Brasil: el desaf¨ªo de pinchar una burbuja
Los radicales que asaltaron las sedes de los tres poderes son impermeables a los argumentos que proceden de las instituciones democr¨¢ticas. Les han dado orgullosamente la espalda
Lo que ocurri¨® el domingo en Brasilia, cuando unas turbas asaltaron las sedes de los tres poderes del Estado, resulta inaudito. En la segunda acepci¨®n de este t¨¦rmino, el Diccionario de la Real Academia Espa?ola habla de ¡°sorprendente por ins¨®lito, escandaloso o vituperable¡±. As¨ª fue. Una de las secuencias de lo...
Lo que ocurri¨® el domingo en Brasilia, cuando unas turbas asaltaron las sedes de los tres poderes del Estado, resulta inaudito. En la segunda acepci¨®n de este t¨¦rmino, el Diccionario de la Real Academia Espa?ola habla de ¡°sorprendente por ins¨®lito, escandaloso o vituperable¡±. As¨ª fue. Una de las secuencias de lo ocurrido que se han visto en televisi¨®n resulta ilustrativa. Aparece ah¨ª un miembro de la Polic¨ªa Militar, supuestamente encargado de la protecci¨®n de las instituciones, en la tarea de revisar a uno de los manifestantes. El hombre se levanta la camiseta, parece que no lleva nada, as¨ª que adelante, puede usted pasar. Como si el cacheo, ese incre¨ªble simulacro de cacheo, fuera un simple tr¨¢mite para asegurarse de que nada grave iba a ocurrir un poco m¨¢s all¨¢, en la explanada donde est¨¢n alojados los edificios oficiales que proyect¨® en su d¨ªa ?scar Niemeyer.
Ins¨®lito, escandaloso, vituperable. Todo empez¨® hacia la una del mediod¨ªa cuando los partidarios de Jair Bolsonaro, que llevaban dos meses acampados frente al Cuartel General del Ej¨¦rcito pidiendo a los militares que dieran un golpe contra el ganador de las ¨²ltimas elecciones, Lula da Silva, iniciaron la caminata de nueve kil¨®metros que iba a llevarlos a la plaza de los Tres Poderes. Marcharon de manera pac¨ªfica y fueron escoltados por miembros de las fuerzas de seguridad, como si acudieran a un espect¨¢culo, a una celebraci¨®n religiosa, a una feria de arte y dise?o o de productos agrarios o de manga y c¨®mics. Para participar del evento hab¨ªan llegado adem¨¢s 150 autobuses con gente que proced¨ªa de otros lados de Brasil. Llevaban banderas. Y m¨®viles. Se hicieron fotos, grabaron lo que les llamaba la atenci¨®n, corearon consignas. El analista Yascha Mounk ha calificado lo que sucedi¨® de ¡°carnaval grotesco¡±. En otro de los momentos que se han visto en televisi¨®n, una manifestante explica que el Ej¨¦rcito los traicion¨®, todav¨ªa un poco perpleja de que no hubiera intervenido con sus tropas y sus tanques y sus aviones.
Las turbas rompieron a patadas las fachadas acristaladas de los edificios, entraron a lo bruto en los salones dando golpes aqu¨ª y all¨¢, practicaban una suerte de ¡°gimnasia golpista¡±: destrozar cuanto tuvieran a mano, robar lo que pudiera serles ¨²til, mofarse del poder. El senador Marcos do Val ¡ªun hombre de derechas, antiguo militar, instructor de unidades policiales de ¨¦lite¡ª, que acudi¨® despu¨¦s del asalto para asistir a algunas de las 1.500 personas que han sido detenidas, se refiri¨® en su reconstrucci¨®n de los hechos a un hombre que ya dentro del Senado reci¨¦n tomado por los radicales se proclam¨® presidente de la Rep¨²blica.
Como pas¨® hace dos a?os en Washington con el asalto al Capitolio, la ultraderecha ha conseguido movilizar esta vez en Brasilia a millares de entusiastas que est¨¢n convencidos de que les han robado unas elecciones. No se cortan, creen en su causa, est¨¢n dispuestos a correr riesgos. Les importa un bledo lo que digan las instituciones del sistema: con un manifiesto orgullo les han dado hace tiempo la espalda y no son permeables a ninguna de sus consideraciones, por elaboradas y rigurosas que sean. Habitan una burbuja. Y acaso sea ese precisamente uno de los grandes desaf¨ªos de la democracia: pincharla. Cuando no se comparte un espacio com¨²n, no hay reglas de juego que sirvan.