Dadme a vuestros abandonados
Las elecciones en Turingia constatan que hay un votante que se siente excluido, olvidado por la pol¨ªtica, incluso despreciado por los partidos y las instituciones y al que AfD ha tendido la mano
La victoria de la extrema derecha en las elecciones regionales en Turingia del pasado domingo es la culminaci¨®n de un movimiento que viene produci¨¦ndose desde hace a?os y que tiene el epicentro en los estados alemanes de la antigua RDA, pero que ha alcanzado al oeste, como prueban los resultados de las ¨²ltimas elecciones federales. Tampoco es un movimiento exclusivo de Alemania. Podemos ver las trazas del ascenso ultra en pr¨¢cticamente todos los pa¨ªses de la Uni¨®n Europea (y m¨¢s all¨¢), pero el caso alem¨¢n tiene algo de especial, habida cuenta de la historia del pa¨ªs.
En Turingia, casi un tercio de los votantes han optado por Alternativa para Alemania (AfD), casi 400.000 votos. O lo que es lo mismo, un aumento del 52% respecto de los anteriores comicios. Si se toma como referencia la convocatoria de 2014, AfD habr¨ªa triplicado sus votos en una d¨¦cada.
?De d¨®nde viene ese apoyo? ?Qu¨¦ ha pasado para que un tercio de los votantes turingios hayan votado a la extrema derecha? La comparaci¨®n de los resultados del domingo con los de 2014 nos muestra que el voto a AfD parece no provenir de ning¨²n otro partido. La derecha no retrocede y en la izquierda se produce un trasvase importante de las fuerzas ¡°tradicionales¡± (Die Linke y tambi¨¦n el SPD) hacia la nueva formaci¨®n nacionalpopulista de Sahra Wagenknecht, pero en ning¨²n caso se libera la cantidad de voto que asciende AfD. La clave est¨¢ en la participaci¨®n, que ha crecido 20 puntos, justo los que aumenta la extrema derecha.
Lo que nos dice esto es que AfD se nutre muy principalmente (aparte de una base de voto ultra tradicional) de votantes movilizados, electores que en las convocatorias anteriores no acud¨ªan a votar y que han encontrado en la extrema derecha una oferta suficientemente atractiva como para acercarse al colegio electoral. Es algo que se viene observando en elecciones con presencia de la extrema derecha: un incremento significativo de la participaci¨®n, en algunos casos nunca visto.
Habr¨ªa dos elementos intrigantes en esta relaci¨®n entre la extrema derecha y la participaci¨®n. Por un lado, deber¨ªamos celebrar que se produzca una mayor movilizaci¨®n del electorado, puesto que ello deber¨ªa ser un s¨ªntoma de salud democr¨¢tica. Que m¨¢s electores acudan a las urnas es positivo, ya que demuestra que encuentran en la oferta partidista una opci¨®n a la que dar su voto. Sin embargo, a nadie se le escapa la paradoja que representa que esta mayor movilizaci¨®n se deba al concurso de una formaci¨®n de dudosas credenciales democr¨¢ticas.
Y aqu¨ª viene el segundo elemento que deber¨ªa preocuparnos. Ning¨²n otro partido hab¨ªa conseguido levantar del sof¨¢ a los casi 300.000 turingios que han salido a votar por AfD. Ni Die Linke, ni los socialdem¨®cratas, los verdes, los liberales o la CDU. Ninguno de esos votantes vio en el pasado (ni tampoco este domingo) en ninguno de estos partidos una opci¨®n por la que votar, una propuesta a la que dar su apoyo, una que fuera merecedora de un paseo hasta el colegio electoral.
Estos votantes hab¨ªan pasado desapercibidos a los partidos tradicionales, eran invisibles. La extrema derecha, en cambio, ha sabido recogerlos, interpretarlos, reconocerlos. Los ha visto, simplemente. Ha sabido que estaban all¨ª, m¨¢s all¨¢ de los muros del sistema. Era un voto que quer¨ªa existir, que se sent¨ªa excluido, abandonado por la pol¨ªtica, incluso despreciado por los partidos y las instituciones. Y hete aqu¨ª que AfD les ha tendido la mano, les ha dado la oportunidad de existir y ellos han aparecido. No es, por tanto, un voto de extrema derecha. No cree en las ¡°soluciones¡± que propugnan los ultras (seguramente porque no cree que la pol¨ªtica pueda dar soluciones a sus problemas). Simplemente, es un voto que quiere que se le tenga en cuenta, que se tengan en cuenta sus problemas. Son la very special people que Trump ¡°ama¡±. Aquellos a los que Hillary Clinton llam¨® basket of deplorables durante la campa?a de 2016, lo que finiquit¨® sus posibilidades de llegar a la presidencia al lanzar en brazos de Trump a los votantes blancos de las zonas desindustrializadas de los estados clave.
Tambi¨¦n es una parte sustancial del voto a Le Pen, o los chalecos amarillos que claman contra un Par¨ªs autista y endog¨¢mico, el Par¨ªs que representa como nadie el j¨²piter Macron. Curiosamente, es el mismo sentimiento que propulsa a los franceses de segunda generaci¨®n que habitan la banlieue y que se sienten igual de ninguneados y excluidos. Es un ruido sordo, un bajo continuo, que puede percibirse en todas las sociedades: el de los que se sienten abandonados, traicionados, dejados de lado. Los que sienten que no est¨¢n invitados a la mesa donde se reparte el pastel y buscan a alguien que les entienda, que les recoja, que d¨¦ voz a su desesperaci¨®n. Y ese alguien acostumbra a ser (no siempre) la extrema derecha.
Esa extrema derecha que parece reproducir el famoso poema de Emma Lazarus inscrito en el pedestal de la neoyorkina estatua de la libertad (¡°dadme a vuestros rendidos, a vuestros pobres, vuestras masas hacinadas anhelando respirar en libertad¡±). Quiz¨¢s vaya siendo hora de que otros partidos se atrevan a mirar a la cara a ese voto invisible, que les tiendan la mano, que los recojan y los reconozcan, que les hagan saber que tambi¨¦n cuentan, que tambi¨¦n les tienen en cuenta. H¨¢ganlo antes de que sea demasiado tarde.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.