La promesa de un mejor pasado
Los pol¨ªticos no dejan pasar una oportunidad de manipular el ayer con relatos cuya verdad sea dif¨ªcil de comprobar para el ciudadano medio
El debate sobre el pasado y la memoria ¡ªque no son la misma cosa¡ª o sobre la historia y la memoria hist¨®rica ¡ªque tambi¨¦n son cosas muy distintas¡ª ha vuelto a la superficie recientemente en Espa?a. Ocurre cada cierto tiempo, de distintas formas y con distintas intensidades, pero yo no recuerdo un solo momento de este siglo en que estas tensiones no hayan estado presentes entre los ciudadanos: la ley de memoria hist¨®rica, sin ir m¨¢s lejos, cumplir¨¢ 17 a?os en unos meses. Ahora se trata de la embestida que los partidos de la derecha llevan a cabo en ciertas comunidades contra la Ley de Memoria Democr¨¢tica, que no ha cumplido dos a?os todav¨ªa. No hay nada nuevo en ello: los pol¨ªticos siempre han querido apropiarse del pasado. Pero tengo la impresi¨®n confusa de que ese inter¨¦s en dominar nuestro pasado com¨²n, lo que llamamos historia, ha cambiado de naturaleza en los ¨²ltimos tiempos, a veces permiti¨¦ndose atrevimientos que a los memoriosos ¡ªno somos muchos, por desgracia¡ª nos parecen salidos de viejos manuales que cre¨ªamos superados. Y acaba uno recordando una vez m¨¢s, y con algo de cansancio, el manoseado refr¨¢n de 1984: ¡°Quien controla el pasado, controla el futuro. Quien controla el presente, controla el pasado¡±. S¨ª, Orwell lo sab¨ªa bien, o lo sab¨ªan las autoridades de su dictadura ficticia.
Siempre me ha gustado la coincidencia banal entre la publicaci¨®n de la novela y un episodio breve de la historia colombiana, y no me resisto a anotarla aqu¨ª. Por esos a?os, Colombia se hund¨ªa en un estallido de violencia pol¨ªtica sin precedentes ¡ªy esto dicho de un pa¨ªs que ya cargaba a sus espaldas m¨¢s de un pu?ado de guerras civiles¡ª, y los dos grandes partidos empezaron a negociar para acabar como fuera posible con la guerra partidista. Para las siguientes elecciones, en las que se definir¨ªa la suerte de ese pa¨ªs estremecido, el partido liberal propon¨ªa a Dar¨ªo Echand¨ªa, un liberal moderado que hab¨ªa sido presidente designado en otros momentos cr¨ªticos; pero pocos meses despu¨¦s, mientras caminaba por las calles de Bogot¨¢ como parte de una manifestaci¨®n de liberales, Echand¨ªa fue v¨ªctima de un atentado. Sobrevivi¨®, pero muri¨® su hermano. Al d¨ªa siguiente retir¨® su candidatura, y de todo el episodio qued¨® para la historia su frase melanc¨®lica: ¡°?El poder para qu¨¦?¡±. Esto ocurri¨® en 1949. La novela de Orwell, publicada ese mismo a?o, conten¨ªa una posible respuesta. El poder para esto, se?or Echand¨ªa: para controlar el pasado. Pues quien controla el pasado, controla el futuro.
As¨ª es: el poder pol¨ªtico es, entre otras cosas, la capacidad de imponer en una sociedad determinada una versi¨®n de la historia. Siempre ha sido as¨ª, como digo, pero fueron los totalitarismos del siglo XX los que mejor lo entendieron, o los que m¨¢s jugo le sacaron. Lo que ha cambiado en tiempos recientes es, acaso, la facilidad con que lo hacemos o lo podremos hacer. Stalin tuvo que usar una t¨¦cnica audaz y complej¨ªsima para eliminar a TrotskI y a Lev K¨¢menev de las fotograf¨ªas que contaban la Revoluci¨®n; en otro caso se insert¨® a s¨ª mismo en la foto de un Lenin convaleciente, tratando de probar que lo hab¨ªa visitado en sus ¨²ltimos d¨ªas y ganar as¨ª derecho a ser su sucesor. Hay una foto fant¨¢stica en que Mussolini levanta una espada a lomos de un caballo, y hoy sabemos que hizo borrar al hombre que ten¨ªa al caballo de la brida para que nada entorpeciera su viril pose de pr¨®cer: como tantos dictadores, Mussolini era un hombre de masculinidad acomplejada. Pero nuestras sociedades entran ahora lentamente en una ¨¦poca peligrosa donde bastar¨¢ un m¨ªnimo conocimiento inform¨¢tico para lanzar al mundo una imagen adulterada, convincente y, lo que es peor, influyente: para cuando se detecte el falseo, si es que se detecta, ya habr¨¢ conseguido sus consecuencias pol¨ªticas.
