Sobre la importancia (y el valor) de los objetos: c¨®mo el materialismo puede salvarnos del consumismo
El plan consiste en volver a prestar atenci¨®n a la belleza, la memoria y el sentido de las cosas que nos rodean. En dejar que los art¨ªculos vuelvan a encantarnos para vivir m¨¢s tranquilos y, de paso, reducir nuestra huella ambiental
Hace a?os que los iPods, aquellos reproductores de m¨²sica que Apple vendi¨® por millones antes de que los tel¨¦fonos inteligentes los sustituyeran, languidecen al fondo de nuestros cajones. El hallazgo de un iPod, quiz¨¢ entre calcetines viejos, nos asoma a nuestro pasado m¨¢s reciente. Si hay suerte, y la bater¨ªa sobrevive, descubriremos con sorpresa que todav¨ªa estamos familiarizados con su manejo. Nuestros dedos siguen girando h¨¢bilmente sobre la peque?a rueda y quiz¨¢ ese gesto nos traiga recuerdos incluso m¨¢s precisos que los que acompa?an a cada una de las canciones en el interior del aparato. Pero este es un ejemplo tramposo: est¨¢ claro que un libro o cualquier otro ingenio pensado para contener informaci¨®n (como el iPod) estar¨¢ cargado de significado. Lo realmente impactante es que para entrar en contacto con lo m¨¢s ¨ªntimo de nosotros (nuestra memoria o nuestras inclinaciones) es posible recurrir a objetos mucho m¨¢s sencillos. No hace falta que contengan bits o palabras: cada objeto es un dep¨®sito de significado.
¡°Est¨¢n muy devaluados los objetos desde que el viejo Kant clamase que el mal est¨¢ en tratar a los otros como objetos, cuando lo ¨²nico que realmente tratamos bien es a los objetos que nos constituyen¡±, escribe el catedr¨¢tico Fernando Broncano, autor de La escala de las cosas (Editorial Delirio, 2023), un ensayo sobre ¡°cultura material¡±. En libro, el fil¨®sofo y profesor se ocupa de nuestra relaci¨®n con los objetos, elementos inseparables de aquello que solemos llamar ¡°cultura¡± que nos acompa?an desde el nacimiento hasta la muerte, y a veces m¨¢s all¨¢, porque muchos rituales funerarios incluyen las pertenencias del difunto.
Desgraciadamente, las ideas gozan de m¨¢s prestigio intelectual cuanto m¨¢s se alejan de lo tangible y esta es una confusi¨®n tan frecuente y antigua que la palabra ¡°materialista¡± tambi¨¦n se usa como sin¨®nimo de fr¨ªvolo, avaro o irresponsable. Sin embargo, en un mundo de recursos finitos y sobreexplotados, en mitad de una emergencia clim¨¢tica, otorgar a los objetos la importancia que merecen (su fabricaci¨®n, su circulaci¨®n, su utilidad, su significado¡) ser¨¢ lo ¨²nico que pueda evitar la cat¨¢strofe.
Recuperar el v¨ªnculo para resistir al mercado
Hace 80 a?os, una fil¨®sofa tan experta en las sutilezas del esp¨ªritu como Simone Weil ya alertaba de que el desarraigo no solo tiene que ver con las carencias materiales, sino tambi¨¦n con la falta de v¨ªnculos emocionales con los objetos que se poseen. Esos v¨ªnculos pueden ser tan fruct¨ªferos como los que ha mantenido el poeta Manuel Vilas con cada uno de sus coches, a los que ha dedicado numerosos poemas, pero, a menudo, no llegan a desarrollarse. Parad¨®jicamente, cuando los objetos se transforman en mercanc¨ªa y, por tanto, pasan a ser una parte fundamental del sistema econ¨®mico, es cuando antes nos desentendemos de ellos y los sustituimos por otros m¨¢s nuevos.
La moda justa (Anagrama, 2021) es un breve ensayo escrito por Marta D. Riezu sobre la premisa de que ¡°aprender a comprar parece sencillo pero no lo es¡±. La autora se centra en la industria de la moda porque, adem¨¢s de ser una de las m¨¢s contaminantes del mundo y de emplear a m¨¢s de 75 millones de trabajadores de entre los que menos del 2% recibe un salario digno, es la que mejor ilustra nuestra relaci¨®n patol¨®gica con los bienes de consumo: se produce, en condiciones casi invisibles, mucha m¨¢s ropa de la que se vende, y usamos muchas menos prendas de las que compramos (alrededor de un 20% de nuestro armario).
