. Muy al contrario, cuando estos nuevos pol¨ªticos echan pestes de las ¨¦lites, no se refieren a la ¨¦lite econ¨®mica (a la que ellos pertenecen) sino a las personas cultivadas, a las que respetan las reglas, a las que son educadas....
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A nuestras puertas irrumpe una nueva forma de hacer pol¨ªtica, para la cual no es necesario ser m¨ªnimamente culto, ni respetar las reglas del juego limpio, ni ser educado. Muy al contrario, cuando estos nuevos pol¨ªticos echan pestes de las ¨¦lites, no se refieren a la ¨¦lite econ¨®mica (a la que ellos pertenecen) sino a las personas cultivadas, a las que respetan las reglas, a las que son educadas. Su discurso anti ¨¦lites es viejo, se remonta a los a?os treinta, responde a esa antigua ret¨®rica fascista que se dirige al pueblo llano, un discurso que se ha visto renovado en este siglo en Estados Unidos, en Hungr¨ªa, en Polonia, en los populismos italianos. Por eso err¨® tanto el tiro Podemos, en los primeros tiempos, cuando arremeti¨® en bloque contra las castas, entre las que inclu¨ªa a una clase media a la que las sacudidas econ¨®micas han obligado a amparar a sus mayores y a los hijos, ya maltratados por dos crisis. Ahora, cuando ellos mismos, aquellos nuevos pol¨ªticos, han mejorado su nivel econ¨®mico, estoy convencida de que habr¨¢n aprendido una gran lecci¨®n en sus propias carnes: para defender la igualdad social no hace falta ser pobre. De hecho, el cambio cultural m¨¢s notable de los a?os veinte del pasado siglo en Espa?a fue el ins¨®lito compromiso de la burgues¨ªa para sacar al pa¨ªs de su miseria y de su ostracismo cultural. Obligar a los ciudadanos a defender una ideolog¨ªa por el dinero que se tiene en el banco es una estupidez, si es este un dinero ganado honradamente.
En esta nueva fase de nuestra bronca vida pol¨ªtica, son muchos los que han allanado el terreno a las estrellas de la extrema derecha, excusando sus desmanes o silenci¨¢ndolos. Era dif¨ªcil eludir las triqui?uelas ilegales de Roc¨ªo Monasterio para firmar proyectos de arquitectura sin tener el t¨ªtulo reglamentario, pero de tanto ignorar esta irregularidad ha acabado desapareciendo del debate; de la misma manera que de tanto machacar con la casa de Pablo Iglesias e Irene Montero se ha legitimado ese argumento en cualquier foro. No importa que uno se pague las cosas con su dinero, la cuesti¨®n es que, amigo, el chaletazo, como as¨ª lo denomin¨® Ayuso en el primer y ¨²nico debate al que asisti¨®, no te corresponde. Ese es el estilo. Ataques personales, provocaciones que acaban abroncando a todos los asistentes. Es inevitable no verse ensuciado cuando se comparte mesa con alguien que desprecia, insulta, no calla, miente con descaro. Por supuesto, numerosos opinadores pol¨ªticos han se?alado a Pablo Iglesias como el culpable de que el debate, el que abandon¨® y los que quedaban, se haya frustrado. Nadie culpa en cambio a D¨ªaz Ayuso de dejar la silla vac¨ªa. Y de las groser¨ªas de Monasterio muchos disfrutan en silencio, porque se encarg¨® de expulsar al demonio del cuarto (algunos viejos socialistas llaman a ese demonio ¡°anomal¨ªa democr¨¢tica¡±). El Partido Popular celebr¨® el abandono de Iglesias en un tuit que luego borr¨®. Los tuits que se borran son los que m¨¢s valor tienen, porque exhiben lo que de verdad se piensa.
Muchos han pavimentado el discurso de Monasterio. Dice Adama Dieng, asesor de la ONU para la prevenci¨®n del genocidio, que los cr¨ªmenes de odio est¨¢n precedidos por discursos de odio. Esto es lo que ha venido estudiando la Fundaci¨®n por Causa, advirtiendo desde hace a?os de que Espa?a no estaba libre de la legitimaci¨®n de una ideolog¨ªa xen¨®foba. Isabel D¨ªaz Ayuso dice no estar de acuerdo con los carteles racistas referidos a los chavales no acompa?ados (desterremos menas, es ya un insulto), pero advierte de que comparte con ese partido otras muchas cosas. ?Y qu¨¦ cosas se pueden compartir con un partido racista? La cuesti¨®n en este asunto es si merece la pena debatir con quien siembra el odio. Mi opini¨®n es que no hay conversaci¨®n posible: son muy astutos en provocarnos, en que quienes los vemos y los escuchamos acabemos tambi¨¦n salpicados de su mierda.