La serpiente que se muerde la cola
Los dictadores del pasado de Am¨¦rica Latina quedaron reflejados en retratos hablados que van desde ¡®Tirano Banderas¡¯ hasta ¡®Maten al le¨®n¡¯
Los dictadores que conocimos en el pasado de Am¨¦rica Latina llamaban al asombro por su desmesura y por todo lo que tuvieron de personajes de drama y de ¨®pera bufa; quedaron en retratos hablados que van desde Tirano Banderas de Valle Incl¨¢n a Maten al le¨®n, de Jorge Ibarg¨¹engoitia.
El tirano que ordena clausurar su pa¨ªs para aislarlo del mundo est¨¢ en Yo, el Supremo de Roa Bastos. El doctor Francia convierte el poder en la raz¨®n ¨²nica de su existencia, y de ¨¦l s¨®lo e...
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Los dictadores que conocimos en el pasado de Am¨¦rica Latina llamaban al asombro por su desmesura y por todo lo que tuvieron de personajes de drama y de ¨®pera bufa; quedaron en retratos hablados que van desde Tirano Banderas de Valle Incl¨¢n a Maten al le¨®n, de Jorge Ibarg¨¹engoitia.
El tirano que ordena clausurar su pa¨ªs para aislarlo del mundo est¨¢ en Yo, el Supremo de Roa Bastos. El doctor Francia convierte el poder en la raz¨®n ¨²nica de su existencia, y de ¨¦l s¨®lo es capaz de apartarlo la muerte; reencarna en el caudillo solitario, encerrado en su propio laberinto de soledad, en El oto?o del patriarca de Garc¨ªa M¨¢rquez.
Son dictaduras que la historia engendra desde la fundaci¨®n de las rep¨²blicas americanas, caudillos, intoxicados con las ideas de la ilustraci¨®n y que convierten la ideolog¨ªa liberal en pesadilla opresora. Salvadores de la patria por la fuerza, que viene a ser un sustituto eficaz de la raz¨®n.
Los ideales se vuelven pretextos para las tiran¨ªas que arrastran los harapos ideol¨®gicos del siglo XIX y pueblan la primera mitad del siglo XX. Como Estrada Cabrera, el oscuro abogado provinciano de Guatemala, el dictador de El se?or presidente de Asturias, arquetipo de los presidentes de las rep¨²blicas bananeras, tal como fueron bautizadas por O. Henry en De coles y reyes, novela escrita en su destierro de Honduras.
Presidentes para siempre que mueren en su cama, o son derrocados por golpes de Estado que se vuelven el sustituto de las urnas electorales. Y los depuestos huyen con las maletas llenas de d¨®lares en compa?¨ªa de sus amantes, cantantes de ¨®pera, o de cabaret. La historia vista como opereta, o como vodevil, seg¨²n ense?a O. Henry. Su rep¨²blica de Anchuria ser¨¢n luego todas las rep¨²blicas del Caribe. Le¨®nidas Trujillo, Fulgencio Batista, Anastasio Somoza, Marcos P¨¦rez Jim¨¦nez.
La siguiente oleada de dictadores, los que salen de sus cuarteles para asaltar el poder en uniforme de fatiga, se ampara en la doctrina de seguridad nacional de Kissinger. Son los que buscan salvar a la patria del comunismo, defensores de los valores de occidente, igual que sus antecesores, criaturas todos de los hermanos Dulles; pero ahora se trata de gorilas org¨¢nicos.
Nadie recuerda ahora a Geisel, uno de los presidentes de la larga dictadura militar brasile?a, porque no entra en el canon del mito. Eran sustituibles. No hay novelas sobre Videla, Bordaberry, Pinochet, sino m¨¢s bien sobre las consecuencias de sus reinados siniestros; para empezar, los miles de desaparecidos lanzados al mar desde aviones, o enterrados en cementerios clandestinos.
Los m¨¦todos premeditados de control y exterminio se imponen sobre la individualidad de esos tiranos. Nadie los retrata en la soledad de los palacios presidenciales. Son figuras atroces, pero no despiertan la imaginaci¨®n. Piezas maestras de una maquinaria sin nombre, que mata lista en mano.
La segunda mitad del siglo se abre con una nueva mitolog¨ªa, la de los revolucionarios triunfantes que bajan de las monta?as para redimir a los pueblos de su pasado de opresi¨®n y miseria. Pero esta mitolog¨ªa propone como nuevo sustento ideol¨®gico la implantaci¨®n de un sistema en el que se prescinde de la democracia electoral. Las dictaduras de derecha falsifican el voto, o lo desacralizan por medio del golpe de Estado. Las dictaduras de izquierda lo consideran uno de los males a ser abolidos. Democracia proletaria en lugar de democracia burguesa; en lugar de partidos corruptos, un solo partido redentor.
El siglo XX se cierra con las revoluciones armadas de Cuba y Nicaragua, de una u otra manera devenidas en tiran¨ªas sin plazo, y que, cuando agotan su discurso redentor, recurren a la represi¨®n bajo el disfraz de que el pueblo organizado se defiende a s¨ª mismo cuando castiga a palos y a balazos toda disidencia. Las opiniones contrarias al poder, se vuelven traici¨®n. El partido es el pa¨ªs.
Y en este molde de romanticismo ya mortecino, se fabrica el socialismo del siglo XXI en Venezuela. No parte del triunfo de una revoluci¨®n armada, sino del viejo golpe de Estado, al que se le da un tinte redentor, y es la demagogia la que conquista el voto popular, bajo el mismo discurso redentor. El viejo populismo que conocimos en las figuras de Getulio Vargas y Juan Domingo Per¨®n se encarna en la figura de Hugo Ch¨¢vez.
En la medida en que el aura rom¨¢ntica de los guerrilleros heroicos devenidos en caudillos se disipa, y la historia empieza a reconocerlos s¨®lo como tiranos, porque ya no se distingue entre dictaduras de izquierda o de derecha, el doctor Francia empieza a parecerse a Fidel Castro, y Ortega se convierte en el s¨ªmil de Videla. Ya est¨¢n novelados desde antes, o no son novelables.
Ch¨¢vez pasa a ser en la memoria un mago de feria ofreciendo aguas de colores, ¨¦l y su sucesor, que es su caricatura: pero m¨¢s que a su figura de ¡°comandante eterno¡±, los novelistas venezolanos son atra¨ªdos por la cauda de miseria y ruinas que deja tras de s¨ª su proyecto, un pa¨ªs devastado como tras una guerra que nunca se libr¨®, m¨¢s que contra los ciudadanos indefensos, v¨ªctimas de la demagogia.
Y la serpiente no deja de morderse la cola.
Sergio Ram¨ªrez es escritor.
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