Sola y amargada, pobrecita
Estar solo es una met¨¢fora de la vida: vinimos y nos iremos desnudos
Vivimos en una sociedad que contempla con gratuita y casi ofensiva compasi¨®n la soledad de las personas, aun sin saber sus motivos. Visitaba el Palacio de Versalles hace unos meses cuando una pareja de mi quinta me desliz¨® afligida: ¡°?Est¨¢s sola? Vente con nosotros¡¡±. Entre risas, desdramatic¨¦ confesando que mi soledad era elegida, y hasta mi mejor amigo estaba mosca porque no le hab¨ªa tra¨ªdo. Luego me apen¨® rechazar tal ...
Vivimos en una sociedad que contempla con gratuita y casi ofensiva compasi¨®n la soledad de las personas, aun sin saber sus motivos. Visitaba el Palacio de Versalles hace unos meses cuando una pareja de mi quinta me desliz¨® afligida: ¡°?Est¨¢s sola? Vente con nosotros¡¡±. Entre risas, desdramatic¨¦ confesando que mi soledad era elegida, y hasta mi mejor amigo estaba mosca porque no le hab¨ªa tra¨ªdo. Luego me apen¨® rechazar tal amabilidad, que acab¨¦ cediendo a su compa?¨ªa solo por no parecer una borde o rarita.
As¨ª que aquel episodio pas¨® como la met¨¢fora de hasta qu¨¦ punto el individuo est¨¢ sometido y maleado, en el mundo actual, por una profunda hipocres¨ªa. Los d¨ªas pares, nos inculcan la psicolog¨ªa del ¡°con¨®cete, qui¨¦rete, pasa tiempo contigo¡±, conscientes de los graves problemas de salud mental o autoestima. Los impares, cuesta aceptar que un esp¨ªritu libre se sienta realizado en solitario, estigmatiz¨¢ndole con lo peor que se puede ser a ojos del otro: alguien digno de pena, de compasi¨®n o de casito.
Sin embargo, se ha vuelto dif¨ªcil desenmascarar ese prejuicio porque muchas personas mayores sufren de aislamiento involuntario, con graves dolencias para su salud emocional o f¨ªsica. Otros aprovechan el tab¨² para perpetuar los rancios estigmas de la solterona, o el divorciado como sin¨®nimo de amargura. Aunque ese desprecio no da?a tanto al aventurero en la treintena. Reducir la soledad al estigma, cuando es elegida, solo sepulta cruelmente la fortaleza, la valent¨ªa, de aquellos individuos que lucharon por zafarse del grupo que no les hac¨ªa feliz, o les oprim¨ªa.
Basta pensar en el chaval que no vuelve a casa en Navidad porque su familia no simboliza para ¨¦l un hogar, sino un infierno de dolor, o reproches hostiles. Est¨¢ el c¨®nyuge que no aguanta m¨¢s infidelidades, pese a arrastrar culpa por romper el hogar de sus ni?os. Imaginemos la chica que pidi¨® ayuda para jam¨¢s aceptar otra mala palabra del novio, o sus celos enfermizos, pese a que le amaba con locura. E incluso, los chavales que cambiaron de colegio para poner l¨ªmite a los desalmados que les hac¨ªan bullying.
En todos esos casos, el individuo no es culpable, ni ning¨²n apestado de su sino. Como suger¨ªa la escritora Sara Mesa en las p¨¢ginas de EL PA?S, debemos desacralizar palabras como ¡°familia¡±, y por extensi¨®n, cualquier c¨ªrculo de pertenencia, creyendo que tienen solo connotaci¨®n positiva. Mesa no pinch¨® en hueso, pues al instante se incendiaron las redes, invit¨¢ndola a tomarse un antidepresivo, a comprarse un gato, y qui¨¦n sabe qu¨¦ m¨¢s majader¨ªas. Negar a otros su sufrimiento tambi¨¦n es una forma de privilegio.
El desprecio hacia el solitario aparece incluso como un sentimiento ego¨ªsta porque no sirve para ayudar a nadie, sino para expiar algo que se esconde dentro de nosotros mismos. ?Tanto p¨¢nico les da la soledad a quienes la critican? Otras veces, dicho recelo no es m¨¢s que una especie de venganza hacia quien no nos necesita, por haberse tomado la licencia de prescindirnos. Afear el hecho de estar solo quiz¨¢s sea una forma de proyecci¨®n interna, rebajando a quien rompe las cadenas que otros, o nosotros mismos, no pudimos.
De lo contrario, la moraleja es que nuestra sociedad quiere caritas sonrientes, cuentos de hadas amorosos, relatos aspiracionales de hogares felices, y le da igual que no lo seas, mientras no est¨¦s solo f¨ªsicamente. Pero nada podr¨ªa ser m¨¢s terrible que soportar un grupo que pervierte nuestros anhelos, que nos diluye. La soledad a veces es un s¨ªmbolo de nuestros l¨ªmites, al no aceptar que nos inhiban, que nos vulneren. A esos solitarios les debemos admiraci¨®n y la m¨¢s alta estima, porque escriben una biograf¨ªa de h¨¦roes que con dignidad se autoafirman.
Aunque la soledad tambi¨¦n puede ser fruto de una elecci¨®n alegre, cuando no cargamos el averno en la mochila. Tampoco supondr¨¢ ah¨ª un ¡°amargada y pobrecita¡±, sino el af¨¢n de los esp¨ªritus fuertes, incorregibles, de ponerse a prueba ante cualquier circunstancia sobrevenida. Estar solo es una met¨¢fora de la vida: vinimos y nos iremos desnudos. Surrealista que podamos pasearnos por el Sal¨®n de los Espejos y conocer la historia del rey Luis XIV, de la Primera Guerra Mundial, o de Mar¨ªa Antonieta para acabar siendo luego nuestro mayor, o peor desconocido.