Presente escrito
Para saber lo que pas¨® en Ucrania, lo que pasa, lo que pasar¨¢, el hero¨ªsmo sereno de quienes sostienen la trama de la vida, habr¨¢ que escuchar y leer el gran mosaico de voces innumerables de los diarios que siguen redact¨¢ndose ahora mismo
En tiempos de aflicci¨®n y trastorno las personas comunes escriben diarios. Parece que tan poderoso como el instinto de sobrevivir es el de dejar testimonio. Ahora mismo, en Ucrania, en medio de la guerra, bajo el acoso de los misiles rusos que destruyen tan heroicamente las redes de suministro de la electricidad y del agua, mujeres refugiadas en s¨®tanos escriben sus diarios a l¨¢piz, a la luz de las velas o de los tel¨¦fonos m¨®viles. Escriben para dar cuenta de lo que est¨¢n viviendo en el...
En tiempos de aflicci¨®n y trastorno las personas comunes escriben diarios. Parece que tan poderoso como el instinto de sobrevivir es el de dejar testimonio. Ahora mismo, en Ucrania, en medio de la guerra, bajo el acoso de los misiles rusos que destruyen tan heroicamente las redes de suministro de la electricidad y del agua, mujeres refugiadas en s¨®tanos escriben sus diarios a l¨¢piz, a la luz de las velas o de los tel¨¦fonos m¨®viles. Escriben para dar cuenta de lo que est¨¢n viviendo en el momento en que lo viven. La soledad austera del diario escrito a mano se convierte en difusi¨®n inmediata en los que se publican en plataformas digitales. Hay quien teclea en un port¨¢til o en un m¨®vil mientras ve desde una ventana de Kiev c¨®mo un ¨¢guila que baja despacio hacia las terrazas de los edificios resulta ser un dron contra el que disparan en vano los fusiles de la defensa antia¨¦rea. El testigo sabe que deber¨ªa correr a esconderse al lugar m¨¢s seguro de la casa, el cuarto de ba?o sin ventanas al exterior, pero su curiosidad es m¨¢s poderosa, su impulso de atestiguar y transmitir de inmediato lo que ve.
Hay quien escribe con el medio que tiene m¨¢s a mano, y hay tambi¨¦n quien en vez de escribir elige contar en voz alta y grabarlo como un mensaje de WhatsApp. El testimonio de la voz es m¨¢s inmediato todav¨ªa. En la p¨¢gina web de Sky News se publican regularmente entradas de diario de hombres y mujeres que viven en Ucrania. Cuentan lo que ven con sus propios ojos, lo que ha sucedido unas horas antes, la tensi¨®n de lo que en cualquier momento puede suceder. Un ligero temblor en la voz matiza la sobriedad del relato. Despu¨¦s de varios d¨ªas sin salir de su casa, en una tarde que parece tranquila, un hombre queda para cenar con un amigo en un restaurante de Kiev. Durante un rato la conversaci¨®n, la comida, las voces de los otros comensales, permiten una apariencia de normalidad. Lo concreto siempre es desconcertante. De pronto se apagan las luces, y el restaurante es un lugar a oscuras donde las caras se vuelven fantasmales a la luz blanca de los m¨®viles. Hay que pagar en efectivo, porque las tarjetas de cr¨¦dito no funcionan. El narrador en voz alta cuenta que cuando ¨¦l y su amigo salen a la calle el barrio y la ciudad entera son una amplitud ilimitada de tiniebla, en la que aparecen y desaparecen los faros de los coches. En otro diario oral, suena una explosi¨®n tremenda y la oscuridad se hace de golpe en el supermercado, pero nadie alza la voz y ni siquiera se desordena la cola de los clientes en la caja. Todo el mundo aguarda en silencio. Nadie se va, nadie aprovecha para robar nada.
