Tralarita
Hay una renuncia medular arraigada a siglos de historia en desventaja que, sin necesidad de gritarlo, considera ego¨ªstas ¡ªtambi¨¦n locas¡ª a las mujeres que escriben
Yo ya no barro mi casita, tralaralarita: mis ingresos me permiten dar de alta a una trabajadora que limpia nuestro piso los mi¨¦rcoles. Tampoco soy una mujer con el don de dar la vida. Soy una se?ora menop¨¢usica. No cuido porque mis madres est¨¢n mejor que yo de la cabeza y mi marido asumi¨® la intendencia del hogar sin necesidad de ser ¨¢ngel y me cuida por lo menos con la misma atenci¨®n que Marina Casta?o dispens¨® a su Nobel. No sent¨ª la llamada de la selva ni del ¨®vulo. En ese ¡°no sentir la llamada¡± m¨¢s...
Yo ya no barro mi casita, tralaralarita: mis ingresos me permiten dar de alta a una trabajadora que limpia nuestro piso los mi¨¦rcoles. Tampoco soy una mujer con el don de dar la vida. Soy una se?ora menop¨¢usica. No cuido porque mis madres est¨¢n mejor que yo de la cabeza y mi marido asumi¨® la intendencia del hogar sin necesidad de ser ¨¢ngel y me cuida por lo menos con la misma atenci¨®n que Marina Casta?o dispens¨® a su Nobel. No sent¨ª la llamada de la selva ni del ¨®vulo. En ese ¡°no sentir la llamada¡± m¨¢s que constatar el descacharramiento del reloj biol¨®gico, se manifiesta la intuici¨®n de una dificultad: quiz¨¢ si me hubiese dedicado a la crianza, no habr¨ªa podido dedicarme a otros asuntos y el cuerpo es socialmente sabio y betabloque¨® mis maternidades. La maternidad no apacigua la pasi¨®n de la escritura y la escritura tampoco es un sustitutivo de una maternidad deseada. La realidad no se lo pone f¨¢cil a las mujeres que aspiran a dedicarse a los oficios creativos: el cuidar y el cuidarse restan tiempo, concentraci¨®n y energ¨ªa para emprender una ¡°gran obra¡±. Si, adem¨¢s, eres una mujer de clase trabajadora que no ha nacido en el lado bueno del mundo, no te quiero ni contar.
De todo esto habla Tillie Olsen en Silencios (Las afueras) apretando en la llaga fundacional del cuarto propio. Porque Olsen tuvo que abandonar sus estudios para ponerse a trabajar. Form¨® una familia y sigui¨® trabajando. Sinti¨® contra su cuerpo la pesantez del trabajo en casa, el trabajo fuera de la casa, el deseo de que la escritura fuese un oficio, el rechazo social. Todo tres veces m¨¢s dif¨ªcil. Desde esa experiencia, se dio cuenta de que, cuando se dice que hay pocas mujeres escritoras, esa precariedad en la genealog¨ªa se relaciona con la vocaci¨®n excluyente de ciertos padres fundadores, pero tambi¨¦n con la obligaci¨®n de cuidar y con la vinculaci¨®n de las mujeres a un espacio dom¨¦stico que nunca se consider¨® literariamente valioso. Las mujeres escriben en ratos ?perdidos?, sus carreras son inevitablemente cortas y a menudo frecuentan g¨¦neros, no menos complejos, pero s¨ª m¨¢s breves. Emily Dickinson escap¨® de sus obligaciones familiares para componer poes¨ªa. Conrad, Rilke o Mann fueron cuidados por mujeres o por personal de servicio y nadie les reproch¨® que no cuidasen o que su vida dom¨¦stica no fuese cari?osa. Muchas escritoras decimon¨®nicas no se casaron o lo hicieron tarde. Laura Ingalls, la de La casa de la pradera, comenz¨® a escribir a los 65 a?os. A Katherine Mansfield, escritora, se la come la casa; a John Middelton Murry, su marido, escritor, no. Hay una renuncia medular arraigada a siglos de historia en desventaja que, sin necesidad de gritarlo, considera ego¨ªstas ¡ªtambi¨¦n locas¡ª a las mujeres que escriben. Sobre todo, a las que no pueden pagarse una se?ora que les limpie el piso los mi¨¦rcoles ni tienen una familia que las guarde entre algod¨®n hidr¨®filo. Con el libro de Olsen comprender¨¢n la conveniencia de reformular los c¨¢nones y contemplar la realidad a la luz de sus desigualdades. Mujeres forzadas a expresarse desde la rabia antigua de la esclava. Viejas, enfermas, pobras, mestizas, analfabetas que sacan la poes¨ªa que llevan dentro diciendo una adivinanza. No hablo de un tiempo lejano, sino de uno que nunca acab¨® de irse y amenaza con retornar a poco que el vicepresidente castellano-leon¨¦s y la diputada del piropito contin¨²en abriendo la boca.