Los cuerpos del algoritmo
Los criterios de belleza, salud y correcci¨®n que se programan estabilizan una enorme violencia social que ense?a a quienes pierden que deben esconderse y aceptar que otros marquen qu¨¦ destinos les corresponden
En la sociedad de la informaci¨®n interaccionamos con gran cantidad de relatos, compuestos de im¨¢genes y palabras, sobre qu¨¦ es tener un cuerpo como es debido, es decir, deseable, saludable y, dado que tenemos que ganarnos la vida, rentable, valioso para quien nos emplea o interesante para las personas con las que necesitamos contactar para progresar. La fuente de esos relatos se encuentra en algoritmos producidos por la inteligencia artificial que nos asignan qu¨¦ es lo que nos gusta, nos conviene y nos interesa. Como ha demostrado Massimo Airoldi (...
En la sociedad de la informaci¨®n interaccionamos con gran cantidad de relatos, compuestos de im¨¢genes y palabras, sobre qu¨¦ es tener un cuerpo como es debido, es decir, deseable, saludable y, dado que tenemos que ganarnos la vida, rentable, valioso para quien nos emplea o interesante para las personas con las que necesitamos contactar para progresar. La fuente de esos relatos se encuentra en algoritmos producidos por la inteligencia artificial que nos asignan qu¨¦ es lo que nos gusta, nos conviene y nos interesa. Como ha demostrado Massimo Airoldi (Machine Habitus: Toward a Sociology of Algorithms, 2021), las m¨¢quinas parecen tener un habitus, concepto vinculado con la sociolog¨ªa del gusto de Pierre Bourdieu.
Todos tenemos ciertas disposiciones a actuar de una determinada manera ante ciertas situaciones. En esos momentos cabe retraerse o exponerse y hacerlo con estilos distintos, con un toque masculino o femenino, t¨ªpico de personas prosaicas o de gente que se presume sofisticada, poniendo toda la carne en el asador o con distancia ir¨®nica y desd¨¦n. Es un modo de ser del que no somos casi conscientes y controlarlo nos cuesta horrores. De hecho, para evitar esas propensiones debemos estar muy alerta y activar una atenci¨®n muy tensa. Eso es el habitus: el resultado de construirnos un segundo cuerpo cultural a partir de nuestra experiencia, sobre todo de aquella procedente de nuestro primer n¨²cleo de relaciones. En este se incuban criterios que nos inclinan a que algo nos guste o nos disguste. Esas primeras tendencias pueden corregirse, aunque no es f¨¢cil, ya que establecen una tonalidad con la que nos enfrentamos al mundo. Es verdad, que los gustos con los que se form¨® nuestro cuerpo pueden cambiar tras el contacto con diferentes contextos y otras personas procedentes de otras realidades; desgraciadamente, no es sencillo y podr¨ªa pensarse que esos gustos son an¨¢logos a la primera programaci¨®n de la inteligencia artificial. Nuestro cuerpo ¨ªntimo como personas sexuadas, vinculadas con im¨¢genes de lo que se debe apreciar y lo que no, puede ser adiestrado para el cambio, al igual que las plataformas recogen datos en la interacci¨®n con usuarios que validan lo que se les ofrece como bello, saludable o socialmente apropiado. Los cuerpos con los que entramos en relaci¨®n, formados en sus peculiares periplos, generan nuevos gustos pero siempre a partir de unas primeras pautas de clasificaci¨®n.
Pensemos en un algoritmo que nos proporciona consejos de salud o de belleza. Ese algoritmo procede de la cultura que tuvieron los programadores, que suelen ser personas de determinados grupos sociales y que tienen por evidentes ciertos criterios de gusto o de disgusto, de lo que es saludable y de lo que no. Los usuarios pueden modificar esos criterios, pero siempre dentro de los c¨®digos de la programaci¨®n, si bien los dispositivos m¨¢s avanzados conocen la emergencia de articulaciones imprevisibles para los programadores. En esos casos la programaci¨®n de base juega un papel, pero surgen din¨¢micas nuevas.
