La ciencia necesita debates
El conocimiento avanza con la confrontaci¨®n de ideas. Dejen de racanear
Darwin no escribi¨® El origen de las especies (1859) mientras flotaba en el vac¨ªo c¨®smico. Dejando aparte que su propio abuelo, el m¨¦dico y visionario Erasmus Darwin, hab¨ªa escrito el primer libro evolucionista 90 a?os antes, los naturalistas franceses hab¨ªan calentado el tema mientras avanzaban las primeras d¨¦cadas del siglo XIX. Y el punto cr¨ªtico de esa larvada revoluci¨®n intelectual fue un d...
Darwin no escribi¨® El origen de las especies (1859) mientras flotaba en el vac¨ªo c¨®smico. Dejando aparte que su propio abuelo, el m¨¦dico y visionario Erasmus Darwin, hab¨ªa escrito el primer libro evolucionista 90 a?os antes, los naturalistas franceses hab¨ªan calentado el tema mientras avanzaban las primeras d¨¦cadas del siglo XIX. Y el punto cr¨ªtico de esa larvada revoluci¨®n intelectual fue un debate. S¨ª, una de esas cosas con las que tanto racanean los pol¨ªticos bendecidos por las encuestas. La controversia cara a cara tuvo lugar en 1830 entre ?tienne Geoffroy y Georges Cuvier, los dos bi¨®logos franceses de referencia en la ¨¦poca, y encarnizados enemigos en materia cient¨ªfica y otras.
Geoffroy es el antih¨¦roe de esta historia. Su inteligencia cr¨ªtica se hab¨ªa centrado obsesivamente en la unidad que subyace a la embriagadora diversidad del mundo vivo. Un humano, una ballena y un murci¨¦lago no pueden ser m¨¢s distintos desde fuera, pero basta hurgar un poco en su estructura para hallar la l¨®gica profunda que comparten. Dentro de la aleta de una ballena est¨¢n el h¨²mero, el c¨²bito, el radio, las mu?ecas y los cinco dedos, solo que cambiados de forma y algo desaprovechados. Lo mismo cabe decir de las alas del murci¨¦lago. Hay una estructura fundamental, una unidad de plan, bajo las apariencias caprichosas. Esta era la mentalidad de Geoffroy, y es obvio que prefigura la idea de la evoluci¨®n.
Pero el debate lo gan¨® Cuvier, que era un orador mucho m¨¢s h¨¢bil. Eso convierte a Cuvier en el villano de la gran pol¨¦mica decimon¨®nica, porque el tipo ha quedado como un reaccionario que se opon¨ªa al flujo de la historia. Esta idea no es exacta. Cuvier prefer¨ªa centrarse en la extraordinaria adaptaci¨®n que muestran los seres vivos a su entorno y sus condiciones de vida: en el hecho de que las ballenas tuvieran aletas y los murci¨¦lagos tuvieran alas, fuera cual fuera la arquitectura fundamental de esos ap¨¦ndices.
Faltaban dos siglos para las redes sociales, pero el debate fue tan sonado en Par¨ªs que lleg¨® enseguida a o¨ªdos de Goethe. Y de Darwin, por supuesto, unos a?os despu¨¦s. En realidad, el gran naturalista brit¨¢nico resolvi¨® la discrepancia mirando la cuesti¨®n desde un piso m¨¢s arriba, como ha ocurrido a menudo en la historia de la ciencia. La unidad de plan de humanos, murci¨¦lagos y ballenas se explica por su origen com¨²n. Y las adaptaciones al entorno se explican por la selecci¨®n natural. Esa es la teor¨ªa de Darwin. Una s¨ªntesis, como todos los avances cient¨ªficos.
El ¨²ltimo gran debate arranc¨® en 1998, cuando el neurocient¨ªfico Christof Koch se apost¨® una caja de vino con el fil¨®sofo David Chalmers a que no llevar¨ªa m¨¢s de 25 a?os averiguar c¨®mo el cerebro genera la consciencia. Eso es justo ahora, y el congreso anual de la Asociaci¨®n para el Estudio Cient¨ªfico de la Consciencia (ASSC) declar¨® ganador al fil¨®sofo el pasado viernes en Nueva York. Chalmers dice que Koch se arriesg¨® mucho con la fecha, pero admite que el campo ha avanzado en estos 25 a?os, y ya no tiene duda de que acabar¨¢ resolviendo ese enigma fundamental que nos ha confundido durante 100.000 a?os.
El conocimiento avanza con los debates. Dejen de racanear.