Tarde de firmas en la feria
El encuentro con los lectores, por lo general breve, brinda a los escritores la oportunidad de conversar con ellos, escuchar sus impresiones y verles la cara. Constatan as¨ª que no escriben para seres incorporales
Llegada la primavera, menudean en Espa?a las ferias de libro. En ellas se le ofrece al escritor la posibilidad de dedicar ejemplares de sus obras. No es raro que los autores mencionen este asentado h¨¢bito a la hora de expresar las razones por las que acuden con gusto a las susodichas ferias. El encuentro con los lectores, por lo general breve, les brinda la oportunidad de conversar con ellos, escuchar sus impresiones y verles la cara. Constatan as¨ª que no escriben para seres incorporales. No me ha parecido nunca que la fir...
Llegada la primavera, menudean en Espa?a las ferias de libro. En ellas se le ofrece al escritor la posibilidad de dedicar ejemplares de sus obras. No es raro que los autores mencionen este asentado h¨¢bito a la hora de expresar las razones por las que acuden con gusto a las susodichas ferias. El encuentro con los lectores, por lo general breve, les brinda la oportunidad de conversar con ellos, escuchar sus impresiones y verles la cara. Constatan as¨ª que no escriben para seres incorporales. No me ha parecido nunca que la firma de libros constituya una actividad mec¨¢nica. Uno no garabatea frases amables ni estampa su firma al modo como Chaplin aprieta tuercas en la c¨¦lebre secuencia de la f¨¢brica de Tiempos modernos. Por lo com¨²n, el corto di¨¢logo discurre por sendas de halago y gratitud, y el escritor corresponde a las muestras de afecto con mayor o menor cordialidad. Esto ya depende de cada cual, puesto que hay en el gremio de quienes componen libros gentes de muy diverso talante. Las firmas suelen dar para copiosos anecdotarios. Uno ha dedicado libros a perros, presentes al otro lado del mostrador; a criaturas aposentadas en el vientre abultado de las gestantes que imaginan a un lector futuro en el nonato; a personas que est¨¢n muy ¡°malitas¡± en el hospital, con pocas probabilidades de consagrarse a la lectura. M¨¢s me descoloc¨® hace poco, en la Feria del Libro de Valladolid, la petici¨®n de dedicar el libro a un hombre fallecido. Me la dirigi¨® la viuda con gesto circunspecto, ojos cercanos a las l¨¢grimas y la revelaci¨®n de que el esposo, en vida, sol¨ªa gustar de mis libros. No hall¨¦ en mi repertorio de dedicatorias ninguna que me sirviera. ?Qu¨¦ se le puede decir a un muerto? Le rogu¨¦ tiempo para pensar a la se?ora y se me fue poniendo un nudo de angustia en la garganta. A veces, cuando menos se espera, aflora lo hondo humano y luego uno se va al hotel apaleado por las cavilaciones y las penas.