Carlos Vermut: el sexo duro y la conversaci¨®n silenciada
Ahora que la sociedad se?ala a la manzana podrida, a la pieza f¨¢cilmente separable del ¡®pack¡¯, ?qu¨¦ hacemos con el resto?
Qu¨¦ es (y qu¨¦ no es) sexo duro es un debate que ha despertado en X la investigaci¨®n de Gregorio Belinch¨®n, Ana Marcos y Elena Reina que ha hecho p¨²blicas las acusaciones de tres mujeres de haber sufrido violencia sexual a manos del director de cine Carlos Vermut. Una de ellas describe una inmovilizaci¨®n, estrangulamiento y sexo forzado con oposici¨®n verbal y f¨ªsica, ya que trat¨® de zafarse a patadas. ¡°He practicado sexo duro siempre de manera consen...
Reg¨ªstrate gratis para seguir leyendo
Si tienes cuenta en EL PA?S, puedes utilizarla para identificarte
Qu¨¦ es (y qu¨¦ no es) sexo duro es un debate que ha despertado en X la investigaci¨®n de Gregorio Belinch¨®n, Ana Marcos y Elena Reina que ha hecho p¨²blicas las acusaciones de tres mujeres de haber sufrido violencia sexual a manos del director de cine Carlos Vermut. Una de ellas describe una inmovilizaci¨®n, estrangulamiento y sexo forzado con oposici¨®n verbal y f¨ªsica, ya que trat¨® de zafarse a patadas. ¡°He practicado sexo duro siempre de manera consentida, porque creo que es muy importante el consentimiento¡±, declar¨® Vermut en una de las tres entrevistas que mantuvo con los periodistas en respuesta a las acusaciones. ¡°He estrangulado a personas, s¨ª, pero de manera consentida. No lo estoy negando¡±, insisti¨®.
¡°Sexo duro y sexo consentido son necesariamente compatibles. Todo lo dem¨¢s es agresi¨®n sexual¡±, tuitea ?ngela Rodr¨ªguez, ex secretaria de Estado de Igualdad, en sinton¨ªa con otros mensajes que replican a la justificaci¨®n del director.
Existe una conversaci¨®n silenciada que las mujeres barremos bajo nuestra alfombra de traumas. Como si no existiera, la ignoramos en un rinc¨®n hasta que casos como el de Vermut nos obligan a encararla y airearla. La mayor¨ªa no lo tuitear¨¢. Se tratar¨¢ con indirectas y pocas pero suficientes palabras, en chats de amigas o a las tantas en un bar. Esa sinceridad puntual se sentir¨¢ como una interferencia del sistema. Como si por un instante se abriese un portal donde mostrar aquella herida que nos negamos a tratar como ejemplares amazonas del sexo que somos. Lo que nos llev¨® a levantarnos r¨¢pido, sacudirnos el polvo y seguir adelante con la cabeza alta como si aquello que sab¨ªamos que hab¨ªa pasado (siempre se sabe) no fuese para tanto.
¡°El mundo est¨¢ inquietantemente c¨®modo con el hecho de que las mujeres a veces vuelven a casa llorando despu¨¦s de un encuentro sexual¡±, escribe Lily Loofbourow en The female price of male pleasure (¡°El precio femenino del placer masculino¡±), un texto del inicio del Me Too al que siempre vuelvo en momentos como este. Otro instante-interferencia en el que la sociedad se?ala de forma un¨¢nime a la manzana podrida, al monstruo f¨¢cilmente separable del pack. ?Qu¨¦ hacemos con el resto? De Loofbourow aprend¨ª que los hombres hablan de ¡°mal sexo¡± cuando ¡°se aburren¡± y que las mujeres lo hacen para referirse a ¡°no tener confort emocional o, de forma m¨¢s com¨²n, dolor f¨ªsico¡±. Que el 30% de las mujeres sienten dolor durante el sexo vaginal, el 72% durante el sexo anal y un ¡°elevado porcentaje¡± no comunica a su pareja sexual cuando le est¨¢ doliendo. Datos que las amazonas del sexo barremos al rinc¨®n de no pensar.
A las mujeres les gusta el sexo duro. Les produce placer la asfixia. Las mujeres tienen fantas¨ªas de violaci¨®n. Pero presuponer que no hay pol¨ªtica en la cama, que su deseo es ajeno a lo que ocurre fuera de ella, resulta ilusorio. ¡°Liberar al sexo de las distorsiones de la opresi¨®n no es lo mismo que limitarnos a decir que todo el mundo puede desear lo que quiera o a quien quiera. Lo primero es una demanda radical; lo segundo, una demanda liberal¡±, recuerda la acad¨¦mica Amia Srinivasan en El derecho al sexo, una invitaci¨®n a preguntarnos el porqu¨¦ de lo que nos excita y a detectar las fuerzas pol¨ªticas que han dirigido nuestras fantas¨ªas.
Analizar la ra¨ªz del deseo no consiste para nada en disciplinarlo. No se trata de dictaminar qu¨¦ se debe o no se debe desear. Tampoco es moralista pedir explicaciones sobre nuestro mal sexo. Salir del silencio, visibilizar esa conversaci¨®n, es la v¨ªa a su emancipaci¨®n. Saber qu¨¦ hacemos con el resto.