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Arbi decidi¨® su final: el adi¨®s voluntario de un enfermo de ELA

El relato de los ¨²ltimos siete meses de vida de un paciente de 41 a?os que solicit¨® la eutanasia antes de perder el control de su cuerpo.

EPS 2401 CENTRAL EUTANASIA
Cristina Estanislao

Esta es la historia de Arbi. O, mejor dicho, la historia de Arbi desde que lo conoc¨ª ¡ªuna ma?ana de invierno, en su casa, delante de un t¨¦ y unas chocolatinas que hab¨ªa tra¨ªdo haciendo equilibrios con una bandeja mientras se apoyaba en su muleta¡ª y la tarde de verano en que nos despedimos, por tel¨¦fono, solo unas horas antes de que le practicaran la eutanasia. Durante esos siete meses, hablamos mucho, a veces en su casa, un segundo piso sin ascensor de un barrio obrero de Madrid, ¨¦l sentado en su cama, bajo el p¨®ster de su grupo de rock favorito, y yo en una silla junto al ordenador; otras veces pas¨¢bamos largos ratos al tel¨¦fono. Me habl¨® de su vida y me pregunt¨® por la m¨ªa. Hablamos tambi¨¦n, mucho, de la muerte. De su muerte. De por qu¨¦. De cu¨¢ndo. Un d¨ªa, nada m¨¢s entrar en su habitaci¨®n, se?al¨® el almanaque y me dijo:

¡ªMira, hoy tendr¨ªa que estar muerto. El d¨ªa previsto era ayer. Pero lo he aplazado hasta que mi sobrina termine el curso.

Dec¨ªa las cosas as¨ª, sin afectaci¨®n, sin drama, pero a veces la emoci¨®n lo pillaba a traici¨®n y se quedaba en silencio, con la cabeza baja, hasta que lograba sujetar las riendas. Como aquel s¨¢bado de primavera. Se anim¨® a bajar, cada escal¨®n una tortura, y dimos un paseo en coche por Madrid. Iba contento, escuchando su m¨²sica, se?alando un trayecto ¡ª¡±tira primero por la Castellana y luego te voy diciendo¡±¡ª que result¨® ser un pase de revista a toda su vida ¡ª¡±ah¨ª me gustaba venir a leer, ah¨ª tuve un accidente de coche¡±¡ª. Al final, nos sentamos en una terraza de un barrio bien, nos pedimos una copa de vino y brindamos, no me acuerdo de por qu¨¦ o por qui¨¦n, pero s¨ª que bajamos la cabeza y estuvimos mucho rato sin hablar.

La primera noticia de Arbi me lleg¨® a trav¨¦s de un mensaje de Fernando Mar¨ªn: ¡°Hay un joven con ELA [esclerosis lateral amiotr¨®fica] que quiere dar su testimonio. Hace dos meses que entreg¨® toda la documentaci¨®n solicitando la eutanasia, pero no ha tenido respuesta de la Comisi¨®n de Garant¨ªa y Evaluaci¨®n, que depende de la Consejer¨ªa de Sanidad de la Comunidad de Madrid. Si quieres hablar con ¨¦l, ll¨¢mame¡±. Aquella historia me record¨® otra muy reciente. Hab¨ªa conocido a Mar¨ªn, m¨¦dico y asesor de la asociaci¨®n Derecho a Morir Dignamente (DMD), unos meses antes. Me puso en contacto con una mujer de unos 70 a?os que padec¨ªa una enfermedad incurable y unos dolores tan terribles que su vida se reduc¨ªa a la lucha constante, casi siempre in¨²til, contra el sufrimiento. Ya hab¨ªa comprado por internet una sustancia para acabar con su vida cuando, en junio de 2021, entr¨® en vigor en Espa?a la ley de regulaci¨®n de la eutanasia. Decidi¨® intentarlo entonces por la v¨ªa legal, pero a pesar de que reun¨ªa todos los requisitos para que su caso fuese aprobado, ni la Comunidad de Madrid ni el Hospital G¨®mez Ulla le contestaron siquiera. Su ¨²ltima llamada de socorro fue a trav¨¦s de este diario. ¡°No se trata de un capricho¡±, explic¨®, ¡°es que mi vida consiste en intentar sufrir lo menos posible, y aun as¨ª mi sufrimiento es intolerable. No quiero suicidarme. Solo quiero que me ayuden a dejar de sufrir. Nada m¨¢s. Para m¨ª es inconcebible que haya una ley y que no se pueda aplicar¡±. No hizo efecto. La respuesta oficial nunca lleg¨® y, dos semanas y dos d¨ªas despu¨¦s de la publicaci¨®n del reportaje, aquella mujer pidi¨® un taxi, dio la direcci¨®n de un hotel en el centro de Madrid y se tom¨® la sustancia que guardaba desde hac¨ªa tiempo. Un momento antes de ingerir aquel compuesto se hab¨ªa preocupado de colocar en la entrada de la habitaci¨®n, sobre una silla, un cartel pidiendo a quien abriera la puerta que llamara a la polic¨ªa, con el fin de evitarle el susto a la camarera de piso. Aquella mujer, seg¨²n la ley, ten¨ªa derecho a una muerte discreta, pac¨ªfica, en la cama de un hospital, pero muri¨® como una suicida. Eligi¨® un hotel porque quiso ahorrar a sus vecinos de toda la vida ¡°un esc¨¢ndalo en la escalera¡±.

