El 6 de enero y las palabras desgastadas
La resoluci¨®n del Comit¨¦ Nacional Republicano que considera el asalto al Capitolio parte de un ¡°leg¨ªtimo discurso pol¨ªtico¡± legitima el uso de la violencia. Y solo puede llamarse de una forma: fascismo
Las palabras, como los antibi¨®ticos, van perdiendo eficacia cuando se usan con descuido: cuando se abusa de ellas, por ejemplo, o cuando se intenta que nombren una realidad que no les corresponde. El resultado es que luego, cuando de verdad las necesitamos, nos encontramos con que ya no sirven, y entonces la infecci¨®n progresa o nos mata la superbacteria. Tomemos, por ejemplo, el sustantivo fascismo o el adjetivo que lo acompa?a, y pensemos c¨®mo llevamos ya unos cien a?os us¨¢ndolos para describir las realidades m¨¢s variopintas, a veces de manera inevitable y otras con m¨¢s ligereza; de m...
Las palabras, como los antibi¨®ticos, van perdiendo eficacia cuando se usan con descuido: cuando se abusa de ellas, por ejemplo, o cuando se intenta que nombren una realidad que no les corresponde. El resultado es que luego, cuando de verdad las necesitamos, nos encontramos con que ya no sirven, y entonces la infecci¨®n progresa o nos mata la superbacteria. Tomemos, por ejemplo, el sustantivo fascismo o el adjetivo que lo acompa?a, y pensemos c¨®mo llevamos ya unos cien a?os us¨¢ndolos para describir las realidades m¨¢s variopintas, a veces de manera inevitable y otras con m¨¢s ligereza; de manera que ahora, cuando de alguna forma hab¨ªa que nombrar lo que pasaba con Bolsonaro o con ?ric Zemmour, o con las actitudes puntuales de tantas figuras que medran impunemente en nuestras democracias, notamos que las palabras se han desgastado y ya no sirven para ver con claridad. Y eso, ver con claridad, es lo primero que deber¨ªamos exigirle al lenguaje, sobre todo en tiempos de crisis.
En esto pensaba yo hace unas semanas, cuando el Comit¨¦ Nacional Republicano de Estados Unidos perpetr¨® una resoluci¨®n en que condenaba (en el sentido de reprobar o censurar) a dos de sus representantes, Liz Cheney y Adam Kinzinger, por colaborar con las investigaciones que llevaba a cabo la C¨¢mara de Representantes sobre lo ocurrido en el Capitolio el 6 de enero del a?o pasado. La resoluci¨®n, creo yo, se gan¨® desde su nacimiento un lugar en la historia norteamericana de la infamia. Y eso es un problema para nosotros: pues da igual que se trate de m¨²sica o de libros o de guerras culturales o de pol¨ªtica local, los ciudadanos del mundo contempor¨¢neo sabemos bien que nada de lo que ocurre en Estados Unidos se queda en Estados Unidos. Por eso es tan preocupante la mencionada resoluci¨®n, para la cual los insurrectos del 6 de enero, que protagonizaron la toma violenta de un edificio de gobierno y cuyos actos terminaron con la muerte de seis personas, no fueron m¨¢s que un grupo de ¡°ciudadanos ordinarios¡± que tomaban parte en un ¡°leg¨ªtimo discurso pol¨ªtico¡±.
Dan ganas de sacar las cursivas para fijarnos mejor en las palabras: leg¨ªtimo discurso pol¨ªtico. La palabra inglesa discourse, en el original de la resoluci¨®n, significa ¡°discurso¡± en una de sus acepciones, pero tambi¨¦n podr¨ªa traducirse como ¡°conversaci¨®n¡±. As¨ª es: para los dirigentes de uno de los dos grandes partidos de la democracia m¨¢s influyente del mundo, cuyas costumbres hemos copiado los dem¨¢s pueblos de Occidente desde que Alexis de Tocqueville escribi¨® ese tocho bell¨ªsimo que es La democracia en Am¨¦rica, el ataque violento de una serie de grup¨²sculos golpistas m¨¢s o menos organizados ¡ªy de una multitud de rencorosos agraviados por la desinformaci¨®n y la propaganda¡ª fue un ejercicio ciudadano del derecho a la libre expresi¨®n. Los constructores de una horca amenazante, el soci¨®pata que le sac¨® los ojos a un agente de la polic¨ªa, el que le caus¨® severas contusiones a otro agente a golpes de extinguidor o usando una bandera ¡ªuna met¨¢fora que ning¨²n novelista se habr¨ªa atrevido a usar, por facilona¡ª, los que defecaron en los corredores y usaron su propia mierda para dejar un mensaje: todos ellos, en la opini¨®n del Comit¨¦ Nacional Republicano, estaban tan s¨®lo participando en la conversaci¨®n pol¨ªtica.
