Demencia
En la cabeza perdida del anciano, sonaban discursos y aplausos, insultos y alabanzas. Se sent¨ªa muy feliz aunque no recordaba nada
El sill¨®n en el que el abuelo permanec¨ªa sentado todo el d¨ªa una buena ma?ana apareci¨® vac¨ªo. Era la primera vez y, como es l¨®gico, en la familia cundi¨® la alarma.¡± ?D¨®nde est¨¢ el abuelo?¡±, se preguntaban con angustia unas a otras, su mujer y las hijas. En ese momento este viejo, que hab¨ªa comenzado a perder la cabeza, estaba cruzando con el sem¨¢foro en rojo el Paseo de Recoletos. Los coches frenaban en seco con grandes chirrid...
El sill¨®n en el que el abuelo permanec¨ªa sentado todo el d¨ªa una buena ma?ana apareci¨® vac¨ªo. Era la primera vez y, como es l¨®gico, en la familia cundi¨® la alarma.¡± ?D¨®nde est¨¢ el abuelo?¡±, se preguntaban con angustia unas a otras, su mujer y las hijas. En ese momento este viejo, que hab¨ªa comenzado a perder la cabeza, estaba cruzando con el sem¨¢foro en rojo el Paseo de Recoletos. Los coches frenaban en seco con grandes chirridos de neum¨¢ticos y desde algunas ventanillas los automovilistas le gritaban: ¡°Abuelo, vuelve a casa, que te van a aplastar¡±. Ajeno al peligro, el viejo saludaba muy contento con la mano. Su confusi¨®n lleg¨® a tal punto que a veces en una gasolinera ped¨ªa que le llenaran el dep¨®sito de su antigua Harley-Davidson que ya no exist¨ªa. Caminaba sin destino adonde le llevaban sus zapatos. Entraba y sal¨ªa de los bares y en las barras, en las terrazas y en los bancos del paseo contaba a la gente sus haza?as de anta?o que le valieron algunos premios y medallas, pero no consegu¨ªa explicar a qu¨¦ se deb¨ªan. Al final de la tarde, cuando la polic¨ªa ya hab¨ªa sido avisada, el abuelo cay¨® en un bar de copas cerca del Congreso donde se vio involucrado en una desmadrada despedida de soltero. Por la labia y fantas¨ªa que pon¨ªa al narrar las batallas de su glorioso pasado, aquel grupo de j¨®venes lo declar¨® padrino de la falsa boda que se iba a celebrar en un elegante prost¨ªbulo situado en una esquina de la plaza de Col¨®n. La juerga dur¨® toda la noche y parte del d¨ªa siguiente en que al mediod¨ªa la polic¨ªa lo encontr¨® sentado junto al Museo de Cera. Hundido de nuevo en su sill¨®n de orejas, la mujer y las hijas le preguntaban d¨®nde hab¨ªa estado, con qui¨¦n hab¨ªa pasado la noche. En la cabeza perdida de este anciano, por la parte de la nuca, le sonaban discursos y aplausos, insultos y alabanzas. Lo cierto es que sent¨ªa muy feliz. Aunque no recordaba nada.