La democracia en Am¨¦rica: bicentenario de Tocqueville
Hace doscientos a?os nac¨ªa en el castillo de Verneuil, cerca de Par¨ªs, Alexis de Tocqueville, el pensador franc¨¦s m¨¢s importante del siglo XIX. Tocqueville fue testigo de un periodo crucial de la historia de Francia que va desde la ca¨ªda de Napole¨®n y la restauraci¨®n de los Borbones en 1815, hasta las revoluciones de 1830 y 1848 y la proclamaci¨®n de la II Rep¨²blica. Vivi¨® los ¨²ltimos estertores del r¨¦gimen napole¨®nico y la entronizaci¨®n de Luis XVIII de la mano de Fouch¨¦, el antiguo regicida, y fue testigo, 15 a?os m¨¢s tarde, del levantamiento popular que acab¨® con la dinast¨ªa de los Borbones y con el Antiguo R¨¦gimen, e instaur¨® una monarqu¨ªa constitucional. Estamos en 1830. El nuevo monarca, Luis Felipe de Orleans, el "rey burgu¨¦s", entronca con la revoluci¨®n de 1789. Hab¨ªa pertenecido al club de los jacobinos y era hijo de Felipe Igualdad, el primo de Luis XVI que vot¨® a favor de su ejecuci¨®n. Dos im¨¢genes simbolizan la nueva legitimidad de esa dinast¨ªa sin pasado, nacida de una insurrecci¨®n. La primera es una escena en el Ayuntamiento de Par¨ªs el 31 de julio de 1830. La Fayette, el m¨ªtico general revolucionario, entrega al nuevo monarca la bandera tricolor, s¨ªmbolo de la revoluci¨®n, y le corona rey con el beso republicano. La segunda es un retrato an¨®nimo de Luis Felipe vestido de oficial de la Guardia nacional, la milicia burguesa, izando la bandera con el paisaje de fondo de una barricada.
Alexis de Tocqueville, a diferencia de su familia, acept¨® el nuevo r¨¦gimen y entr¨® en la vida pol¨ªtica despu¨¦s de su regreso de los Estados Unidos, donde se gest¨® La democracia en Am¨¦rica que le report¨® notoriedad y un sill¨®n en la Academia francesa. En 1839 fue elegido diputado. En la C¨¢mara se sentaba en los bancos de la oposici¨®n, con el escritor Lamartine y un peque?o grupo de independientes que acabaron todos siendo ministros de Luis Napole¨®n Bonaparte. No era un l¨ªder pol¨ªtico ni ten¨ªa dotes oratorias, pero s¨ª una lucidez y un olfato para prever los acontecimientos que todos los historiadores subrayan. De su actividad parlamentaria destaca el discurso que pronunci¨® el 27 de enero de 1848 ante la C¨¢mara de los Diputados, en el que atac¨® sin contemplaciones al r¨¦gimen burgu¨¦s y a su hombre fuerte, Guizot, por su corrupci¨®n, su ceguera pol¨ªtica y su incapacidad para dar alternativas a un problema cada vez m¨¢s acuciante, la cuesti¨®n social. Pero hizo algo m¨¢s, vaticin¨® que la revoluci¨®n era inminente y que esta vez ser¨ªa una revoluci¨®n social. Nadie le hizo caso, pero apenas un mes m¨¢s tarde se produc¨ªa el estallido de 1848.
Tocqueville supo como nadie -excepto tal vez Marx, Blanqui y alg¨²n que otro socialista- dibujar en sus Recuerdos el escenario pol¨ªtico de los a?os anteriores a 1848 y detectar las fuerzas subterr¨¢neas que se estaban fraguando. El escenario era el de la lucha de clases entre burgues¨ªa y proletariado, y las poderos¨ªsimas corrientes que aparec¨ªan en el horizonte eran el republicanismo, el socialismo y el comunismo. Entre los a?os treinta y cinco y cuarenta, una parte del movimiento republicano, decepcionado con el r¨¦gimen orleanista, se hab¨ªa hecho socialista. Los problemas sociales hab¨ªan comenzado a cobrar tanta importancia como los pol¨ªticos. Ya no se trataba solamente de derrocar a la monarqu¨ªa, sino de transformar el orden social, de acabar con la propiedad privada y la desigualdad social. El centro de la diana empez¨® a ser el sistema capitalista.
El a?o 1840 fue decisivo para la difusi¨®n de las ideas socialistas. Louis Blanc, Proudhon, Lamennais, Pierre Leroux y Cabet publicaron algunas de sus obras m¨¢s representativas. Pero tras la escena principal que ocupan los grandes protagonistas pol¨ªticos emergen otras figuras, como las feministas George Sand o Flora Trist¨¢n, ambas simpatizantes de Fourier, novelistas rom¨¢nticos o de tendencias socialistas como Victor Hugo, Lamartine, Alfred de Musset, Eug¨¨ne Sue, Sainte-Beuve o Balzac, periodistas republicanos moderados como los de El Nacional, o m¨¢s radicales como los de La Reforma, donde se daban cita los neojacobinos, los republicanos liberales de Ledru-Rollin y el socialismo de Louis Blanc. A ellos hay que a?adir el sinf¨ªn de agitadores, ex carbonarios y miembros de sociedades secretas, entre los que destaca Blanqui, el eterno conspirador que pas¨® media vida en las c¨¢rceles francesas. E incluso Marx form¨® parte del mundillo de las sectas socialistas y comunistas parisinas, atravesado por conflictos y rencillas permanentes, hasta ser expulsado de Francia por Guizot en 1844.
