Los muertos del verano
Sin ser la cantante ni la actriz favorita de nadie, Jane Birkin era alguien situado con delicadeza en los rincones reservados a la belleza en este mundo
Cada verano, con su implacable crudeza, deja tras de s¨ª una estela de muertes. El territorio de los que dejan de estar se agranda mientras uno avanza en la vida, hasta seguramente acabar por ocupar un espacio m¨¢s amplio que el de los presentes. Ese es el signo evidente de que t¨² tambi¨¦n caminas hacia ese territorio. En las semanas pasadas, por ejemplo, muri¨® Jane Birkin, que sin ser ni la cantante favorita, ni la actriz favorita, ni la personalidad favorita de nadie, era alguien situ...
Cada verano, con su implacable crudeza, deja tras de s¨ª una estela de muertes. El territorio de los que dejan de estar se agranda mientras uno avanza en la vida, hasta seguramente acabar por ocupar un espacio m¨¢s amplio que el de los presentes. Ese es el signo evidente de que t¨² tambi¨¦n caminas hacia ese territorio. En las semanas pasadas, por ejemplo, muri¨® Jane Birkin, que sin ser ni la cantante favorita, ni la actriz favorita, ni la personalidad favorita de nadie, era alguien situado con delicadeza en los rincones reservados a la belleza en este mundo. Cada cual puede darle la trascendencia que quiera, pero hace unos a?os la conoc¨ª en Madrid y experiment¨¦ su peculiaridad. Fue durante un concierto que vino a dar en el local Calle 54. Se me ocurri¨® que era una buena idea invitar al actor Jorge Sanz, porque, aunque seguramente ella no se acordar¨ªa, interpret¨® a su madre en la primera pel¨ªcula de nuestro actor.
Durante el concierto, Jane Birkin se mov¨ªa con la torpeza encantadora de alguien que renunci¨® a ser una pija de Marylebone para ser una mujer ingr¨¢vida internacional. Hab¨ªa algo de timidez incluso en su voz, que entonaba canciones de las distintas etapas de su carrera, con especial menci¨®n a esa asociaci¨®n imposible con Serge Gainsbourg. Nosotros est¨¢bamos sentados en primera fila, disfrutando del concierto, pero solo en la pausa del intermedio le expliqu¨¦ a un amigo, Pablo Carbonell, con el que coincidimos entre el p¨²blico, las razones por las que yo quer¨ªa provocar ese reencuentro. Fue Pablo, precisamente, cuando llegaron los bises que cerraban el concierto quien se atrevi¨®, entre los bravos del p¨²blico, a gritar se?alando hacia Jorge la frase m¨¢gica: ¡°Ton fils!¡±. Al escuchar que alguien mencionaba la palabra hijo, Jane fij¨® la mirada en Jorge y detuvo el concierto: ¡°No me lo puedo creer, eres t¨², ?verdad? Llevo un rato reparando en tus ojos y me dec¨ªa a m¨ª misma no puede ser, pero s¨ª, eres t¨², mi hijo¡±. Yo le iba traduciendo a Jorge, pues el franc¨¦s es lo ¨²nico que no domina, y la Birkin nos cit¨® en el camerino, en cuanto acabara la ¨²ltima canci¨®n.
All¨¢ que fuimos y despleg¨® todo ese encanto e inocencia que la hicieron m¨ªtica. Pregunt¨® por L¨®pez (V¨¢zquez), que era el protagonista de aquella pel¨ªcula La miel, escrita por Azcona y en la que Jorge interpretaba a Peci?a, un travieso alumno de colegio de curas al que un profesor decide darle clases particulares a domicilio tras descubrir que su madre es una despampanante peluquera. La Birkin nos explic¨® que el papel era para Ornella Muti, pero que no pudo hacer la pel¨ªcula al quedarse embarazada y a ella la llamaron una semana antes. Toda la ropa le quedaba enorme y se sent¨ªa miserable y fea en ese rodaje a machamartillo. Supongo que conoci¨® de primera mano las bondades del g¨¦nero espa?ol del destape, explosi¨®n er¨®tico-cateta tras la larga represi¨®n de la dictadura. Y fue aquel rato, al verla abrazar a su peque?o Jorge, con la naturalidad de una madre bien entrenada, cuando pens¨¦ que Jane Birkin se merec¨ªa todo el cari?o, el deseo y la admiraci¨®n que a veces por accidente se posa sobre una mariposa.