Soy racista
No hace falta llamar mono a un futbolista negro en un estadio, ni panchitos a los latinoamericanos en un chiste, ni moros a los marroqu¨ªes en una cena, ni ladrones a los gitanos en un grupo para reconocerlo
Cuando mi madre, viuda reciente, ingres¨® en el hospital por una complicaci¨®n de su c¨¢ncer y se hizo evidente que, al alta, necesitar¨ªa ayuda y compa?¨ªa constante en casa, sus hijos le planteamos, muertos de miedo, la posibilidad de contratar a alguien al efecto. Miedo cerval a que aquello fuera el principio del fin y miedo cierto a que se negara a ser asistida por terceros, como tantas veces en su vida. Pero no. Tan mal deb¨ªa de verse, aunque de su boca no saliera un quejido, que aquella fuerza de la naturale...
Cuando mi madre, viuda reciente, ingres¨® en el hospital por una complicaci¨®n de su c¨¢ncer y se hizo evidente que, al alta, necesitar¨ªa ayuda y compa?¨ªa constante en casa, sus hijos le planteamos, muertos de miedo, la posibilidad de contratar a alguien al efecto. Miedo cerval a que aquello fuera el principio del fin y miedo cierto a que se negara a ser asistida por terceros, como tantas veces en su vida. Pero no. Tan mal deb¨ªa de verse, aunque de su boca no saliera un quejido, que aquella fuerza de la naturaleza que se hab¨ªa pasado la vida cuidando de propios y ajenos, no dijo que no de primeras y se avino a escucharnos. Le sugerimos entonces a una se?ora de la que ella misma hablaba maravillas. Una mujer atenta, cari?osa y muy, muy limpia, llam¨¦mosla Amorosa, porque lo era, que hab¨ªa asistido a un vecino reci¨¦n fallecido y con la que hac¨ªa buen¨ªsimas migas. Al o¨ªr su nombre, mi madre torci¨® el morro y se neg¨® a seguir hablando del asunto. Fue luego, de noche, a solas conmigo, cuando dijo lo que quer¨ªa decir y no se atrev¨ªa: ¡°Amorosa, no, que es negra y, Dios me perdone, pero no quiero que una negra me limpie el culo¡±. Me qued¨¦ l¨ªvida y le ech¨¦ la bronca del siglo, de la que me arrepiento cada d¨ªa. S¨ª, mi madre, mi diosa en la Tierra, era racista. O inculta. O xen¨®foba. O a lo mejor solo es que, hasta hac¨ªa poco, no hab¨ªa visto m¨¢s negros que los de las pel¨ªculas y se le hac¨ªan extra?os. O todo al tiempo. Pero lo era.
Quiz¨¢ yo, como ella, tambi¨¦n soy racista sin ser consciente de ello. No hace falta llamar mono a un futbolista negro en un estadio, ni panchitos a los latinoamericanos en un chiste, ni moros a los marroqu¨ªes en una cena, ni ladrones a los gitanos en un aparte para reconocerlo. Y solo admiti¨¦ndolo podremos cambiarlo. Algo habremos avanzado cuando mi hija veintea?era me dice que es racista al rev¨¦s porque les cede el asiento en el bus a los diferentes, aunque sean m¨¢s j¨®venes que ella, para que no piensen que es racista, a secas. S¨ª. Es una decisi¨®n consciente. Un imperativo moral inapelable. Al alta de aquel ingreso, contratamos a una se?ora para que cuidara a mi madre. Una argentina blanca, blanqu¨ªsima que hablaba cual cotorra y le pon¨ªa la cabeza como un bombo, cuyo contrato solo dur¨® tres meses. Tiempo suficiente para que llorara m¨¢s que sus hijos en su entierro.