La careta de Castillo
Si los actos que delatan nuestra humanidad son los m¨¢s peque?os, la epopeya del expresidente Castillo el d¨ªa que intent¨® dar un golpe de Estado ser¨¢ recordada por sus im¨¢genes leyendo una revista en un sof¨¢
En su relato Un ahorcamiento, el escritor George Orwell narra la ejecuci¨®n de un hombre en una c¨¢rcel de Birmania y repara en un detalle: en un momento, mientras los carceleros llevan al condenado a la horca, el prisionero da un paso al costado para evitar un charco en el camino. ¡°Hasta ese momento nunca me hab¨ªa dado cuenta de lo que significa destruir a un hombre saludable y consciente¡±, escribe Orwell. Aquel gesto, el de una persona que no quiere mojarse los pies aunque se dirige a su muerte, le revela de pronto todo el horror de lo que est¨¢ ocurriendo: ¡°Sus ojos todav¨ªa ve¨ªan la gra...
En su relato Un ahorcamiento, el escritor George Orwell narra la ejecuci¨®n de un hombre en una c¨¢rcel de Birmania y repara en un detalle: en un momento, mientras los carceleros llevan al condenado a la horca, el prisionero da un paso al costado para evitar un charco en el camino. ¡°Hasta ese momento nunca me hab¨ªa dado cuenta de lo que significa destruir a un hombre saludable y consciente¡±, escribe Orwell. Aquel gesto, el de una persona que no quiere mojarse los pies aunque se dirige a su muerte, le revela de pronto todo el horror de lo que est¨¢ ocurriendo: ¡°Sus ojos todav¨ªa ve¨ªan la gravilla amarillenta y las paredes grises, y su cerebro todav¨ªa recordaba, preve¨ªa, razonaba ¨Dincluso sobre los charcos¡±.
Si los actos que delatan nuestra humanidad con mayor elocuencia son los m¨¢s peque?os y espont¨¢neos, antes que los grandes gestos, la epopeya del expresidente Pedro Castillo el d¨ªa que intent¨® dar un golpe de Estado ser¨¢ recordada por las im¨¢genes del pol¨ªtico leyendo una revista en un sof¨¢ como cualquier vecino que espera su turno en la peluquer¨ªa. Solo que ¨¦l aguarda su destino en una comisar¨ªa de Lima apenas dos horas despu¨¦s de haber tratado de disolver el Congreso y de ser destituido por ese mismo Congreso mientras intentaba llegar a la embajada de M¨¦xico, quedaba atrapado por el espantoso tr¨¢fico lime?o y era entregado a la polic¨ªa por sus propios escoltas.
¡°Hasta ese momento, nunca me hab¨ªa dado cuenta de lo mucho que puede destruir un hombre d¨¦bil e inconsciente¡±, podr¨ªa escribir un cronista peruano parafraseando a Orwell. Pero no ser¨ªa cierto, porque los peruanos tienen una larga experiencia en finales de tragicomedia: el exdictador Alberto Fujimori ¡ªque al menos parec¨ªa tener claro c¨®mo hacer golpes de Estado y c¨®mo fugarse¡ª, termin¨® renunciando a la presidencia por fax desde Jap¨®n para no enfrentar el esc¨¢ndalo por los sobornos de su Gobierno que hab¨ªa estallado en el pa¨ªs.
No hay nadie que no haya reparado en ello: en las fotos difundidas este mi¨¦rcoles, Castillo, indiferente a quienes le rodean, hojea lo que ¡ªseg¨²n el ojo entrenado de tres revist¨®filos lime?os¡ª es un ejemplar de Caretas, emblem¨¢tico semanario pol¨ªtico peruano cuya reputaci¨®n ha ca¨ªdo de forma sostenida en los ¨²ltimos 15 a?os. El gesto de Castillo, aparentemente concentrado en la publicaci¨®n, es de una liviandad fingida, como cuando un taxi ignora nuestra mano levantada y nos rascamos la nunca para disimular que nos han pasado por alto. O cuando nos tropezamos torpemente, nos ponemos de pie de inmediato y miramos furtivamente alrededor, tratando de esconder la humillaci¨®n y el dolor que corroen por dentro.
?Por qu¨¦ Castillo cree que su mejor opci¨®n es simular indiferencia o aparentar control de la situaci¨®n en un momento en que, objetivamente, lo ha perdido todo menos el apoyo de quienes a¨²n se identifican con ¨¦l? O, peor a¨²n, ?es que realmente no entiende la gravedad de lo que ocurre, no procesa lo que acaba de hacer y est¨¢ genuinamente interesado en Caretas? En la respuesta a estas preguntas, posiblemente, se encuentran las razones del golpe de Estado m¨¢s breve y menos planificado de la historia reciente de Am¨¦rica Latina.
Los detalles enloquecen porque a trav¨¦s de ellos se filtra toda la cordura del mundo. El 20 de diciembre de 2001, mientras un helic¨®ptero aterrizaba en la Casa Rosada para sacarlo de all¨ª y la polic¨ªa segu¨ªa reprimiendo ¡ªy matando¡ª a manifestantes en la calle, el expresidente argentino Fernando de la R¨²a pas¨® sus ¨²ltimos minutos como mandatario sac¨¢ndose fotos y firmando aut¨®grafos sobre retratos suyos con la banda presidencial. El 18 de octubre de 2019, mientras varias estaciones de metro de Santiago de Chile ard¨ªan por los incendios, los portuarios llamaban a una huelga general y los enfrentamientos entre carabineros y manifestantes se multiplicaban en el pa¨ªs, el expresidente chileno Sebasti¨¢n Pi?era fue sorprendido comiendo pizza con sus nietos en un restaurante de Vitacura, un barrio acomodado de Santiago. El 7 de diciembre de 2022, despu¨¦s de intentar escapar de los esc¨¢ndalos de corrupci¨®n que lo arrinconaban con el autogolpe m¨¢s absurdo del mundo, Pedro Castillo, el maestro rural que encarn¨® las esperanzas de algunas de las regiones m¨¢s postergadas de Lima, esper¨® el desenlace hojeando una revista Caretas.
Como si fuera el reverso del ahorcado de Orwell, la manera en que el expresidente se dirige a su destino revela a un hombre que no est¨¢ all¨ª, que no registra, que no ha previsto, que no recuerda. Horas despu¨¦s, Castillo ser¨ªa trasladado al mismo cuartel donde hoy cumple su condena Fujimori.