Aunque existan estos desarrollos imprevisibles, la programaci¨®n juega un rol estrat¨¦gico. Un problema b¨¢sico al que nos enfrentamos es el de si los criterios de salud o de belleza, de c¨®mo alimentarse, hacer deporte o vestirse, obedecen a los presupuestos de una experiencia social sesgada que tiende a clasificar como insano o feo lo que cre¨ªan como tales personas de una determinada clase social, con sus correspondientes niveles de cultura y modelos de relaci¨®n con los dem¨¢s. El cuerpo de la programaci¨®n, como la dimensi¨®n ¨ªntima del habitus, tiende a ser acogedora con determinados cuerpos y despectiva con otros, y por tanto a orientarnos seg¨²n modelos sociales muy discutibles.
Bourdieu propuso pensar en el espacio social a partir de tres dimensiones: las diferencias econ¨®micas, culturales y de sociabilidad. Adem¨¢s insisti¨® en la importancia de dimensi¨®n sexual en la base de la primera socializaci¨®n. Concebirse como mujer y como hombre ti?e ¨ªntegramente nuestra manera experimentar las interacciones sociales. Bourdieu aduc¨ªa un ejemplo convincente: la posici¨®n protot¨ªpica de los hombres en el acto sexual ¡ªactiva¡ª se transmite en los insultos como pr¨¢ctica de dominaci¨®n: el que da ¡ªmasculino¡ª impone, la que recibe ¡ªfemenino¡ª es humillada; joder es imponerse, que te follen es someterse.
A trav¨¦s de esos cuerpos sexuados, vinculados con el trabajo, con pr¨¢cticas culturales y de ocio debemos interrogar la cultura depositada en el algoritmo, as¨ª como aquella fruto de los usuarios que le proporcionan datos, y que genera nuevos procesos de aprendizaje. Al fin y al cabo el primer cuerpo del algoritmo, su programaci¨®n, marca cierta propensi¨®n, en sus relatos de im¨¢genes y palabras, a considerar ciertos cuerpos visibles o abyectos, ¨²tiles para ciertos trabajos y posiciones, dotados de sofisticaci¨®n o no y susceptibles o no de convertirse en nuestras parejas. Pensemos en los insultos que reciben las mujeres en posiciones pol¨ªticas cuando sus cuerpos desentonan con lo que la gente est¨¢ entrenada a considerar un modelo correcto. La divisi¨®n sexual del trabajo hace que, en tanto mujeres, se enjuicie m¨¢s su apariencia f¨ªsica. Se les recrimina, por ejemplo, si est¨¢n gordas como si hubiera un par¨¢metro de la corpulencia que ha de tener una persona para representar a la ciudadan¨ªa. Sin duda, quienes as¨ª act¨²an han recibido pautas de juicio, desde edades muy tempranas, a trav¨¦s de im¨¢genes en Instagram, videos de TikTok, consejos de Facebook u olas de comentarios en X. Esas pautas les provocan satisfacci¨®n o ansiedad en funci¨®n de si se aproximan o no a los prototipos corporales que se les ofrecen y tienden a proyectarlas en la valoraci¨®n de su cuerpo y el de los dem¨¢s. Normalmente esos prototipos proceden de ciertas personas con m¨¢s o menos tiempo para cuidarse y con un criterio acerca de en qu¨¦ sentido hacerlo. No est¨¢ claro que esos criterios sean los mejores, sabiendo adem¨¢s que ciertos algoritmos incentivan la atenci¨®n a la singularizaci¨®n por la violencia expresiva. Siguiendo con el ejemplo, estar¨ªa bien tener representantes pol¨ªticos menos guapos y m¨¢s capaces de tolerar la divergencia, de darle sentido por cauces democr¨¢ticos y de discutir sobre los problemas verdaderamente importantes.
Los criterios de belleza, salud y correcci¨®n que programan los algoritmos estabilizan una enorme violencia social que ense?a a quienes pierden que deben esconderse y aceptar que otros marquen c¨®mo se ven y qu¨¦ destinos les corresponden. Con una diferencia fundamental: la programaci¨®n no conoce el dolor, el cuerpo humano s¨ª. Ese dolor, cuando se maltrata a un cuerpo, deriva de renegar de nuestra disposici¨®n gen¨¦tica, de las marcas que el trabajo deja en nuestra morfolog¨ªa y de los destinos sociales que frecuentamos. Ese dolor, y en eso Bourdieu segu¨ªa a Freud, nunca desaparece por mucho que aceptemos el dictamen que nos excluye. La humillaci¨®n permanece cargando una bater¨ªa de resentimiento susceptible de ser encaminada por los discursos de odio y simplificaci¨®n que fortalecen las disposiciones m¨¢s oscuras de nuestro habitus.