El desencadenante de la revoluci¨®n de 1848 fue la negativa de Guizot y de sus amigos, los doctrinarios, a reformar la ley electoral y a ampliar el censo. El 24 de febrero, Luis Felipe, abandonado por la Guardia Nacional, abdica y se proclama la II Rep¨²blica. Una marea de entusiasmo revolucionario recorre Europa. Es la "primavera de los pueblos". Un gobierno provisional formado, entre otros, por el escritor Lamartine, antiguo legitimista; por periodistas de El Nacional y de La Reforma, y por Louis Blanc, muy popular entre los obreros por su doctrina del "derecho al trabajo", se constituye a toda prisa en el Ayuntamiento. Blanc tiene un ef¨ªmero momento de gloria que quedar¨¢ truncado tras la masacre de junio, cuando se recurre al ej¨¦rcito para "salvar a la rep¨²blica del proletariado".
Tocqueville es uno de los actores del drama de 1848. Apoy¨® la proclamaci¨®n de la Rep¨²blica, fue elegido diputado para la Asamblea Constituyente como independiente y form¨® parte de la comisi¨®n encargada de redactar la nueva constituci¨®n. Fue incluso ministro de asuntos exteriores durante un breve periodo de tiempo en 1849, siendo Luis Napole¨®n presidente de la Rep¨²blica. Pero, tras el golpe de Estado de 1851 y la proclamaci¨®n del Segundo Imperio, abandon¨® la pol¨ªtica. En la escena pol¨ªtica era un bicho raro y aislado al que no impulsaban intereses partidistas ni tampoco el ansia de poder, sino convicciones ideol¨®gicas. Su retrato como ministro, a los 44 a?os, es la ant¨ªtesis de los retratos de los pol¨ªticos que han alcanzado la cima. Su expresi¨®n t¨ªmida y melanc¨®lica, su mirada de adolescente reflexivo, es la de un hombre al que no le interesa hacer carrera y que desprecia la vulgaridad del mundo burgu¨¦s. Su universo era aristocr¨¢tico -era bisnieto de Malesherbes, el defensor de Luis XVI ante la Convenci¨®n-, pero no era un hombre del Antiguo R¨¦gimen. Era un disidente a caballo entre dos mundos, la sociedad del Antiguo R¨¦gimen, engarzada sobre los privilegios de la nobleza, a la que pertenec¨ªa por nacimiento, y la nueva sociedad igualitaria, forjada sobre el concepto de naci¨®n, que aceptaba con esp¨ªritu cr¨ªtico.
Alexis de Tocqueville pertenece a la estirpe de los grandes pensadores liberales del siglo XIX, como Benjam¨ªn Constant, John Stuart Mill o lord Acton. Pero fue el primero que se interes¨® por un fen¨®meno pol¨ªtico que estaba emergiendo en los Estados Unidos, la democracia. Y fue tambi¨¦n el primero en vaticinar que ese retrato magistral de la democracia americana que nos ofrec¨ªa era el futuro de Europa. Y, en efecto, las ¨²ltimas p¨¢ginas de La democracia en Am¨¦rica, escritas hace 160 a?os, las m¨¢s brillantes y las que parad¨®jicamente menos gustaron a sus contempor¨¢neos, radiograf¨ªan nuestra ¨¦poca con una lucidez y una precisi¨®n admirables.
Su mirada se fija en uno de los rasgos m¨¢s caracter¨ªsticos de nuestro tiempo, el individualismo, que repliega a los ciudadanos en la esfera familiar y les aparta de lo p¨²blico y, por negligencia o comodidad, les induce a hacer dejaci¨®n de sus derechos en manos del Estado. Ese Estado benefactor, al que se otorga m¨¢s y m¨¢s poder y al que se exige que resuelva todos los problemas, alcanza as¨ª con sus largos tent¨¢culos los ¨²ltimos reductos de la vida humana, hasta controlar toda su existencia. Nos creemos c¨¢ndidamente que la soberan¨ªa del pueblo conjura la amenaza del despotismo. Pero la soberan¨ªa popular puede convertirse en la tapadera que lo esconde, en la farsa que convierte al pueblo en actor durante el tiempo necesario para elegir a los nuevos amos a los que unos ciudadanos negligentes, incapaces de asumir responsabilidades, se encomiendan en cuerpo y alma. El despotismo democr¨¢tico convierte de este modo a la naci¨®n en un reba?o de animales pastoreado por el Gobierno. Tocqueville no s¨®lo alerta del peligro, sino que propone soluciones para prevenir las desviaciones de la democracia: se necesita una sociedad civil alerta y fuerte, estructurada en asociaciones m¨²ltiples que fijen frenos a los poderes p¨²blicos, una prensa libre, una justicia independiente y una gran descentralizaci¨®n administrativa.
Pero tal vez el mayor peligro que acecha a las sociedades democr¨¢ticas sea la pasi¨®n por la igualdad, que reduce al mismo rasero a todos los individuos, que descabeza lo que sobresale, lo que destaca, lo exc¨¦ntrico y lo diferente, que la mayor¨ªa de los ciudadanos no tolera. Vivimos en una ¨¦poca en la que la opini¨®n de la mayor¨ªa y el poder arrollador de la opini¨®n p¨²blica amenazan gravemente la libertad. Modela sutilmente nuestras mentes, nos oprime y nos coarta sin que nos demos cuenta. La voz de Tocqueville, como la de Stuart Mill o la de Acton, nos anima a luchar contra esa opresi¨®n silenciosa que nos hace dependientes de lo que nos dictan los dem¨¢s, a asumir sin miedos nuestras opiniones y creencias, y a tomar las riendas de nuestras vidas en nuestras manos. De toda su valiosa obra tal vez sea ¨¦se el mensaje que m¨¢s le hubiera gustado legarnos.
Mar¨ªa Jos¨¦ Villaverde es profesora de Ciencia Pol¨ªtica en la Universidad Complutense.
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