Valiente torero
Hay en la anch¨ªsima sonrisa del hijo m¨¢s bondad, dignidad y grandeza de la que ha tenido el padre en su vida
Andan las plumas m¨¢s cursis del reino chorreando alm¨ªbar con la foto de un padre anciano y un hijo en el cenit de la edad madura d¨¢ndose el abrazo de la paz despu¨¦s de medio siglo de ausencias, desprecios, tributos y anhelos. Las ausencias y desprecios del padre, neg¨¢ndose a reconocer a la carne de su carne, pese a parecer desde siempre gemelos univitelinos de tan clavados que son sus perfiles. Los tributos y anhelos del hijo, honrando siempre la dignidad de su madre sin dejar nunca de buscar el amor del padre ni faltarle jam¨¢s al respeto. Hablo de Manuel Ben¨ªtez y Manuel D¨ªaz, matadores de toros. Claro que la foto es emotiva. Siempre lo es un abrazo si es sincero, y este lo parece. Pero falta la verdadera protagonista de la historia, Mar¨ªa Dolores D¨ªaz Gonz¨¢lez, la madre de la criatura.
Pongamos las cosas en su sitio. Dolores se qued¨® embarazada de Ben¨ªtez en una ¨¦poca en que los se?oritos pre?aban a las criadas y no pocas veces se arreglaba el asunto despidiendo a la sirvienta por buscona. Si cualquier pelanas pod¨ªa negar a un hijo con su sola palabra, qu¨¦ no iba a poder hacer El Cordob¨¦s, el torero m¨¢s famoso de Espa?a, ep¨ªtome del arrojo, los cojones y el mando en plaza. Negando a su hijo, Ben¨ªtez insultaba a Dolores todos los d¨ªas de su vida, mientras ¨¦l bautizaba piadosamente a su leg¨ªtima prole como buen cristiano. Por fin han ca¨ªdo las caretas. El diestro m¨¢s salvaje, el m¨¢s macho entre los machos ib¨¦ricos, el temerario figura que le mord¨ªa los cuernos al toro como muestra de hombr¨ªa no ha tenido los test¨ªculos de asumir las consecuencias de sus actos. ?Valiente? Ser¨ªa en el ruedo, no en la vida. Solo ahora, a la vejez, cuando a uno se le reblandecen las pajarillas, se aviene a lavar su conciencia, quiz¨¢ por l¨¢stima de s¨ª mismo, no vaya a ser que cualquier noche lo llame la parca a su seno. Bien est¨¢ lo que bien acaba, un t¨ªo es un t¨ªo, le disculpan los biempensantes, mientras le palmean las espaldas y le homenajean como califa del toreo. Fenomenal. No ser¨¦ yo quien les ag¨¹e la fiesta. Dicen que la madre est¨¢ feliz de ver feliz a su hijo, y yo me la creo. Pero en la anch¨ªsima sonrisa del hijo hay toda la bondad, la dignidad y la grandeza que no ha tenido el padre en su vida.
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