Nuestro pasado a subasta
Los objetos cotidianos tienen su propia voz, potente y honda para quien quiera o¨ªrla, y dan prueba material de c¨®mo era la vida de aquella generaci¨®n que est¨¢ a punto de desaparecer
Me escribe Jes¨²s, lector desconsolado, porque en el pueblo de su padre, all¨¢ donde luego regresaban a pasar los veranos, han subastado los pupitres de la vieja escuela. Echa cuentas Jes¨²s y calcula que estas mesas escolares albergaron los sue?os, miedos y fallidas ilusiones de criaturas desde los a?os veinte del siglo pasado. Son pupitres cuya madera recia y veteada no solo contiene los recuerdos de los que estudiaron sino tambi¨¦n de aquellos, como el padre de Jes¨²s que ahora cuenta 90 a?os, a los que la pobreza arranc¨® del estudio y arroj¨® por los campos de Castilla a pastorear; son ...
Me escribe Jes¨²s, lector desconsolado, porque en el pueblo de su padre, all¨¢ donde luego regresaban a pasar los veranos, han subastado los pupitres de la vieja escuela. Echa cuentas Jes¨²s y calcula que estas mesas escolares albergaron los sue?os, miedos y fallidas ilusiones de criaturas desde los a?os veinte del siglo pasado. Son pupitres cuya madera recia y veteada no solo contiene los recuerdos de los que estudiaron sino tambi¨¦n de aquellos, como el padre de Jes¨²s que ahora cuenta 90 a?os, a los que la pobreza arranc¨® del estudio y arroj¨® por los campos de Castilla a pastorear; son pupitres que nos cuentan la historia de una generaci¨®n a la que la pobreza y la guerra conden¨® con apenas nueve a?os a ingresar de golpe en la vida adulta. Los objetos cotidianos tienen su propia voz, potente y honda para quien quiera o¨ªrla, y dan prueba material de c¨®mo era la vida de aquella generaci¨®n que est¨¢ a punto de desaparecer; deshacerse de ellos denota ignorancia sobre lo que deber¨ªa ser un tesoro antropol¨®gico.
Los que tenemos edad para gozar de cierta perspectiva fuimos testigos del desprecio con el que, en las d¨¦cadas de los setenta, ochenta o noventa, era tratado lo viejo, como si fuera irreparable y no cupiera una segunda vida para su uso. A la gente de los pueblos, sobre todo a las personas mayores, se les hizo el trueque, se les cambiaron cosas nobles que hab¨ªan soportado el paso del tiempo por cacharrer¨ªa de baja calidad y mobiliario de pl¨¢stico o skai; all¨¢ donde daba sombra una parra aparecieron esos tejadillos de uralita ahora justamente denostados. Pero en esas d¨¦cadas de progreso irreflexivo ya se caricaturizaba a aquellos que trataban de advertir de la val¨ªa de todos aquellos objetos que acababan en el rastrillo o en la hoguera. No exist¨ªa entonces el t¨¦rmino buenismo, pero hubiera sido el insulto ajustado para aquellas personas que percib¨ªan, en contra de la corriente dominante, la belleza y sostenibilidad de objetos que hab¨ªan resistido indemnes el azote del tiempo. Pero entonces se ve¨ªa esa lucha por la conservaci¨®n como el capricho de personas que se negaban tontamente al progreso; se tachaba de romanticismo aquella defensa de lo antiguo por considerar que se hab¨ªa quedado rancio. Se descartaba un objeto tanto como se despreciaba un paisaje. Un paisaje. Me llega un mensaje de Carmen, soriana que integra alguna de las asociaciones que defienden el campo al que cantan los versos de Machado, y que hoy se encuentra amenazado por las excavadoras que a punto est¨¢n de urbanizar una de las zonas naturales m¨¢s bellas de Espa?a. Algo hemos aprendido, al menos ahora, aunque siempre es dif¨ªcil paralizar un proyecto inmobiliario, hay paisanos que se indignan, se organizan y reclaman ayuda a los que tenemos una tribuna. ¡°No podemos pasar a la historia¡±, escribe Carmen, ¡°como la generaci¨®n de sorianos y lectores de Machado que permiti¨® machacar su paisaje: ¡®¨¢lamos del amor cerca del agua/ que corre y pasa y sue?a, / ¨¢lamos de los m¨¢rgenes del Duero/ conmigo vais, mi coraz¨®n os lleva!¡±. No se trata de la nostalgia enfermiza del pasado, muy al contrario, es la conciencia de que hay que trabajar para que en un futuro no haya que lamentarse por aquello que dejamos que se perdiera.
Pienso en estos mensajes que me llegan de un tiempo a esta parte con frecuencia denunciando talas, derrumbes, demoliciones, y pienso que algo tiene que ver con que se respira en el aire el sentimiento de que no est¨¢ en nuestras manos la deriva del mundo, que otros decidir¨¢n por nosotros si el infierno aumenta o se reduce y, ante tal perspectiva, necesitamos defender lo que sentimos como nuestro, como si en esos ¨¢rboles que ¡°tienen en sus cortezas/ grabadas iniciales que son nombres/ de enamorados, cifras que son fechas¡±, estuvieran escritas las historias de lo que se fueron y de los que vendr¨¢n, y en ese pupitre subastado la infancia de todos los ni?os que no pudieron estudiar.