Hojas secas
La historia y la obra de la pintora N¨²ria Quevedo, que hizo su vida en Berl¨ªn oriental tras la Guerra Civil, nos traen al presente el horror del exilio
Llov¨ªan bombas cuando ella naci¨®. Su madre, con los dolores del parto, tuvo que refugiarse en el s¨®tano del hospital. Pa?os ensangrentados por las escaleras. Gritos y miedo. Barcelona, marzo del 38: el horror. Nueve meses despu¨¦s, esa madre, con aquella ni?a en brazos, iba arrastrando los pies rumbo al exilio. De Barcelona a La Jonquera caminaba sola entre un r¨ªo humano, arroj¨¢ndose a la cuneta cuando llov¨ªa metralla del cielo. Otro horror, los mismos p¨¢jaros met¨¢licos. Al fin acabaron instalados en Berl¨ªn: una guerra distinta, el horror de siempre.
As¨ª empieza su historia.
Yo no...
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Llov¨ªan bombas cuando ella naci¨®. Su madre, con los dolores del parto, tuvo que refugiarse en el s¨®tano del hospital. Pa?os ensangrentados por las escaleras. Gritos y miedo. Barcelona, marzo del 38: el horror. Nueve meses despu¨¦s, esa madre, con aquella ni?a en brazos, iba arrastrando los pies rumbo al exilio. De Barcelona a La Jonquera caminaba sola entre un r¨ªo humano, arroj¨¢ndose a la cuneta cuando llov¨ªa metralla del cielo. Otro horror, los mismos p¨¢jaros met¨¢licos. Al fin acabaron instalados en Berl¨ªn: una guerra distinta, el horror de siempre.
As¨ª empieza su historia.
Yo no conoc¨ªa a N¨²ria Quevedo. Hasta que vi esa imagen tan fuerte, tan bella, tan oscura, tan lejana y cercana. Era s¨¢bado, y por azar, ilustrando un magn¨ªfico art¨ªculo de Erich Hackl, tropec¨¦ con ella. Era la imagen de su cuadro m¨¢s famoso: Treinta a?os de exilio. En el ¨®leo hay diez rostros hipn¨®ticos que escrutan al espectador y escarban su interior. Esas diez caras fatigadas, afligidas, con m¨¢s ayeres que ma?anas, representan a los espa?oles exiliados en la Rep¨²blica Democr¨¢tica Alemana en los a?os cincuenta. Republicanos, comunistas, anarquistas, antifranquistas. Perdedores todos que llegaron a la RDA como hojas secas arrastradas por el vendaval de la Historia. A lo sumo, esquejes en tierra ajena. Dijo Leopoldo Mar¨ªa Panero que el fracaso es la victoria m¨¢s resplandeciente. Ojal¨¢ la poes¨ªa fuese cierta.
Era s¨¢bado, digo. El lunes ya escrib¨ª a la galer¨ªa de arte Parterre de Berl¨ªn. M¨¢s que un arrebato, una necesidad. Acariciaba la fantas¨ªa de adquirir alguna obra de esta artista consagrada en Alemania y tristemente desconocida en Espa?a. Y N¨²ria me escribi¨®.
Llevamos seis meses carte¨¢ndonos. Ella tiene 83 a?os; yo 36. Ella ha vivido mucho y muy duro; yo siento que apenas nada y todo muy f¨¢cil. Seguramente por ello, por el contraste, me fascina tanto su vida de exilio heredado. C¨®mo su amiguito de la infancia Peter cay¨® asesinado por las bombas en Berl¨ªn. O sus largas y solitarias horas adolescentes en la librer¨ªa que su familia regentaba, oyendo las campanas l¨²gubres, pesadas y tristes, que a las seis de la tarde ta?¨ªa una iglesia cercana. O aquel domingo en que se erigi¨® el muro que part¨ªa Berl¨ªn y encerraba a sus habitantes en la mayor c¨¢rcel de Europa mientras N¨²ria le daba el pecho a su hija Inesita en el g¨¦lido piso de altos techos estucados que el Gobierno les hab¨ªa asignado. O el d¨ªa siguiente a la ca¨ªda del muro, con el suelo de la elegante avenida Kudamm tapizado por bolsas de pl¨¢stico, envoltorios y latas vac¨ªas de Coca-Cola. Y planeando sobre todo ello, como los aviones que pilotaba su padre, aviador del Ej¨¦rcito republicano, un mismo paisaje: los inviernos largos, los d¨ªas cortos y grises, el peaje de sobrevivir a la nostalgia. Eso debe de ser el exilio, antes, ahora y siempre: el permanente desarraigo.
Todo esto recordaba al visitar, en el Reina Sof¨ªa, la exposici¨®n Pensamiento Perdido: Autarqu¨ªa y Exilio. Ver juntas las obras de Remedios Varo, de Josep Renau, de Maruja Mallo y de tantos otros creadores que se exiliaron como consecuencia de la dictadura espa?ola es como presenciar un di¨¢logo en la frontera. En esa frontera espacial que habitaron todos ellos: ni de aqu¨ª ni de all¨ª. En esa frontera temporal que es el exilio, entre pasados demasiado n¨ªtidos y horizontes siempre borrosos. En esa frontera emocional del estar peor que bien y mejor que mal.
El recuerdo de estos exiliados es nuestro presente. Basta con pensar en los exiliados de Afganist¨¢n, otra di¨¢spora que atraviesa el mundo. Otra vez el exilio. Un drama que se pierde entre may¨²sculas y abstracciones profil¨¢cticas. Y probablemente ese sea el problema: que pocos han o¨ªdo el ta?ido grave de unas campanas en una tarde invernal a 2.000 kil¨®metros de casa. O sin recordar siquiera qu¨¦ significa esa palabra: casa.
En una de sus cartas, N¨²ria me pregunta por Raimon. Le he enviado su m¨²sica y una biograf¨ªa ilustrada del cantautor de X¨¤tiva por correo postal. Ella ha vuelto a escuchar a Raimon en Berl¨ªn. Y al passar la rella damunt els records, me cuenta el extra?o sentimiento que tuvo, de joven, cuando viajaba a Barcelona sola porque su marido y su hija eran ciudadanos de la RDA y no pod¨ªan salir al extranjero capitalista. Joven y sola en Barcelona, sent¨ªa que no pertenec¨ªa a aquellos j¨®venes airados de su edad que vibraban juntos escuchando a Raimon. El exilio los separaba.
Aquellos eran tiempos de utop¨ªas. De utop¨ªas que los hombres arruinaron, lamenta N¨²ria. Eran tiempos de fe en los ideales, de una ceguera fan¨¢tica que no permit¨ªa la duda. Hoy, el esp¨ªritu inflamado de aquella ¨¦poca ha resucitado en su peor versi¨®n. Solo vuelve la ceguera irracional de los fanatismos. Pero sin los para¨ªsos alcanzables por los que luchar. Gritos s¨ª; sue?os no. Las utop¨ªas sociales quedaron arrumbadas al margen. Como hojas secas arrastradas por el hurac¨¢n de la Historia.
Paco Cerd¨¤ es periodista, editor y escritor. Su libro m¨¢s reciente es El pe¨®n.