Huellas de Emily Dickinson
La poetisa desarroll¨® desde la adolescencia un esp¨ªritu cr¨ªtico obstinado y soberano al margen de los arrebatos colectivos de religiosidad de sus contempor¨¢neos
Emily Dickinson es una ni?a de 9 o 10 a?os con el pelo rojo muy corto y los ojos grandes que sostiene un libro y una rosa en las manos; es la silueta en cartulina negra de una chica en torno a los 14, con melenita, las mejillas redondas, la nariz todav¨ªa infantil; es una muchacha de 16 o 17, con una expresi¨®n de inteligencia tranquila y ensimismamiento, los perfiles y los claroscuros de un daguerrotipo.
Desde entonces, hasta su muerte, la cara de Emily Dickinson desaparece, a no ser que se acepte como suyo el retrato dudoso de una mujer joven y seria, de unos 30 a?os, con una leve sonrisa, con una mano en el regazo y la otra pos¨¢ndose en la espalda de otra mujer a la que se identifica como una amiga suya. Puede ser Emily Dickinson y puede no serlo. Este daguerrotipo, encontrado hace unos a?os, se muestra ahora por primera vez en la Morgan Library de Nueva York junto al retrato ya conocido y confirmado. Las reproducciones dan una idea err¨®nea de las cosas. Hay que ver los daguerrotipos para darse cuenta de lo peque?os que son, de la inquietante tridimensionalidad que les da su precisi¨®n y la superficie de plata pulida, lo que tienen de objetos privados, de ofrecimientos no se sabe a qui¨¦n. Est¨¢n insertados en marcos dorados y tienen una tapa que permite cerrarlos como un joyero y como un libro. Imaginamos, en una ¨¦poca en la que la fotograf¨ªa era a¨²n una desconcertante novedad, la impresi¨®n que dar¨ªa recibir un objeto as¨ª y abrirlo, y encontrar, reducida y exacta, la presencia de alguien.
La primera imagen de Dickinson, la de los 9 o 10 a?os, es de un retrato al ¨®leo en el que est¨¢ con sus dos hermanos, Austin y Lavinia, de los que no se separ¨® nunca. Las tres figuras infantiles muy juntas nos ense?an m¨¢s sobre esas tres vidas que cap¨ªtulos enteros de biograf¨ªas. Los tres hermanos son extraordinariamente parecidos: los ojos tan grandes, las frentes anchas, las bocas con un atisbo interior de sonrisa, de soledad e inteligencia. Como en el daguerrotipo de siete a?os despu¨¦s, Emily tiene en las manos o a su alcance los dos signos mayores de su vocaci¨®n, una flor y un libro. El libro del retrato infantil puede que sea un volumen de bot¨¢nica o un ¨¢lbum de plantas y flores prensadas y coleccionadas por ella. Un rastro de Emily Dickinson tan poderoso como sus retratos es el herbarium que ya hab¨ªa completado a los 15 a?os. En la Morgan Library est¨¢ abierto en una doble p¨¢gina, y si uno es aficionado a la historia natural adem¨¢s de a la poes¨ªa, lo seduce tanto como la contemplaci¨®n de una carta o del manuscrito de un poema.
Aprovech¨® las limitadas posibilidades de educaci¨®n que se ofrec¨ªan a una mujer: estudi¨® historia natural y qu¨ªmica
Dickinson fue recogiendo espec¨ªmenes vegetales del jard¨ªn familiar y de los campos de los alrededores. Los prensaba con una destreza de naturalista, de modo que revelaran sus caracteres m¨¢s significativos. Luego los distribu¨ªa en las p¨¢ginas con un sentido impecable de la composici¨®n, jugando con los contrastes, las simetr¨ªas, las semejanzas, los espacios en blanco. Los tallos los sujetaba a la cartulina del ¨¢lbum con peque?as tiras de papel o de cinta. Por fin escrib¨ªa el nombre con una letra clara y cursiva y lo pegaba.
