?Qu¨¦ nos pasa?
Por m¨¢s hiperconectados y rodeados de gente que estemos, nos seguimos sintiendo aterradoramente solos. Buscamos compa?¨ªa por ese miedo at¨¢vico a la soledad, pero sospechamos que todo lo malo que nos pasa es por salir de casa o por decir que s¨ª
Hace 15 a?os que muri¨® el guionista Rafael Azcona y no hay semana que uno no eche de menos la sobremesa donde se trataban sin ah¨ªnco los asuntos del momento. Pese a la edad, Azcona era joven de mente. A ¨¦l no lo seduc¨ªa ese abrazo reaccionario de que todo iba a peor, pues estaba convencido de que el mundo avanzaba en mejoras aunque el horror era siempre m¨¢s visible. Te re?¨ªa si con la inconsistencia de los j¨®venes echabas de menos el pasado que no hab¨ªas conocido. Le ayudaba recordar el rigor de las sotanas, el autoritari...
Hace 15 a?os que muri¨® el guionista Rafael Azcona y no hay semana que uno no eche de menos la sobremesa donde se trataban sin ah¨ªnco los asuntos del momento. Pese a la edad, Azcona era joven de mente. A ¨¦l no lo seduc¨ªa ese abrazo reaccionario de que todo iba a peor, pues estaba convencido de que el mundo avanzaba en mejoras aunque el horror era siempre m¨¢s visible. Te re?¨ªa si con la inconsistencia de los j¨®venes echabas de menos el pasado que no hab¨ªas conocido. Le ayudaba recordar el rigor de las sotanas, el autoritarismo marcial, la jerarqu¨ªa del poder y el sabor agrio de la derrota permanente que conoci¨® tras la Guerra Civil. Le gustaba recordar la vi?eta del New Yorker en la que dos hombres del paleol¨ªtico charlaban a la puerta de la cueva. Uno festejaba la ¨¦poca en que viv¨ªan porque en ella no hab¨ªa atascos, ni contaminaci¨®n, ni oficina, ni impuestos. El otro, en cambio, se encog¨ªa de hombros y admit¨ªa la verdad: la esperanza de vida no llegaba a los 35 a?os. Pues bien, Azcona escribi¨® pel¨ªculas en las que los hombres se reclu¨ªan del mundo, se emparejaban con mu?ecas hinchables, se encerraban en el ba?o o invitaban a cenar a pobres para tranquilizar su conciencia por un rato. Es decir, trat¨® asuntos que son hoy actualidad absoluta. Predijo internet con ese anacoreta que lanzaba mensajes por el inodoro del v¨¢ter y la incapacidad ante la frustraci¨®n con ese anciano que asesinaba a sus seres queridos para tener el coche de paral¨ªtico que otros disfrutaban.
Por poner un ejemplo, esta semana hemos discutido mucho sobre la carta que unos expertos en tecnolog¨ªa han escrito a los gobiernos reclamando una paralizaci¨®n de los avances en el desarrollo de la inteligencia artificial. Y tambi¨¦n hemos debatido, con la mesura que nos caracteriza, sobre los llamados vientres de alquiler e hijos por encargo. El resumen de ambos asuntos podr¨ªa ser el mismo que el de la prohibici¨®n por refer¨¦ndum de los patinetes el¨¦ctricos en Par¨ªs: los seres humanos nos tenemos miedo a nosotros mismos, pues sin regulaci¨®n podemos llegar a ser monstruosos. Entre otras cosas porque nos sentimos a bordo de un Titanic que ya zarp¨® hace tiempo y no tiene pinta de saber llegar a ning¨²n puerto seguro. Y porque por m¨¢s hiperconectados y rodeados de gente, informaci¨®n o datos que estemos, nos seguimos sintiendo aterradoramente solos. Buscamos compa?¨ªa por ese miedo at¨¢vico a la soledad, pero sospechamos que todo lo malo que nos pasa es por salir de casa o por decir que s¨ª.
En esa contradicci¨®n reside la gran comedia de la vida. La infancia, vivida como un espanto de sometimiento y falta de autonom¨ªa, acaba por convertirse, pasado el tiempo, en el para¨ªso que a?oramos. La compa?¨ªa, que nos amarga y abruma, pasa a ser, cuando la perdemos, el centro de nuestra rememoraci¨®n. No encontramos el sentido de la vida por la sencilla raz¨®n de que lo tenemos justo delante de nuestras narices. Demasiado evidente, demasiado cerca. Somos incapaces de convivir sin juzgar, sin amenazar, sin apropiarnos de todo lo que queda a nuestro alcance.
As¨ª, entre cat¨¢strofes y aut¨¦nticas chapuzas, las m¨¢s sonadas las que perpetramos para reafirmar nuestra identidad individual y grupal, aparecer¨ªan algunos instantes en los que, asombrados, nos asomar¨ªamos a mirar el mundo y exclamar¨ªamos para nuestros adentros: la vida, qu¨¦ esplendor. Y no tan a menudo: la vida, qu¨¦ disparate.