¡°Vestirse es una de las pr¨¢cticas comunicativas m¨¢s inmediatas, y aunque lo verdaderamente responsable con el planeta ser¨ªa no volver a comprar una prenda m¨¢s existen opciones intermedias¡±, explica Marina G¨®mez, profesora de Dise?o de Moda. La docente propone cosas como ¡°revisar nuestras prendas y repararlas siempre que sea posible, intercambiar con nuestro entorno aquello que ya no nos gusta o no nos sirve, comprar de segunda mano o recurrir a marcas de cercan¨ªa, en las que podemos conocer los nombres (e incluso las caras) de quienes dise?an y construyen¡±. Y a?ade que son, precisamente, las prendas que menos duran (pertenecientes al mercado low cost) las que m¨¢s contaminantes resultan: ¡°Esencialmente, todas las pr¨¢cticas relacionadas con la producci¨®n a gran escala son insostenibles a d¨ªa de hoy¡±.
Pero resistirse a la industria es un reto que va m¨¢s all¨¢ de las cuestiones pr¨¢cticas o log¨ªsticas. A estas alturas nadie se sorprender¨¢ al leer que detr¨¢s de muchas compras existe un deseo que nunca logramos satisfacer del todo. ¡°Mi experiencia como profesional y, a la vez, como consumidora ha pasado por diferentes etapas, muchas de ellas frustrantes, como aquellas m¨¢s relacionadas con la avidez de la novedad o con la b¨²squeda de la aceptaci¨®n social a trav¨¦s de la ropa¡±, contin¨²a G¨®mez. ¡°As¨ª que ahora trato de ser responsable con mi trabajo y con lo que visto, y transmitir que la construcci¨®n de una personalidad o de un estilo propio tambi¨¦n pasan por despegarse de lo que hacen las mayor¨ªas, encontrando una relaci¨®n personal con lo que usamos. Como Lipovetsky, tengo fe en el futuro, pero creo que es inconcebible sin una desaceleraci¨®n en los h¨¢bitos de consumo¡±.
Consumir menos y establecer v¨ªnculos con las cosas que usamos y admiramos, indagando en su trayectoria hist¨®rica (a menudo tr¨¢gica y entrecruzada con la pol¨ªtica y la guerra) es tambi¨¦n lo que propone Katy Kelleher en La terrible historia de las cosas bellas (Alpha Decay, 2023). La periodista estadounidense recorre en su libro la historia de 10 materiales u objetos de uso ornamental ¡°gracias a cuya belleza ha sido capaz de amar el mundo¡±. Una de las conclusiones del libro es que la belleza es una fuerza que no depende del valor de mercado del objeto que la desprende, y es que resulta tan conmovedora una orqu¨ªdea como un diamante. La otra es menos alentadora: la obtenci¨®n de esa belleza casi siempre ha supuesto ¡°sufrimientos y atrocidades abrumadores¡±, tanto en las sociedades preindustriales (por ejemplo, los fabricantes de espejos padec¨ªan en la Venecia del siglo XVII todo tipo de enfermedades a consecuencia de la inhalaci¨®n de vapor de mercurio) como en las contempor¨¢neas (la silicosis sigue siendo frecuente entre quienes trabajan con m¨¢rmol).
Kelleher cuenta que hac¨ªa a?os que era consciente de que su relaci¨®n con el consumo era enfermiza y que aprovech¨® el confinamiento de 2020 para cambiar sus patrones de compra y sus costumbres. ¡°Viajar era imposible, los restaurantes y los museos hab¨ªan cerrado, y entonces me encontr¨¦ gozando de los bosques y los r¨ªos de Maine. Aprend¨ª los nombres de plantas y aves, cuid¨¦ de mi jard¨ªn, apenas conduje. Fue entonces cuando escrib¨ª el libro y termin¨¦ de darme cuenta de que mi vida estaba basada en sistemas de violencia y explotaci¨®n. No quiero decirles a los dem¨¢s lo que tienen que hacer, pero creo que mi deber es, como m¨ªnimo, tratar de mitigar ese dolor¡±, opina la escritora y colaboradora de The New York Times. ¡°A m¨ª tambi¨¦n me encanta dar y recibir regalos ¡ªsigue Kelleher¡ª, pero no es necesario comprar cosas nuevas. Siempre habr¨¢ algo que reparar que nos conecte mejor con nuestra historia y con los dem¨¢s¡±.