En la ¨¦poca en la que termin¨® su herbario, Emily Dickinson a¨²n no escrib¨ªa versos, pero en ese ¨¢lbum est¨¢ contenida una gran parte de su futura inspiraci¨®n po¨¦tica. Las posibilidades muy limitadas de educaci¨®n que se ofrec¨ªan entonces a una mujer de su clase las aprovech¨® al m¨¢ximo: estudi¨® historia natural y qu¨ªmica. Su mirada sobre el mundo tiene muchas veces la concentraci¨®n de un experimento en un laboratorio, de una observaci¨®n en el microscopio. Estaba empapada en la lectura de la Biblia, pero desde la adolescencia desarroll¨® un esp¨ªritu cr¨ªtico obstinado y soberano que la mantuvo al margen de los arrebatos colectivos de religiosidad a los que eran tan proclives sus contempor¨¢neos, sus conocidos, las personas de su familia. Se alimentaba de Shakespeare, de las hermanas Bront?, de Dickens, de George Eliot, de Elizabeth Barrett Browning.
En la Morgan Library miro los ejemplares que tocaron sus manos: la Biblia que le regal¨® su padre cuando era ni?a; las novelas y los poemas de las Bront? y de Barrett Browning, mujeres valientes que publicaban, hac¨ªan vidas activas, se ganaban contra viento y marea una celebridad que ella nunca tuvo y no quiso para s¨ª, o al menos no hizo nada por lograrla.
Pero no era una mis¨¢ntropa, ni una m¨ªstica solitaria, ni escrib¨ªa sus poemas para que no los leyera nadie. El cat¨¢logo de la exposici¨®n se titula The Networked Recluse. Emily Dickinson mantuvo siempre una red de conexiones postales casi tan activa como la de un usuario de las redes sociales. Solo 10 poemas suyos se publicaron mientras viv¨ªa, y de manera an¨®nima. Pero la vida verdadera de los poemas de Emily Dickinson, la que ella quiso que tuvieran, es m¨¢s rica, m¨¢s fluida, m¨¢s sinuosa que la de la imprenta. Seg¨²n se hac¨ªa mayor, su letra, tan formal en la primera juventud, parec¨ªa expandirse, las palabras muy separadas, como empujadas por la misma fuerza centr¨ªfuga que las dirig¨ªa a sus destinatarios. Un poema que habla de la esperanza como una casa en construcci¨®n lo escribi¨® en un papel recortado en forma de casa. Otro que alude a la impresi¨®n s¨²bita que lo acierta a uno como un disparo est¨¢ en un sobre doblado en forma de flecha. Dej¨® de usar la pluma para escribir con l¨¢piz. El l¨¢piz da a su escritura una libertad de garabato y dibujo, una urgencia de taquigraf¨ªa. La p¨¢gina impresa favorece la superstici¨®n de lo acabado y lo definitivo. Emily Dickinson mandaba a distintas personas, en distintas ¨¦pocas, versiones distintas de los mismos poemas, y a veces, en un borrador, delante de un sustantivo, pon¨ªa una lista de adjetivos posibles, como si no llegara a decidirse por ninguno, o no fuera necesario hacerlo. Escrib¨ªa una carta y a la mitad intercalaba un poema; o lo agregaba al final, o en una hoja aparte. Y a veces no se pod¨ªa distinguir con claridad entre el texto de la carta y el del poema. Les a?ad¨ªa flores prensadas; hojas de los mismos ¨¢rboles a los que alud¨ªan los versos.
Qui¨¦n dice que es obligatorio que la poes¨ªa, la literatura, sea solo palabras impresas, tenga que estar paralizada en un libro.
¡®I¡¯am Nobody! Who are you? The Life and Poetry of Emily Dickinson¡¯. The Morgan Library & Museum. Nueva York. Hasta el 28 de mayo.
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