En Berl¨ªn, en el Museo de las Culturas Europeas, puede verse el diario visual de la fot¨®grafa Mila Teshaieva. Vive en Alemania pero al comienzo de la invasi¨®n volvi¨® a Kiev, su ciudad, y a trav¨¦s de fotos y de breves testimonios escritos fue documentando la extra?a nueva normalidad de la guerra. La imaginaci¨®n es mucho m¨¢s pobre de lo que parece. El horror irrumpe de una manera tan s¨²bita que desborda los sentidos y la inteligencia y ha de ser contado para que se vuelva hasta cierto punto inteligible. Los testigos mueren, las cosas empiezan a olvidarse reci¨¦n ocurridas. La percepci¨®n de cada uno es limitada y fragmentaria. Los proveedores del crimen a escala industrial ponen todo su esfuerzo en destruir y tambi¨¦n en tergiversar o borrar las huellas de su salvajismo. Una gran parte del sufrimiento de las personas corrientes no llega a conocerse, porque quedan borradas en el anonimato de la carne de ca?¨®n, como debajo de las ruinas de uno de esos bloques enormes de pisos de la era sovi¨¦tica que se derrumban ahora bajo el fuego de las bombas rusas. Cualquier generalizaci¨®n es una gran injusticia. La vida est¨¢ hecha exclusivamente de detalles particulares. El nombre y la voz y la cara ¨²nica de cada persona son un alegato contra el olvido y contra el exterminio. La invenci¨®n literaria no es necesariamente la finalidad m¨¢s noble del acto de escribir.
La diferencia entre la escritura del presente inmediato y la del pasado es m¨¢s radical todav¨ªa que la que existe entre el relato de lo visto y vivido y el de lo imaginado. ¡°El tiempo tambi¨¦n pinta¡±, dice Goya. El tiempo, seg¨²n Marguerite Yourcenar, tambi¨¦n es un gran escultor, porque simplifica y mejora con su desgaste las estatuas antiguas. Pero lo que mejor hace el tiempo es escribir. El tiempo es un editor eficiente y sin escr¨²pulos que suprime de la memoria la mayor parte de lo realmente sucedido, y lo que selecciona como valioso lo organiza en un relato que conduce, como en las novelas, a la culminaci¨®n inevitable del momento presente. Eres la novela que te vas contando a ti mismo mientras est¨¢s despierto, intercalada por las narraciones insensatas de los sue?os. Por muy bien que recuerdes o creas recordar algo, lo est¨¢s viendo siempre a trav¨¦s del conocimiento de lo que vino despu¨¦s. La ¨²nica memoria verdadera, nos ense?¨® Proust, es la involuntaria: solo en ella brilla un instante del pasado con la inmediatez de lo que est¨¢ siendo vivido.
Las limitaciones del diario son tambi¨¦n sus mayores ventajas. No hay otra trama que la simple sucesi¨®n de los d¨ªas. Y el que escribe el diario, a diferencia del historiador o el memorialista, no sabe lo que pasar¨¢ ma?ana, ni dentro de un rato, ni lo que est¨¢ pasando solo unas calles m¨¢s all¨¢. Est¨¢ tan confinado en el presente como esas personas antiguas de las fotograf¨ªas que miran a la c¨¢mara con toda la inocencia, para nosotros inconcebible, de quien no tiene el menor indicio sobre lo que le reserva el porvenir. Una madrugada de febrero, todav¨ªa de noche, alguien se despierta como sacudido por un temblor de tierra, expulsado sin misericordia del sue?o, ensordecido y aterrado por las explosiones. A las personas nos cuesta mucho comprender los trastornos s¨²bitos de una cotidianidad que damos por supuesta; pero quiz¨¢s nos cuesta m¨¢s todav¨ªa ponernos en la situaci¨®n de la primera sorpresa, del primer p¨¢nico que era m¨¢s grave porque no formaba parte de nuestras expectativas usuales, las que nos otorgan el sosiego, en gran medida ficticio pero imprescindible, de habitar un mundo ordenado, sometido a reglas que se pueden comprender y predecir.
Nadie comprend¨ªa al principio la escala monstruosa de lo que estaba empezando esa madrugada de febrero, pero de inmediato llegaron las predicciones retrospectivas de los expertos, que son siempre infalibles, y hasta se dictamin¨® de antemano el desenlace de una invasi¨®n victoriosa y tan r¨¢pida que ni merecer¨ªa el nombre duradero de guerra. Para saber lo que pas¨®, lo que pasa, lo que pasar¨¢, la crudeza de lo inaudito, el hero¨ªsmo sereno de quienes sostienen, en mitad de un apocalipsis, la trama ordinaria de la vida, habr¨¢ que escuchar y leer el gran mosaico, el collage de voces innumerables de los diarios que siguen escribi¨¦ndose ahora mismo.