Pobres, d¨¦biles y adictos
La adicci¨®n al m¨®vil no es un pecado personal. ?Cu¨¢ntas veces hemos escuchado que un problema social o econ¨®mico se debe a los fallos morales de un colectivo?
De vez en cuando escucho el podcast del profesor de Stanford Andrew Huberman. En su ¨²ltimo episodio, el experto en neurociencia de la memoria Charan Ranganath explica por qu¨¦ no debemos mirar el m¨®vil mientras conversamos con otras personas: al cambiar de tarea, nos enlentecemos, y al volver nos quedamos unos segundos por detr¨¢s del otro, forzando nuestras capacidades cognitivas y fragmentando...
De vez en cuando escucho el podcast del profesor de Stanford Andrew Huberman. En su ¨²ltimo episodio, el experto en neurociencia de la memoria Charan Ranganath explica por qu¨¦ no debemos mirar el m¨®vil mientras conversamos con otras personas: al cambiar de tarea, nos enlentecemos, y al volver nos quedamos unos segundos por detr¨¢s del otro, forzando nuestras capacidades cognitivas y fragmentando la memoria. Por eso el recuerdo posterior ser¨¢ difuso. Para la mente es muy importante, dice, hacer primero una cosa y despu¨¦s otra. Huberman a?ade una visi¨®n personal sobre los trabajadores tecnol¨®gicos: ¡°los mejores que conozco, los verdaderamente excepcionales, son muy buenos atrincherando su atenci¨®n, son muy disciplinados en su uso del m¨®vil. Los que cambian de tarea a menudo no tienen vidas completas, no cuidan de su salud¡±. Despu¨¦s explica que posee un m¨®vil secundario guardado en una caja solo para acceder a redes sociales, con un temporizador que garantiza que le dedica un tiempo limitado.
La conversaci¨®n entre los dos cient¨ªficos me result¨® muy interesante, no solo por su visi¨®n sobre la multitarea, que por alg¨²n motivo yo solo asociaba a trabajo de oficina, y no a situaciones cotidianas como reunirse con amigos o ver una pel¨ªcula con el m¨®vil en la mano. Me impact¨® el comentario de Huberman, famoso por sus f¨¦rreos protocolos cient¨ªficos para optimizar la salud que adoptan miles de seguidores en todo el mundo, sobre c¨®mo quienes no controlan su conexi¨®n a internet no disfrutan de vidas plenas porque no se cuidan. Tenemos as¨ª el problema (adicci¨®n al m¨®vil), los culpables (personas d¨¦biles, con poca fuerza de voluntad), los ganadores (una especie de estoicos digitales) y la soluci¨®n (disciplina personal). ?l no es el ¨²nico en pensar as¨ª. El marco se est¨¢ estableciendo en estos momentos y, sospecho, perdurar¨¢.
?Cu¨¢ntas veces hemos escuchado que la culpa de cierto problema social o econ¨®mico se debe a los fallos morales de un colectivo que, casualmente, no es el que ostenta el poder, perpetuando un sistema injusto con ideas que a veces hasta las propias v¨ªctimas llegan a defender? Puede que pronto, junto a los peligrosos estereotipos de mujeres hist¨¦ricas, gais viciosos, personas pobres vagas e inmigrantes aprovechados unamos el de los adictos al m¨®vil sin disciplina ni autocontrol, cuando hasta el propio Huberman ¨Dcapaz de darse ba?os con agua helada a diario para aumentar su dopamina¨D ha debido establecer un sofisticado sistema de reducci¨®n de da?os al que no todo el mundo puede o sabe acceder. Los desperfectos de la hiperconexi¨®n no solo deben verse como un problema personal de fuerza de voluntad cuando buena parte de la facturaci¨®n de las empresas m¨¢s poderosas del mundo depende de ellos. Desviar la atenci¨®n hacia un pecado individual es una excelente forma de ganar tiempo en este tardo capitalismo tecnol¨®gico que para seguir creciendo sacrifica a quienes lo sostienen.
¡±Tengo una teor¨ªa: las redes sociales e internet en general ser¨¢n en unos a?os una cosa de pobres¡±, me dijo una vez mi amiga Irene Serrano, que est¨¢ doctorada en periodismo digital participativo. ¡°En una sociedad con tanta desigualdad y donde los ricos tratan a toda costa de diferenciarse, los tel¨¦fonos inteligentes, las redes sociales y la creaci¨®n de contenido se lo dejar¨¢n a los pobres¡±. Creo que tiene raz¨®n. Una clase barrer¨¢ en casa su problema, con todos los recursos y conocimientos necesarios. Otra no podr¨¢ y, adem¨¢s, la llamar¨¢n d¨¦bil.