So?¨¦ con escritores
Estuve con Savater en el Derby. ?l era el caballo; yo, el jinete. ?bamos los ¨²ltimos. Nos perdimos en el bosque. El camino de salida nos llev¨® a Las Ventas. En el centro del ruedo un toro empiton¨® a Savater. Le dije: ¡°Esto te pasa por taur¨®filo.¡± ?l se part¨ªa de risa
La otra noche so?¨¦ con lo primero que me cay¨® en mientes. Con escritores. No los eleg¨ª. Ellos vinieron. Enrique Vila-Matas me pidi¨® ayuda para levantar a un hombre ca¨ªdo en la nieve. Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n y yo persegu¨ªamos a un forajido que hab¨ªa robado un paquete con camisetas del Real Zaragoza. Estuve con Fernando Savater en el Derby. ?l era el caballo;...
La otra noche so?¨¦ con lo primero que me cay¨® en mientes. Con escritores. No los eleg¨ª. Ellos vinieron. Enrique Vila-Matas me pidi¨® ayuda para levantar a un hombre ca¨ªdo en la nieve. Ignacio Mart¨ªnez de Pis¨®n y yo persegu¨ªamos a un forajido que hab¨ªa robado un paquete con camisetas del Real Zaragoza. Estuve con Fernando Savater en el Derby. ?l era el caballo; yo, el jinete. ?bamos los ¨²ltimos. Nos perdimos en el bosque. El camino de salida nos llev¨® a Las Ventas. Un toro empiton¨® a Savater. Le dije: ¡°Esto te pasa por taur¨®filo.¡± ?l se part¨ªa de risa.
Mario Vargas Llosa estaba sentado a una mesa, descalzo y en pijama. Ante ¨¦l, una cola largu¨ªsima de hombres, todos con la cara de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez. Vargas Llosa sacud¨ªa a cada uno un pu?etazo y luego le exped¨ªa el correspondiente certificado. Algunos solicitaban un segundo golpe; pero Vargas Llosa, inflexible, los despachaba alegando que la ley no admite favoritismos.
Vino a m¨ª Laura Freixas. Le hab¨ªan chivado que yo le¨ªa a escondidas Lolita de Vlad¨ªmir Nabokov. Lo negu¨¦ tres veces. Ella se crey¨® la trola y me regal¨® una lagartija. Arturo P¨¦rez-Reverte jugaba en un cuadrado de arena con unos ni?os. Se empe?aba en convencerlos para cavar trincheras con las palas de pl¨¢stico. Los ni?os lo dejaron solo y ¨¦l rompi¨® a llorar. All¨ª junto, las madres de los ni?os murmuraban: ¡°No va a ganar la guerra este hombre.¡±
De pronto, m¨²sica. Una banda municipal precede a 120 escritores vascos. Bajan la calle en formaci¨®n, enarbolando un salvoconducto. Tienen el morro sucio de chocolate. De cerca se ve que no es chocolate, sino sangre. Reconozco a algunos. Vienen de firmar un manifiesto en favor de Mikel Antza, extraordinario intelectual que, en sus ratos libres, dirig¨ªa una organizaci¨®n ben¨¦fica destinada a la regulaci¨®n demogr¨¢fica de los contornos. Al punto me despert¨¦ sobresaltado. Incorporeme lentamente, abrac¨¦ a la primera farola, echeme a andar...