Arbi tiene 41 a?os, barba de varios d¨ªas y una coleta que le sujeta su pelo rizado.

¡ªTodo empez¨® una tarde de hace siete meses, en el metro. Me hab¨ªa arreglado para ir a pasarlo bien. Saqu¨¦ el m¨®vil para ver las tonter¨ªas que miramos para pasar el tiempo y el dedo este ¡ªel pulgar de la mano derecha¡ª empez¨® a temblar con un movimiento raro, intermitente, fuera de control. Pens¨¦: ser¨¢ cosa de nervios. Pero durante toda la tarde y durante toda la noche segu¨ªa y segu¨ªa, y al d¨ªa siguiente, cuando me despert¨¦, a¨²n segu¨ªa temblando. De ver tantas series de m¨¦dicos ¡ªsonr¨ªe¡ª not¨¦ enseguida que era algo neurol¨®gico, incluso pens¨¦ que era p¨¢rkinson. Estaba tan convencido de eso que llam¨¦ a mi seguro privado y ped¨ª consulta con una neur¨®loga especialista en p¨¢rkinson¡­

¡ª?Y qu¨¦ te dijo?

¡ªQue no era p¨¢rkinson. Pero no me lo dijo con buena cara, y pens¨¦: ?qu¨¦ manera de dar buenas noticias es esta¡­? Me dijo que lo que sent¨ªa en el dedo no eran temblores, sino fasciculaciones, y pidi¨® que me hicieran m¨¢s pruebas, una resonancia, un electromiograma¡­ No me dijo nada m¨¢s, pero yo volv¨ª a casa y empec¨¦ a indagar con el m¨®vil, a ver d¨®nde encajaban esas tres palabras ¡ªfasciculaciones, resonancia, electromiograma¡ª y enseguida vi que pod¨ªa ser ELA. A los dos o tres d¨ªas, me llam¨® la doctora y me pregunt¨®: ?tienes alg¨²n problema si te ingreso para hacerte m¨¢s pruebas? Y ya se lo pregunt¨¦ directamente: es ELA, ?verdad?

A Arbi le tiembla la voz, carraspea, no puede seguir hablando. Esconde la cabeza entre las manos y, durante los 12 segundos siguientes, la grabadora registra un silencio absoluto que Arbi rompe para pedir disculpas: ¡°Perd¨®n. Es que me acuerdo de aquellos d¨ªas. Fui al hospital con el temor de que la doctora me confirmara lo que ya intu¨ªa¡±.

