Extrav¨ªos
Pienso en mi propio yo y me hago cargo de lo que significar¨ªa no regresar tras uno de mis extrav¨ªos mentales.
Se dio la extra?a circunstancia de que el mismo d¨ªa que salt¨® la noticia del submarino perdido en Indonesia, con 53 tripulantes a bordo, yo me encontraba en una residencia de ancianos, visitando a un amigo que hab¨ªa desaparecido dentro s¨ª mismo y a cuyo yo d¨¢bamos tambi¨¦n por perdido. Ah¨ª estaba su cuerpo, como un oc¨¦ano de profundidades inalcanzables. Cuando naufraga un submarino, las autoridades permanecen atentas a la superficie del mar, por si surgiera al exterior de s¨²bito una colchoneta, una silla, un ¨²til de cocina que sirviera para identificar el lugar del siniestro. As¨ª yo observaba los ojos del anciano por si apareciera flotando en ellos rastro alguno de lo que fue, pero se encontraban vac¨ªos. Miraban sin ver.
Me produjo v¨¦rtigo comprobar las profundidades abisales de las que estamos constituidos y por las que, no sin precauciones, navegamos en las exploraciones ps¨ªquicas a las que algunos nos sometemos. La conciencia es lo m¨¢s parecido a una de esas fosas marinas a las que es preciso descender en batiscafo. Aun as¨ª, las presiones all¨¢ abajo son de tal naturaleza que cada poco hay que ascender y someterse a procesos de despresurizaci¨®n antes de abandonar el sumergible. Hay gente que se ha perdido dentro de s¨ª y que ha vuelto, pero no cuentan mucho porque debe de tratarse de una experiencia atroz. Lo normal, creo, es que no se termine de regresar del todo.
Las autoridades indonesias hallaron finalmente el submarino a 800 metros. En el momento de escribir estas l¨ªneas, nada se sabe de la tripulaci¨®n. Nada se sabe tampoco del tripulante del cuerpo amigo al que me refer¨ª en las primeras l¨ªneas. Pienso en mi propio yo y me hago cargo de lo que significar¨ªa no regresar tras uno de mis extrav¨ªos mentales.
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