Escritores y perros
Mientras las palabras brotan y se alinean formando sentido, ah¨ª cerca, a los pies de quien escribe, un pecho cubierto de pelambre sube y baja al ritmo de la pausada respiraci¨®n
El fil¨®sofo Arthur Schopenhauer se hizo acompa?ar a lo largo de su vida por sucesivos caniches. Es sabido que prefer¨ªa los perros a los hombres. Dej¨® escrito que el perro ¡°es fiel en la tempestad; el hombre ni siquiera cuando s¨®lo hay viento¡±. Uno, por suerte, ha tenido roces algo m¨¢s gratificantes con sus cong¨¦neres; as¨ª y todo, poco me costar¨ªa confeccionar una lista extensa de contempor¨¢ne...
El fil¨®sofo Arthur Schopenhauer se hizo acompa?ar a lo largo de su vida por sucesivos caniches. Es sabido que prefer¨ªa los perros a los hombres. Dej¨® escrito que el perro ¡°es fiel en la tempestad; el hombre ni siquiera cuando s¨®lo hay viento¡±. Uno, por suerte, ha tenido roces algo m¨¢s gratificantes con sus cong¨¦neres; as¨ª y todo, poco me costar¨ªa confeccionar una lista extensa de contempor¨¢neos que no le llegan a mi perra, en nobleza de car¨¢cter y en otros atributos que me callo, al corvej¨®n. Thomas Mann dedic¨® una obrita afectuosa, de elevada escritura, a su compa?ero peludo, traducida a la lengua espa?ola con el t¨ªtulo de Se?or y perro. Me viene asimismo a la memoria un hermoso poema de Vicente Aleixandre (ese hombre que, por encima de todo, necesitaba amar) dedicado a su perro Sirio. En uno de los versos sit¨²a al animal en un ¡°reino de serenidad y silencio¡±. Me pregunto si dicho reino ser¨ªa el jard¨ªn de su casa de la calle Velintonia, en venta por subasta y abandonada como tantas cosas de provecho cultural descuidadas por esos que dicen llamarse servidores p¨²blicos. Hay una fotograf¨ªa de P¨¦rez Gald¨®s que me inspira particular simpat¨ªa. Muestra al novelista envejecido, sentado en la terraza de su palacete de Santander, hoy inexistente (otra p¨¦rdida cultural). En una mano sujeta un puro. La otra aparece blandamente posada en el cuello de un mast¨ªn con cara de buen amigo. A uno lo complace imaginar a esos y otros canes adormecidos junto al escritorio. Y mientras las palabras brotan y se alinean formando sentido, ah¨ª cerca, a los pies de quien escribe, un pecho cubierto de pelambre sube y baja al ritmo de la pausada respiraci¨®n. Puede ocurrir que la mirada del escritor y la del animal se crucen un instante. Yo imagino los ojos del perro te?idos de l¨¢stima, diciendo: ?Por qu¨¦ te castigas, pobre humano? Con lo bien que estar¨ªas ahora corriendo por los montes.