Arbi, en su casa, el invierno pasado, cuando ya hab¨ªa tramitado la petici¨®n para acogerse a la eutanasia pero a¨²n no le hab¨ªa sido concedida.
Arbi, en su casa, el invierno pasado, cuando ya hab¨ªa tramitado la petici¨®n para acogerse a la eutanasia pero a¨²n no le hab¨ªa sido concedida.Jaime Villanueva

Arbi lleg¨® a Madrid a los 16 a?os junto a sus padres y su hermana, armenios nacidos en Ir¨¢n que consiguieron el estatus de refugiados con la perspectiva de seguir hacia Estados Unidos, que es, despu¨¦s de Rusia, el destino principal de la di¨¢spora armenia y donde ya viv¨ªan algunos familiares: ¡°Pero vimos que este pa¨ªs era muy bueno, maravilloso, y decidimos quedarnos aqu¨ª¡±. Como muchos inmigrantes de segunda generaci¨®n, aquel joven que ya estaba obsesionado con la m¨²sica se construy¨® en solitario y de forma autodidacta una identidad distinta a la de sus padres, unos trabajadores con fuertes convicciones cristianas y preocupados por salir adelante cada d¨ªa en un pa¨ªs y un idioma desconocidos.

¡ªSe puede decir que mi religi¨®n fue la filosof¨ªa y el amor de mi vida la m¨²sica. Yo empec¨¦ a amar la m¨²sica a los 15 o los 16 a?os. Siempre fui rockero, una persona muy alegre, muy de ir a conciertos, a lugares de ese tipo, incluso toqu¨¦ la bater¨ªa en un grupo de amigos. Lo he pasado bien. Supe pasarlo bien. Tuve una vida plena. No he sido de esos que dicen lo dejo para ma?ana¡­ Por eso ahora acepto mi mala suerte, pero no quiero ver c¨®mo esta maldita enfermedad me va matando poco a poco.

¡ª?Cu¨¢ndo empiezas a pensar en morir, en pedir la eutanasia?

¡ªDesde el d¨ªa que me ingresaron para hacer las pruebas. Ya habl¨¦ de ese tema con la m¨¦dica que me hizo la punci¨®n lumbar para descartar que fueran otras enfermedades, y le pareci¨® raro. Me dijo: ?ya est¨¢s pensando en eso y ni siquiera tenemos la confirmaci¨®n de que es ELA? Le cay¨® como una bomba que yo hablara tan pronto de la muerte y pidi¨® que me viera una psiquiatra. Pero yo ten¨ªa las ideas claras. Incluso ya me lo hab¨ªa planteado mucho antes de caer enfermo. Cuando ve¨ªa pel¨ªculas sobre estos temas, como la de Ram¨®n Sampedro, siempre pensaba: si un d¨ªa me toca una enfermedad de ese tipo, tambi¨¦n querr¨¦ morir. Entiendo, y respeto, a las personas que quieren aguantar hasta el final. Lo que no entiendo es a la gente que se opone a que otros queramos acogernos a un derecho que ya existe.

Esa primera entrevista dura una hora y 20 minutos. Ah¨ª est¨¢ toda su vida pasada. Sus aficiones ¡ªlos relojes, los coches¡ª, sus trabajos ¡ªen la construcci¨®n cuando era muy joven, de cocinero despu¨¦s¡ª, pero por encima de todo eso, de la nostalgia de una vida que ya no ser¨¢, de la rabia o la tristeza, sobre el ¨¢nimo de este hombre de 41 a?os sobrevuela una sensaci¨®n constante de angustia. No es ni siquiera el miedo a la muerte, que ya parece haber asumido, sino el terror ¡ªuna pesadilla que no lo abandona ni dormido ni despierto¡ª a que la enfermedad avance hasta un punto que ¨¦l considera innegociable.

¡ª?Cu¨¢l es tu l¨ªmite?

¡ªYo se lo dije a mi m¨¦dico desde el principio. Quiero vivir mientras me valga por m¨ª mismo. Mientras pueda ir al ba?o, ducharme... Hace mucho tiempo que ya no puedo conducir ni pasear por la calle, pero eso no es imprescindible. Mi l¨ªmite es la silla de ruedas. Antes de llegar a ese momento, al momento en que mis padres, que todav¨ªa trabajan pero ya no son j¨®venes, me tengan que acostar y levantar, afeitarme y todo lo dem¨¢s, prefiero morir. Si es de forma legal, en un hospital, con todas las garant¨ªas que marca la ley, mejor. Si no, tendr¨¦ que recurrir al plan b¡­ Lo tengo ah¨ª, en ese caj¨®n, pero no me gustar¨ªa llegar a eso. Yo no soy un suicida. Ten¨ªa una vida que me gustaba. Siempre quise hacer las cosas bien. Y ahora m¨¢s que nunca. Me gustar¨ªa adem¨¢s que, ya que voy a morir joven, mis ¨®rganos se puedan trasplantar a personas que los necesiten¡­