Pero no es esto, en estricto sentido, de lo que se habla en estos d¨ªas. Es verdad que ese (no tan) valiente mundo nuevo de la inteligencia artificial me inquieta profundamente, y m¨¢s me inquieta ver que a nuestros l¨ªderes no parece inquietarlos demasiado. Las leyes que regular¨¢n la inteligencia artificial no est¨¢n en pa?ales: es que no se han concebido. Por supuesto, la ley va por detr¨¢s de la realidad, siempre persigui¨¦ndola a marchas forzadas, siempre con la lengua afuera; y en este caso los avisos est¨¢n claros, y las consecuencias de no actuar a tiempo son ¡ªliteralmente¡ª inimaginables. Pero nuestro debate de ahora no se refiere a im¨¢genes de ning¨²n tipo, ni a inteligencia artificial, sino a algo m¨¢s familiar: la guerra por el relato. Alrededor de ella hay preguntas inmensas: ?c¨®mo se cuenta la historia? ?Qui¨¦n la cuenta, o qui¨¦n deber¨ªa contarla? ?C¨®mo defendernos de los intentos groseros que hacen las fuerzas pol¨ªticas por imponernos su relato interesado y tendencioso? Bajo todas estas preguntas yace una que, en su simpleza, me resulta conmovedora: ?por qu¨¦ es tan vulnerable el pasado?
A eso se reduce todo, me parece. Y la respuesta es vertiginosa y a la vez sencilla: el pasado es vulnerable porque, en cierto sentido, solo existe mientras lo imaginamos. Una novela famosa comienza diciendo que el pasado es un pa¨ªs extranjero, y la met¨¢fora est¨¢ bastante bien, por lo menos en el libro, pero la realidad es m¨¢s compleja justamente porque no es as¨ª: ya nos gustar¨ªa a muchos, pero el pasado no es un lugar f¨ªsico al cual podamos ir para ver realmente c¨®mo ocurrieron las cosas. Paul Val¨¦ry, que tantas veces y tan bien habl¨® sobre estos temas, visit¨® a un grupo de estudiantes en 1932, y habl¨® con ellos de nuestra relaci¨®n dif¨ªcil con los hechos de la historia. Los mismos hechos, les record¨® a esos estudiantes, constitu¨ªan un relato si lo contaba un historiador anticlerical y librepensador (Michelet, por ejemplo) y otro muy distinto si lo contaba un historiador conservador y ultracat¨®lico de tendencias autoritarias (por ejemplo, Joseph de Maistre). ?C¨®mo es eso posible? Val¨¦ry responde: es posible porque el pasado es ¡°una cosa enteramente mental¡±. Y enseguida a?ade: ¡°No es m¨¢s que im¨¢genes y creencias¡±.
Desde que se dieron cuenta de las implicaciones que eso tiene, los pol¨ªticos no han dejado pasar una sola oportunidad de adulterar esas im¨¢genes, de manipular esas creencias. Lo hacen contando relatos cuya verdad sea dif¨ªcil de comprobar para el ciudadano medio, que no tiene con frecuencia ni el tiempo ni los instrumentos para cuestionar lo que le digan, y con frecuencia no tiene tampoco la voluntad: pues las im¨¢genes y las creencias que le llegan desde sus l¨ªderes pol¨ªticos son siempre mucho m¨¢s halag¨¹e?as, m¨¢s placenteras o menos inc¨®modas que las que les proponen los otros. Es por eso por lo que el pasado hist¨®rico se est¨¢ moviendo constantemente, dependiendo de vientos pol¨ªticos o de inconstantes modas culturales: que se pongan o se quiten placas de m¨¢rmol de nuestros lugares p¨²blicos no es sino la encarnaci¨®n de esos fen¨®menos mentales. Hoy mismo parece que los populismos del mundo entero han descubierto, a falta de propuestas para mejorar el futuro de la gente, la inmensa rentabilidad de prometerles un mejor pasado. ?Qu¨¦ es un mejor pasado? Un espacio donde se sientan m¨¢s c¨®modos, menos culpables, menos responsables. Es un error aceptarlo; es un error doble acept¨¢rselo a los pol¨ªticos. Ser¨ªa como aceptar una foto adulterada. ?Qui¨¦n decide lo que sale en la foto? Que no sean ellos, por favor. Que no sean ellos.
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