Los trumpistas pueden darle al asunto todas las vueltas que quieran, pero lo que ocurri¨® en los breves renglones de la resoluci¨®n republicana es muy sencillo: la legitimaci¨®n o la normalizaci¨®n de la violencia como discurso. Y yo me descubr¨ª de repente llegando a una conclusi¨®n inc¨®moda: para pensar en los Estados Unidos de hoy, donde la ret¨®rica paranoide de los extremistas ha calado en una mayor¨ªa parlamentaria, Alexis de Tocqueville, que tan bien funcionaba hasta hace apenas un lustro, se ha quedado obsoleto; en su lugar, otro pensador parece tener la clave de lo que est¨¢ ocurriendo: Joseph de Maistre. Era un prosista brillante, un reaccionario poderoso y un enemigo a muerte de los valores de la Ilustraci¨®n, que consideraba el m¨¢s lamentable de los desvar¨ªos, y la experiencia de la Revoluci¨®n de 1789 y el Terror que comenz¨® cuatro a?os despu¨¦s lo hab¨ªan convencido de que el racionalismo, el progreso, la libertad y la confianza en la ciencia eran grav¨ªsimos errores, y era necesario destruirlos. De Maistre naci¨® medio siglo antes que Tocqueville, pero sus ideas iluminan mejor lo que estamos viendo.
Quien mejor explica a De Maistre es Isaiah Berlin. La visi¨®n de De Maistre, explica Berlin en uno de los ensayos de El fuste torcido de la humanidad, se basa en ¡°la doctrina de la violencia como coraz¨®n de las cosas¡±, ¡°la creencia en el poder de las fuerzas oscuras¡±, ¡°la apelaci¨®n a la fe ciega contra la raz¨®n, la creencia en que s¨®lo lo misterioso sobrevive¡±, ¡°el absurdo del individualismo liberal¡±. En resumen, esta concepci¨®n del mundo gira alrededor de dos cuestiones que incluyen o reflejan todas las otras: la guerra contra la raz¨®n y el elogio de la violencia. Tal vez me equivoque, pero las palabras de Berlin evocan para m¨ª realidades muy palpables, aunque deformadas por nuestro tiempo de redes sociales y entretenimiento constante y cultura del espect¨¢culo. La creencia en el poder de las fuerzas oscuras, la creencia en que s¨®lo lo misterioso sobrevive: cuando uno se ha limpiado la mirada, ?no es posible ver all¨ª la semilla de QAnon? ?No se puede entender a trav¨¦s de ese filtro el ¨¦xito irrefrenable de las teor¨ªas de la conspiraci¨®n que llevaron a la gente al Capitolio?
Por supuesto, el mundo de De Maistre tiene una gravedad y un drama de los que carece el trumpismo; por supuesto que es f¨¢cil desde?ar a la estrella de la televisi¨®n, con su pelo rid¨ªculo y su l¨¦xico de mat¨®n de colegio, y es f¨¢cil desde?ar al loco semidesnudo de los cuernos, y a la congresista que confunde Gestapo con gazpacho, y a la secta que cree que en la trastienda de una pizzer¨ªa los dem¨®cratas violan ni?os. Pero si vamos a entender por qu¨¦ el relato del trumpismo captur¨® como lo hizo la imaginaci¨®n de tanta gente ¡ªy sobre todo si queremos evitar que lo mismo suceda en otras partes¡ª, lo m¨¢s aconsejable es aparcar por un rato la burla y el desprecio, que tan sol¨ªcitos acuden a nuestro llamado y nos permiten desentendernos de las payasadas de un grupo de lun¨¢ticos, y buscar otras formas de interpretar lo que pasa, tom¨¢ndonos al grupo de lun¨¢ticos con cierta seriedad y en todo caso con preocupaci¨®n: porque lo que pasa en Estados Unidos nunca se queda en Estados Unidos.
El ensayo de Berlin se titula Joseph de Maistre y los or¨ªgenes del fascismo. Y aunque es verdad que las palabras, como los antibi¨®ticos, van perdiendo eficacia cuando se abusa de ellas, el momento en que el Partido Republicano legitim¨® el uso de la violencia como forma de participaci¨®n pol¨ªtica ¡ªla agresi¨®n, el da?o y la muerte como legitimate political discourse¡ª s¨®lo puede llamarse de una forma. Y hay que usar las palabras para lo que sirven. De otra forma, me temo, nunca recuperar¨¢n su eficacia perdida, y seguiremos andando por el presente sin reconocer de verdad lo que nos est¨¢ pasando.