Es la lucha fren¨¦tica que, desde su cama, armado tan solo de una muleta para moverse por su casa y de un tel¨¦fono m¨®vil, libra desde que le diagnosticaron la ELA. Se hizo socio de Derecho a Morir Dignamente, logr¨® que el neur¨®logo de su hospital de referencia firmara su petici¨®n para acogerse a la eutanasia ¡ªhay casos en que se declaran objetores de conciencia y el proceso se retrasa a¨²n m¨¢s¡ª, incluso contact¨® por su cuenta con la Organizaci¨®n Nacional de Trasplantes para que le hicieran las pruebas de compatibilidad. ¡°La enfermera casi se desmaya¡±, cuenta Arbi con un humor negro en el que se apoyar¨¢ hasta el final como si fuese su segunda muleta, ¡°supongo que aquella mujer nunca habr¨ªa visto a ning¨²n donante llevar los ¨®rganos personalmente¡±. Solo deja de sonre¨ªr cuando piensa que no llegar¨¢ a tiempo. Es esa angustia que siempre regresa y que lo ha llevado, de acuerdo con Fernando Mar¨ªn, el m¨¦dico de DMD, a pedirnos que contemos su caso en el peri¨®dico.

No lleg¨® a hacer falta. Cinco d¨ªas despu¨¦s de la entrevista, Arbi llam¨® por tel¨¦fono: ¡°Me han aprobado la eutanasia¡±. La Comisi¨®n de Garant¨ªa y Evaluaci¨®n de la Consejer¨ªa de Sanidad, en un informe de apenas cinco folios, concluye que el paciente padece esclerosis lateral amiotr¨®fica, que ¡°el ¨²nico f¨¢rmaco disponible para su enfermedad no ofrece cura a d¨ªa de hoy¡±, y a?ade que Arbi ¡°muestra firmeza¡± en su decisi¨®n: ¡°Prefiere no seguir viviendo antes que perder su autonom¨ªa, independencia y dignidad¡±. Aquella noticia le devuelve una cierta tranquilidad, pero enseguida advierte con clarividencia:

¡ªSolo es el primer paso. Este camino ser¨¢ todav¨ªa largo y estar¨¢ lleno de dificultades.

¡ª?Quieres que te acompa?emos?

¡ªS¨ª.

El m¨¦dico Fernando Mar¨ªn es una persona tranquila, que explica las cosas de forma sencilla, con una claridad que inspira confianza. Ha ayudado a muchas personas a cumplir su ¨²ltima voluntad cuando ya no pod¨ªan m¨¢s con la vida, procurando asegurarse de que lo hac¨ªan de forma voluntaria, con conciencia plena. Y, aun as¨ª, a pesar de su experiencia, dice que hay algo en cierto modo inescrutable, que forma parte del misterio, que probablemente tiene una respuesta diferente para cada persona. ?Por qu¨¦ Arbi quer¨ªa morir? ?Por qu¨¦ aquella se?ora de 70 a?os? ?Por qu¨¦ otros en unas circunstancias parecidas de deterioro no lo hacen? ¡°La petici¨®n de querer morir se hace de forma intuitiva¡±, explica, ¡°no se necesitan excusas. Pero alrededor de esas preguntas ¡ªpor qu¨¦ decides morir, cu¨¢les son tus razones, tus vivencias¡ª hay emociones, valores y sentimientos que debemos indagar. Se trata de acercarnos, lo que podamos, a la naturaleza del sufrimiento, al misterio del sufrimiento¡±.

