Hace unos d¨ªas, un hombre se cruz¨® con un amigo en la calle de Eduardo Dato de Madrid. Conversaron unos minutos y al despedirse, el hombre lo hizo con una sonrisa mientras se giraba para seguir su camino. Soy un gran observador de los comportamientos sociales, y este es uno de mis preferidos: el momento en que uno se da la vuelta sonriendo tras despedirse de alguien, y durante unos segundos mantiene esa sonrisa ya solo.
Ahora no le est¨¢ sonriendo a nadie, es la resaca de una sonrisa anterior que no tiene destinatario. Tiene que hacer un esfuerzo leve, que es el dejar de sonre¨ªr: recomp...
Hace unos d¨ªas, un hombre se cruz¨® con un amigo en la calle de Eduardo Dato de Madrid. Conversaron unos minutos y al despedirse, el hombre lo hizo con una sonrisa mientras se giraba para seguir su camino. Soy un gran observador de los comportamientos sociales, y este es uno de mis preferidos: el momento en que uno se da la vuelta sonriendo tras despedirse de alguien, y durante unos segundos mantiene esa sonrisa ya solo.
Ahora no le est¨¢ sonriendo a nadie, es la resaca de una sonrisa anterior que no tiene destinatario. Tiene que hacer un esfuerzo leve, que es el dejar de sonre¨ªr: recomponer poco a poco la cara, seguir su camino con el mismo gesto que ten¨ªa antes de encontrarse a su amigo; no puede hacerlo bruscamente, pues parecer¨ªa que el encuentro no le ha hecho ninguna gracia y la sonrisa podr¨ªa parecer hip¨®crita.
Ese tiempo m¨ªnimo es un prodigio de una arquitectura social fascinante. Se roza el rid¨ªculo (?qu¨¦ hace ese hombre sonriendo solo?) en nombre de una cortes¨ªa que solo concierne ya a uno mismo, pues su interlocutor no est¨¢ mirando: eres t¨² y el eco de un encuentro; es tu cara obedeciendo a un convencionalismo de dif¨ªcil manejo que la evoluci¨®n ha convertido en algo natural.
Hay quien lo hace con soltura, hay quien aguanta con esa sonrisa quiz¨¢ en se?al de respeto, quiz¨¢ porque mantiene en la memoria unos segundos la felicidad del encuentro, quiz¨¢ porque no encuentra el modo amable de dejar de sonre¨ªr. Saber cu¨¢ndo sonre¨ªr es un arte no m¨¢s f¨¢cil que saber cu¨¢ndo dejar de hacerlo. Pocos manejan el arte de la sonrisa como los due?os de los perros.
Cuando sus perros se saludan o juegan entre ellos, sus due?os se cruzan sonrisas que son arte mayor: un gesto apenas perceptible, a menudo solamente con los ojos; una amabilidad espont¨¢nea que no necesita lenguaje porque son sus animales los que hablan entre ellos. Me pregunto c¨®mo ser¨ªa de llevarse mal entre ellos, los due?os, si sus perros se buscan para jugar y correr juntos, qu¨¦ corriente de afecto imprevisible se levantar¨ªa a su pesar. Si se despedir¨ªan secos, y al girarse, cuando el otro ya no los ve, sonreir¨ªan por fin.