¡®Perro errante¡¯: una foto salida del infierno
Me quedo mirando la imagen hasta que me dicen que el museo va a cerrar. Salgo a una plaza seca y, aunque hay un sol de miedo, yo s¨®lo veo a ese perro negro mordi¨¦ndome con la potencia de lo que es poco y est¨¢ vac¨ªo y yerto
Estoy en Guadalajara. Salgo a caminar, hace calor. Detr¨¢s de la catedral hay un cartel que indica c¨®mo llegar a la fuente de los ni?os meones. Voy y, en efecto, hay ni?os de bronce orinando agua. M¨¢s adelante, el agua brota en chorros desde el piso. Un nene peque?o los atraviesa, empap¨¢ndose el jean, la camiseta. Se cansa, se aferra las rodillas, resuella, se acerca a sus padres que parecen vivir en la calle, rodeados por carros llenos de cosas. Avanzo entre edificios gigantes repletos de joyer¨ªas, custodiados por guardias con armas largas, los rostros como garras. La calle termina en e...
Estoy en Guadalajara. Salgo a caminar, hace calor. Detr¨¢s de la catedral hay un cartel que indica c¨®mo llegar a la fuente de los ni?os meones. Voy y, en efecto, hay ni?os de bronce orinando agua. M¨¢s adelante, el agua brota en chorros desde el piso. Un nene peque?o los atraviesa, empap¨¢ndose el jean, la camiseta. Se cansa, se aferra las rodillas, resuella, se acerca a sus padres que parecen vivir en la calle, rodeados por carros llenos de cosas. Avanzo entre edificios gigantes repletos de joyer¨ªas, custodiados por guardias con armas largas, los rostros como garras. La calle termina en el Museo Caba?as. Me recomendaron ver all¨ª los murales realizados por Clemente Orozco. En la taquilla me advierten que cierra en media hora, pero no me importa: nunca me quedo mucho en los museos. Camino hasta la capilla (el sitio era un hospicio) donde dos o tres grupos contemplan los pa?os con figuras pintadas por Orozco. Hacen comentarios admirados. A m¨ª me parecen un poco obvias: soldados espa?oles representados como m¨¢quinas fr¨ªas, la rueda dentada del progreso aplastando a los abor¨ªgenes. Siento que las paredes me gritan: ¡°?Emoci¨®nate!¡±, y yo, ignorante, no puedo sentir nada. Voy hasta la sala donde se muestra parte de la descomunal colecci¨®n fotogr¨¢fica del tambi¨¦n fot¨®grafo mexicano Francisco Toledo. Encuentro im¨¢genes p¨ªcaras tomadas por Romualdo Garc¨ªa, circa 1915, mujeres semidesnudas, los pechos gorditos y alegres. Y de pronto, lo inesperado: fotos del genial Josef Koudelka. Entre ellas, su Perro errante. Un perro negro, flaqu¨ªsimo, la r¨¢faga de un cuerpo, un zarpazo en la nieve. Es una foto dram¨¢tica, salida del infierno. Me quedo mir¨¢ndola hasta que me dicen que el museo va a cerrar. Salgo a una plaza seca y, aunque hay un sol de miedo, yo solo veo a ese perro negro mordi¨¦ndome con la potencia de lo que es poco y est¨¢ vac¨ªo y yerto.