Un par de semanas despu¨¦s, encerrados en su habitaci¨®n mientras fuera llov¨ªa con fuerza, Arbi me ense?a un correo electr¨®nico. Es de una productora de cine que le ofrece hacer de extra en una pel¨ªcula. No es la primera vez. Incluso a?os atr¨¢s hab¨ªa participado en un anuncio publicitario de una tarjeta de cr¨¦dito que se rod¨® en el antiguo estadio del Atl¨¦tico de Madrid, y en el que particip¨® Pel¨¦ junto a extras de distintas razas que simulaban jugar un partido de f¨²tbol. ¡°A m¨ª siempre me daban el papel de ¨¢rabe¡±, sonr¨ªe, ¡°aunque no lo sea, pero con esta pinta¡­¡±. Arbi quer¨ªa mostrar con aquello que, pese a sus pocos recursos, hab¨ªa conseguido construirse en Espa?a una vida que le gustaba, en la que compaginaba peque?os lujos mundanos con el estudio de la filosof¨ªa, la lectura de poes¨ªa y hasta el sue?o de ser actor. Su siguiente proyecto de vida ¡ªy ah¨ª se le quiebra la voz¡ª era formar una familia. ¡°Si lo que yo m¨¢s quiero¡±, dice con la vista siempre puesta en el freno de mano de las emociones, ¡°es a mi sobrina de siete a?os, no me quiero ni imaginar lo que puede ser un hijo o una hija¡­ Pero eso ya tampoco podr¨¢ ser¡±.

Arbi en la habitaci¨®n de la vivienda que compart¨ªa con su familia en Madrid.
Arbi en la habitaci¨®n de la vivienda que compart¨ªa con su familia en Madrid.Jaime Villanueva

Durante los meses que siguieron a la aprobaci¨®n de su eutanasia, Arbi luch¨® en varios frentes. Y no en todos gan¨®. El primero fue averiguar si la eutanasia deb¨ªa practic¨¢rsele inmediatamente despu¨¦s de que le fuera concedida ¡ªen una semana o dos, como en principio ser¨ªa previsible para las personas que padecen un dolor insoportable¡ª o si, por el contrario, exist¨ªa alguna posibilidad de aplazar la fecha de la muerte varias semanas o incluso meses. El miedo a no llegar a tiempo lo llev¨® a remover Roma con Santiago para obtener la aprobaci¨®n, pero cuando esta lleg¨® ¡ªm¨¢s pronto de lo que tem¨ªa¡ªdescubri¨® que su deterioro f¨ªsico no hab¨ªa aumentado tanto. Arbi ten¨ªa, adem¨¢s, una raz¨®n de peso para pedir un aplazamiento:

¡ªMi hermana me ha pedido que espere a que mi sobrina termine el curso. Y yo tambi¨¦n quiero estar en su cumplea?os, que para ella siempre es una fiesta especial.

Pero ni su m¨¦dico ni ¨¦l sab¨ªan al principio si el aplazamiento era posible, y si lo era, por cu¨¢nto tiempo. ¡°Espero que, de alguna manera, mi esfuerzo por se?alar las partes de la ley que no est¨¢n claras o ni siquiera previstas¡±, explicaba Arbi, ¡°le haga el camino m¨¢s f¨¢cil, menos duro, a los que vengan detr¨¢s¡±.

Arbi consigui¨® el aplazamiento. El segundo frente ¡ªque le llev¨® meses de llamadas telef¨®nicas hasta que logr¨® una respuesta satisfactoria¡ª consisti¨® en averiguar si la Organizaci¨®n Nacional de Trasplantes ten¨ªa un protocolo de actuaci¨®n para extraer los ¨®rganos de pacientes a los que se les ha practicado la eutanasia. Al final de la primavera, en una conversaci¨®n que mantuvimos por tel¨¦fono desde Andaluc¨ªa, donde me encontraba haciendo un reportaje, me anunci¨® con cierto deje de orgullo que, a fuerza de insistir, hab¨ªa conseguido una respuesta: ¡°T¨² sabes que yo soy el que m¨¢s pregunta del mundo, y no me quedo tranquilo hasta que resuelvo todas las dudas. Ya lo dec¨ªa S¨®crates, hay que vivir una vida examinada. No hay que aceptar todo a la primera. Hay que buscar tu ?taca. ?Conoces el poema de Cavafis...? El caso es que los de la Organizaci¨®n de Trasplantes son amables, y aunque creo que les fastidia que les pregunte tanto sobre c¨®mo me van a quitar los ¨®rganos, si hay posibilidad de que me despierte y esas cosas raras que me rondan por la cabeza, al final me han respondido. El que lleva el cotarro me ha dicho que ya han tenido un caso como el m¨ªo, exactamente igual, un hombre con ELA en la Comunidad de Madrid que tambi¨¦n don¨® los ¨®rganos. Me dijo: ¡®Pens¨¢bamos que ibas a ser el primero, pero alguien te llev¨® la delantera, je je...¡¯. Les dije que en esta ocasi¨®n yo ten¨ªa un buen motivo para quedar segundo, el cumplea?os de mi sobrina¡±.

