El poeta que siempre resucita
Al aproximarse los 106 a?os del fallecimiento de Rub¨¦n Dar¨ªo, su obra sigue marcando a la literatura en nuestra lengua
Rub¨¦n Dar¨ªo muri¨® en Le¨®n de Nicaragua el 6 de febrero de 1916, de modo que ahora se cumplen 106 a?os de aquella fecha tan lejana, pero a la vez cercana. La obra de un poeta tan trascendental, que marc¨® una ¨¦poca y sigue marcando a la literatura de nuestra lengua, se acerca a nosotros mientras el hecho de su muerte se aleja en el tiempo; es la manera de sobrevivir en las palabras que ¨¦l renov¨® un d¨ªa, porque hoy vivimos en una lengua que ya no es la misma desde que su poes¨ªa la cambi¨®, despert¨¢ndo...
Rub¨¦n Dar¨ªo muri¨® en Le¨®n de Nicaragua el 6 de febrero de 1916, de modo que ahora se cumplen 106 a?os de aquella fecha tan lejana, pero a la vez cercana. La obra de un poeta tan trascendental, que marc¨® una ¨¦poca y sigue marcando a la literatura de nuestra lengua, se acerca a nosotros mientras el hecho de su muerte se aleja en el tiempo; es la manera de sobrevivir en las palabras que ¨¦l renov¨® un d¨ªa, porque hoy vivimos en una lengua que ya no es la misma desde que su poes¨ªa la cambi¨®, despert¨¢ndola de un largo letargo.
Una de las pruebas de su permanencia es que es un poeta dom¨¦stico y a la vez trascendental. La musicalidad de sus versos hizo que generaciones los aprendieran de memoria, sobre todo aquellos que contaban historias de princesas tristes de esperar y ni?as que suben al infinito a robar una estrella sin permiso del pap¨¢; y que inspirara la letra de los tangos y los boleros. Y, por otro, lado, la poes¨ªa que interroga sobre la vida y la muerte, como en Lo fatal, que para Garc¨ªa M¨¢rquez era el gran poema de la lengua castellana.
Naci¨® el 18 de enero de 1867 en una aldea olvidada de las estribaciones de la cordillera madre de un pa¨ªs peque?o, pobre y desangrado por las guerras civiles, que entonces no figuraba en los mapas del mundo. Hab¨ªan llegado los a?os de una paz precaria, despu¨¦s de que los eternos liberales y conservadores, confrontados en bandos irreconciliables, se unieron, y con ellos todo Centroam¨¦rica, para expulsar a los filibusteros del esclavista sure?o William Walker que se hab¨ªan apoderado de Nicaragua.
En 1867 gobernaba el general Tom¨¢s Mart¨ªnez, y ese a?o mand¨® levantar un censo del que result¨® que el n¨²mero de habitantes no superaba los 150.000; le pareci¨® desdoroso que fuesen tan pocos, y orden¨® aumentar 100.000 m¨¢s. Un pa¨ªs rural despoblado, mayormente analfabeto, donde eran escasas las escuelas.
Y el 23 de febrero de ese mismo a?o, d¨ªas despu¨¦s del nacimiento de Dar¨ªo, apareci¨® en el diario oficial la noticia de que un ¨¢guila real hab¨ªa sido encontrada en uno de los parajes de la misma sierra madre: ¡°su cabeza peque?a, viva, inteligente, est¨¢ adornada por un c¨ªrculo de plumas negras en su extremidad, form¨¢ndole una corona¡± escribe el cronista an¨®nimo. ¡°¡Hasta hoy no se cre¨ªa que en Nicaragua hubiese ¨¢guilas, y mucho menos ¨¢guilas reales¡±. Un augurio. Un ¨¢guila real abr¨ªa sus alas para cobijar el nacimiento de un poeta que llegar¨ªa a ser el s¨ªmbolo del pa¨ªs entero.
El ¨¢guila fue presentada como obsequio al general Mart¨ªnez, quien terminaba su segundo per¨ªodo presidencial, y aunque intentaba reelegirse ya no pudo hacerlo; ya se ve que es esa una vieja tradici¨®n esa en Nicaragua.
Cuando Dar¨ªo regres¨® en 1907 tras largos a?os de ausencia, el pa¨ªs entero se volc¨® a recibir al pr¨ªncipe de las letras castellanas, pues ese era ya su t¨ªtulo; volv¨ªa, seg¨²n el ditirambo de los discursos, nimbado por la gloria. En la estaci¨®n del ferrocarril de Le¨®n los artesanos desuncieron los caballos de la carroza descubierta, y se pegaron al tiro para arrastrarlo; ni?as disfrazadas de can¨¦foras regaban p¨¦talos a su paso, y la carroza atravesaba bajo arcos triunfales. Pocos lo hab¨ªan le¨ªdo, porque los analfabetos segu¨ªan siendo mayor¨ªa. Pero era el h¨¦roe que regresaba despu¨¦s de haber conquistado el mundo.
No fue as¨ª en 1915 cuando volvi¨® para morir. El tren pit¨® tristemente cuando entr¨® a la estaci¨®n desierta a la medianoche, y lo llevaron a alojarse en una casa falta de muebles y a¨²n de una cama, que fue comprada de urgencia. Desahuciado, lo que m¨¢s bien se esperaba era su muerte, para que su cad¨¢ver pudiera ser velado en noches interminables, cambiado cada vez de vestidura, en uniforme de embajador, con peplo griego, el f¨¦retro descubierto paseado por las calles antes de ser enterrado en la catedral, despojado del cerebro.
El sabio Luis H. Debayle se empe?¨® en medirlo y pesarlo; quer¨ªa saber si era m¨¢s grande y pesaba m¨¢s que el cerebro de V¨ªctor Hugo, porque la primac¨ªa del genio se determinaba seg¨²n onzas m¨¢s, onzas menos. Pero fue objeto de un pleito a bastonazos cuando el cu?ado de Dar¨ªo, que quer¨ªa venderlo a un museo extranjero, quiso arrebat¨¢rselo de las manos a Debayle, y la urna que lo conten¨ªa cay¨® al empedrado de la calle.
De all¨ª fue recogido para llevarlo al cuartel de los marinos de Estados Unidos, que hac¨ªan las veces de polic¨ªa, porque entonces Nicaragua era un pa¨ªs ocupado.
Quiz¨¢s adonde de verdad Dar¨ªo hab¨ªa regresado no era a la tierra natal que nunca se apart¨® de su mente, el sol de encendidos oros y las calurosas noches tropicales bajo las estrellas, sino al infierno. Antonio Machado, desde el otro lado del oc¨¦ano, se preguntaba en un poema escrito al saber la noticia de su muerte: ¡°?te ha llevado Dionysos de su mano al infierno/y con las nuevas rosas triunfantes volver¨¢s?¡±
Vuelve cada a?o triunfante, y vuelve siempre, porque permanece en las palabras. Palabras inmarcesibles, como a ¨¦l mismo le gustaba decir.