Una segunda vida para las mercanc¨ªas
Una mercanc¨ªa es todo aquello que puede ser intercambiado por otro objeto o por su equivalente en dinero y, tal y como expone el fil¨®sofo Broncano, ¡°la cultura es la encargada de definir hist¨®ricamente qu¨¦ es lo intercambiable y qu¨¦ no¡±. ¡°La cultura saca del mercado objetos y pr¨¢cticas que se convierten en sagrados, o de un valor incalculable y no pueden ser intercambiados. Hoy todav¨ªa seguimos discutiendo esos l¨ªmites: la sangre humana es algo admisible como mercanc¨ªa en Norteam¨¦rica, pero no en Europa. Tampoco los ¨®rganos para trasplantes, un negocio que nos parece horrible¡±. Es una discusi¨®n que tambi¨¦n se elabora en nuestras casas: poseemos cosas que ¡°no valen nada¡± (porque nadie pagar¨ªa nada por ellas) pero de las que nos resultar¨ªa imposible desprendernos, bien porque estamos muy habituados a ellas, bien porque concentran mucho ¡°valor sentimental¡±. Cuando decimos que ¡°ni por todo el oro del mundo¡± vender¨ªamos los guantes o el cintur¨®n que hemos heredado de nuestros abuelos, nos referimos a que el cari?o ha sacado a esos objetos del mercado.
No obstante, muchas veces es positivo (y lo m¨¢s sostenible) que art¨ªculos que de otro modo ser¨ªan desechados vuelvan a convertirse en mercanc¨ªa y ocupen el lugar de algo nuevo. Es lo que sucede con las piezas de los anticuarios. En este sector, Isabella Bo (Isabel Gim¨¦nez) es una profesional que lleva casi 10 a?os dando nuevas oportunidades a objetos ¨²nicos con mucha vida por delante. ¡°Desde la infancia, sin saberlo, ya me estaba dedicando a las antig¨¹edades. Ten¨ªa una abuela que me contaba historias sobre sus objetos y ella es la responsable de que me enganchara, siendo una ni?a y antes de apreciar directamente la belleza de las cosas, a las historias que acompa?an a los objetos, no a los objetos en s¨ª¡±, recuerda esta interiorista licenciada en Bellas Artes. La nave de Isabel Gim¨¦nez, en plena huerta de Murcia, es un contenedor de cosas curiosas que todav¨ªa pueden resultar ¨²tiles. Tambi¨¦n es un archivo lleno de historias excepcionales: ¡°Yo prefiero que el espacio al que llegan las piezas no se convierta en una especie de museo, que no se acumulen, sino que respondan a necesidades, que adapten sus dimensiones, que se adec¨²en a un uso. Y me encanta encontrar piezas h¨ªbridas, que no son puras. De repente aparece un mueble que mezcla el estilo escandinavo con el de Lorca y descubro conexiones muy curiosas y a artesanos que hace d¨¦cadas, sin medios digitales, reflejaban influencias muy lejanas. En un trenzado puede estar la historia de un emigrante¡±.
Pero incluso en un espacio as¨ª, la compra sigue siendo un proceso conflictivo: ¡°He tenido que decir en mi anticuario ¡®no compres m¨¢s porque lo est¨¢s pasando mal en vez de bien¡¯. Esa ansiedad se detecta tambi¨¦n aqu¨ª y yo intento transmitir que restaurar y reutilizar siempre es m¨¢s satisfactorio que comprar¡±. Eso s¨ª: no es necesario que nos convirtamos en ascetas. La anticuaria intenta que sus clientes sepan por qu¨¦ algo les gusta, pero ¡°no es imprescindible que les haga falta¡±, matiza. ¡°Un capricho puede hacerte feliz, lo importante es que la sensaci¨®n al llev¨¢rtelo sea positiva. Merece la pena pararse a pensar por qu¨¦ un objeto te ha despertado una emoci¨®n: puede que te conecte con tu infancia, puede que para ti la decoraci¨®n se haya convertido en un juego¡ Conozco a gente que es muy creativa y que se expresa montando peque?os bodegones en su casa, y para eso necesitan recursos decorativos. Es un trabajo de crear belleza, crean peque?os altares que son po¨¦ticos y con los que de alguna manera compensan toda la fealdad que hay por otro lado¡±.
¡°La belleza no es superficial¡±, concluye esta pionera de la sostenibilidad en la Regi¨®n de Murcia. ¡°Lo bonito no tiene por qu¨¦ estar vac¨ªo. Quiz¨¢ ahora estamos prescindiendo de lo muy bonito para que se note que algo tiene sentido, pero una cosa y la otra no est¨¢n re?idas. Es algo muy viejo, eso de la forma y el fondo, ornamento y delito, est¨¢ en Plat¨®n y San Agust¨ªn¡ ?Pero no hay que elegir!¡±. As¨ª que el plan consiste en volver a prestar atenci¨®n a la belleza, la memoria y el sentido de las cosas que nos rodean. En dejar que los objetos vuelvan a encantarnos para vivir m¨¢s tranquilos y, de paso, reducir nuestra huella ambiental. En definitiva: en ser m¨¢s materialistas para dejar de ser tan consumistas.
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