El tercer frente era tal vez el que m¨¢s le preocupaba. Pero, para situarlo en su contexto, hay que explicar algo sobre la personalidad de Arbi.

Arbi era un hombre bueno. Como dir¨ªa Antonio Machado, ¡°en el buen sentido de la palabra, bueno¡±. Se enfadaba con la tardanza de su neur¨®logo en contestarle, incluso por las malas formas que gast¨® en algunas ocasiones, pero enseguida a?ad¨ªa una justificaci¨®n: ¡°Est¨¢ desbordado. Lo obligan a hacerse cargo de algo nuevo para ¨¦l, como es el papeleo que conlleva la eutanasia, pero no le dan los medios suficientes y el hombre se siente impotente¡±. Un d¨ªa, ya casi al final, son¨® su tel¨¦fono y contest¨® como siempre hac¨ªa, activando el altavoz porque ya le costaba mucho llev¨¢rselo a la oreja y mantenerlo as¨ª. De modo que Fernando Mar¨ªn y yo, que nos encontr¨¢bamos en su habitaci¨®n en ese momento, escuchamos a su interlocutor ¡ªun sanitario de su hospital de referencia¡ª despotricar de modo impropio ante un enfermo al que le quedan pocas horas de vida: ¡°?Estoy hasta los cojones. Si ma?ana no est¨¢n las pruebas aqu¨ª, lo mando todo al carajo!¡±. Ante nuestro gesto de sorpresa, Arbi le quit¨® enseguida hierro al asunto: ¡°No tiene importancia. Me habla as¨ª porque ya tenemos confianza. Y adem¨¢s es rockero como yo...¡±. Hay todav¨ªa otra cuesti¨®n que, unida a su aprecio natural por el pr¨®jimo, conviene tener en cuenta de antemano para calibrar hasta qu¨¦ punto sufr¨ªa con lo que contaremos a continuaci¨®n. Durante los siete meses que mantuvimos el contacto ¡ªdesde antes de que le fuera concedida la eutanasia hasta el momento final¡ª, Arbi jam¨¢s dud¨® de su decisi¨®n. S¨ª tuvo momentos bajos en los que, por un motivo u otro, se desesperaba y dec¨ªa con amargura: ¡°Estoy intentando hacerlo todo bien, pero no hay manera. Ya no s¨¦ si hubiese sido mejor haberme tomado eso [y se?alaba el aparador donde guardaba la soluci¨®n fatal] y ya est¨¢¡±. Pero enseguida se le pasaba y volv¨ªa a intentar construirse, ladrillo a ladrillo, una muerte que lo librara a ¨¦l del fantasma de la incapacidad, pero que a la vez fuese asumida, entendida, por sus padres.

De eso va, precisamente, su tercer frente, el que no consigui¨® vencer.

La habitaci¨®n de Arbi era la primera a la izquierda seg¨²n se entraba en el piso que compart¨ªa con su familia desde que enferm¨®. Casi siempre qued¨¢bamos por la ma?ana, cuando sus padres estaban en sus respectivos trabajos y ten¨ªamos libertad para hablar de asuntos que, necesariamente, a ellos les hac¨ªa da?o escuchar. Si la muerte de un hijo debe ser insoportable, el lento, consciente y deseado paseo de Arbi hacia ella resultaba una tortura para ellos. El padre, seg¨²n dec¨ªa su hijo, optaba muchas veces por encerrarse en el silencio. La madre buscaba incansable entre sus amistades, sus compa?eros de trabajo y su fe, un remedio o un milagro. Arbi los ve¨ªa sufrir, les intentaba explicar que la ELA no tiene compasi¨®n, que no hab¨ªa esperanza, que mejor despedirse as¨ª que no dentro de unos meses, convertido ya en una carga insoportable. Como si una madre pudiera firmar tablas ante la muerte de un hijo.

Una tarde ella lleg¨® y me vio all¨ª sentado, como siempre, al fondo de la habitaci¨®n, junto a la ventana. Me salud¨® muy amable y me pregunt¨®:

¡ª?No lo encuentra usted mejor?

