Saquen a la cultura del lodazal
Cultura de la muerte, de la violaci¨®n, de la violencia incluso... ?De qu¨¦ hablamos cuando hablamos de cultura?
En cuanto escuchaba la palabra cultura, quitaba el seguro de su pistola. Se atribuye a Hermann G?ring, el orondo criminal de guerra nazi. Como tantas citas, esta tambi¨¦n es ap¨®crifa, pero exacta, pues expresa los nefastos instintos y obsesiones anti intelectuales de la extrema derecha europea durante el siglo pasado. Entonces la cultura se asociaba a la alfabetizaci¨®n, la ciencia, el pensamiento, el cultivo de las artes y del intelecto, todas las formas, elevadas o populares, masivas o minoritarias...
En cuanto escuchaba la palabra cultura, quitaba el seguro de su pistola. Se atribuye a Hermann G?ring, el orondo criminal de guerra nazi. Como tantas citas, esta tambi¨¦n es ap¨®crifa, pero exacta, pues expresa los nefastos instintos y obsesiones anti intelectuales de la extrema derecha europea durante el siglo pasado. Entonces la cultura se asociaba a la alfabetizaci¨®n, la ciencia, el pensamiento, el cultivo de las artes y del intelecto, todas las formas, elevadas o populares, masivas o minoritarias, de expresi¨®n individual y colectiva del esp¨ªritu humano.
A lo que parece, pinta distinto el siglo XXI, y la palabra se asocia tranquilamente a lo peor de lo peor, con el objetivo probablemente propagand¨ªstico de provocar espanto y rechazo, efectos facilitados por la asociaci¨®n monstruosa entre ideas incompatibles. Nada hay que decir sobre la arbitrariedad de los significantes, seg¨²n nos ense?aron los fil¨®sofos del lenguaje. Cualquiera tiene derecho a dar el significado que quiera a las palabras. Nadie puede impedirlo ni mucho menos prohibirlo. Al menos, cabr¨¢ criticarlo desde el punto de vista de quienes nacieron en aquel mundo en que la cultura, desde la m¨¢s modesta hasta la m¨¢s grandiosa, se asociaba a la idea de libertad y suscitaba respeto y admiraci¨®n.
El fen¨®meno no es exclusivo de nadie y anda repartido entre las posiciones pol¨ªticas, ideol¨®gicas e incluso religiosas m¨¢s distantes, lugares donde esta ¨¦poca de radicalidades e ¨ªnfulas conceptuales prefiere situar sus obsesiones. La moderaci¨®n, los acuerdos y pactos, y no digamos el consenso, el maldito consenso, pertenecen a aquel denostado final de siglo que pretendi¨® enderezar el ascenso a los extremos entre 1914 y 1989 hasta las mort¨ªferas cumbres totalitarias.
En uno de ellos, el de la derecha social y religiosa, se asocia nada menos que con la muerte, para denigrar as¨ª a las mujeres que quieren ser due?as de su cuerpo, a los enfermos y ancianos que exigen el derecho a morir dignamente y a los m¨¦dicos que ayudan a unas y otros. En el lado opuesto, se asocia con la violaci¨®n, para extender la responsabilidad del delito a las expresiones, especialmente pl¨¢sticas o audiovisuales, ideas o estereotipos masculinos que convierten a las mujeres en objetos y estimulan a los hombres a imponer sus deseos sexuales sin su consentimiento o con violencia.
Incluso a esta ¨²ltima se la asocia, siendo como es exactamente lo contrario de la cultura seg¨²n las acepciones al parecer periclitadas de anta?o, cuando esta variedad de cultos a la muerte, a la violaci¨®n y a los ¨¢ngulos m¨¢s oscuros de la naturaleza humana suscitaban repugnancia y se cre¨ªa en la verdad y en la luz de un poema, una pintura, una novela, una sinfon¨ªa o una canci¨®n. ?O acaso debiera darse por cancelada esa vieja idea precisamente ahora, cuando los fieles seguidores del truculento pistolero hitleriano, los dictadores de Rusia, Ir¨¢n y China, siguen desconfiando de ella y la persiguen con id¨¦ntica sa?a?