Arbi, desde la cama, me sonri¨®: ¡°?Ves lo que te dec¨ªa?¡±

Cuatro meses despu¨¦s de que nos conoci¨¦ramos, y tras un par de semanas sin vernos, Arbi me cont¨® por tel¨¦fono que hab¨ªa sufrido un deterioro importante:

¡ªYa sabes que yo quer¨ªa esperar hasta el verano, pero no s¨¦ si voy a poder. Tal vez ha llegado el momento. Y mis padres ya han visto que esta enfermedad realmente es jodida. Han visto que me dan episodios de asfixia que son terror¨ªficos, casi se me sale el est¨®mago por la boca. Me dan arcadas fuertes, me ahogo, doy voces de angustia, se me ponen los ojos rojos y me caen l¨¢grimas de dolor. Mis padres no me hab¨ªan visto nunca as¨ª. Me est¨¢n viendo sufrir tanto que creo que ya me entienden m¨¢s y est¨¢n cambiando de idea, que es mejor que no sufra. Digamos que tuvo su parte buena, su parte positiva...

¡ª?Y no hay nada que te alivie?

¡ªSe lo he preguntado al m¨¦dico y me ha dicho que no, pero luego he mirado por internet y he visto que s¨ª, lo he vuelto a llamar y me lo ha recetado. No me lo pod¨ªa creer. Estoy cansado. Por un lado pienso en tirar la toalla, por otro cada vez me entran m¨¢s dudas de c¨®mo ser¨¢ el final. Ll¨¢malo miedo o lo que sea. Supongo que, a pesar de mi decisi¨®n, mi cuerpo y mi mente se resisten. Lo natural es que la muerte te venga a buscar. Cuando t¨² vas hacia ella, como en el suicidio, hay algo que te echa para atr¨¢s. No dudo de mi decisi¨®n, pero s¨ª me surgen preguntas que nadie sabe responder. Una vez que firmaron mi eutanasia, parece que se olvidaron de m¨ª.

Se le nota cansado, y a ratos enfadado con una m¨¢quina burocr¨¢tica excesivamente lenta para casos como el suyo: ¡°Siempre he cumplido, he pagado mis impuestos, jam¨¢s me pas¨¦ un sem¨¢foro en rojo y ahora me niegan una prestaci¨®n por dependencia con la que quer¨ªa ahorrar algo para pagar mi funeral y no dejarle esa carga a mis padres¡±. Un par de semanas m¨¢s tarde, lo volvemos a visitar Fernando Mar¨ªn y yo. Ya ha retomado la calma, se le nota incluso con buen humor. Nos cuenta que hace a?os, en cuanto vio que este pa¨ªs le gustaba mucho, que se alegraba de no haber ido a vivir con sus primos de Estados Unidos, pidi¨® la nacionalidad espa?ola.

¡ªParece que el destino se r¨ªe de m¨ª. Me la concedieron cuando ya estaba enfermo. Y hace unos d¨ªas vino una funcionaria para que firmara los papeles, porque yo alegu¨¦ mi enfermedad para no tener que ir a las oficinas. Hoy me ha llegado la documentaci¨®n definitiva. Se han hecho un l¨ªo con el apellido, pero ya soy espa?ol.

De pronto se oye un ruido, alguien que trajina en la casa. Pens¨¢bamos que est¨¢bamos solos, pero resulta que su padre estaba all¨ª. Arbi lo llama para que lo saludemos. Entra en la habitaci¨®n y nos da la mano. No me acuerdo de qu¨¦ le dijimos, alguna palabra de cortes¨ªa, pero apenas responde. Se sit¨²a de pie frente a su hijo, sentado al borde de la cama. Los dos bajan la cabeza y, durante unos minutos que se hacen eternos, todos guardamos silencio.

Unos d¨ªas despu¨¦s, nos despedimos. Hab¨ªan pasado siete meses desde aquella primera vez que me invit¨® a su casa a tomar un t¨¦ y unas chocolatinas.

¡ªBuen viaje, Arbi. Ha sido un honor.

¡ªTambi¨¦n para m¨ª. Por eso quiero irme. Ya para m¨ª no existe la posibilidad de conocer a alguien nuevo, de hacer algo nuevo. Todo es ya un sue?o. Adi¨®s, amigo.

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