Reenviado muchas veces
Al fondo, a la derecha de la imagen viral que apareci¨® una y otra vez en mi tel¨¦fono despu¨¦s de la dana de Valencia, est¨¢ la casa donde me crie y en la que mi madre todav¨ªa reside
Debi¨® de ser el 30 de octubre por la tarde, o quiz¨¢s fue el 31 a primera hora, cuando una fotograf¨ªa viral apareci¨® por primera vez en la pantalla de mi tel¨¦fono m¨®vil. Indicaba WhatsApp que hab¨ªa sido ¡°reenviada muchas veces¡±. Luego me la enviaron muchas veces m¨¢s. ¡°?Has visto esto? Qu¨¦ barbaridad¡±, sol¨ªa exclamar quien la enviaba. Seguro que a alguno de ustedes tambi¨¦n le lleg¨®. Se convirti¨® en una de las fotograf¨ªas que quedaron grabadas primero en las memorias port¨¢tiles y despu¨¦s en las colectivas para ilustrar la cat¨¢strofe de la dana. Mostraba una calle cualquiera colmada de coches y enseres personales ¡ªsof¨¢s, somieres, colchones, electrodom¨¦sticos y dem¨¢s recuerdos y ¨²tiles de una vida anterior¡ª hasta donde alcanzaba el objetivo del fot¨®grafo. Por supuesto, todo estaba te?ido de color marr¨®n. Creo que lo que volv¨ªa esa imagen tan impactante y llamativa era que justo abajo, bien chiquitita, aparec¨ªa una se?ora con un chaquet¨®n en un vivo color rojo, de espaldas, observando la desolaci¨®n. O quiz¨¢s esa se?ora solo me impact¨® a m¨ª. Podr¨ªa ser mi madre, me dije entonces. Al fondo, a la derecha de la imagen viral, est¨¢ la casa donde me crie y en la que mi madre todav¨ªa reside. Reenviada muchas veces.
Una de las primeras lecciones que aprendes en la facultad de Periodismo es la importancia de la proximidad: un hecho es m¨¢s noticioso en funci¨®n de lo cerca que nos queda. Pensaba en esta lecci¨®n mientras mis dedos agrandaban con incredulidad aquella estampa que mostraba un escenario apocal¨ªptico invadiendo el paisaje de mi infancia, como si algo no encajase. Las fotos de mi calle eran portada en las webs de EL PA?S, The Guardian y hasta The New York Times. Luego mis dedos reenviaban una y otra vez la imagen de esa calle con la ansiedad de quien solo espera que otra persona le confirme que est¨¢ viendo lo mismo que t¨². ¡°Mira, mi calle, mi casa¡±, escrib¨ªa. ¡°No me lo puedo creer¡±, respond¨ªan. Me di cuenta de que, en estado de shock, tendemos a quedarnos sin palabras, por eso solemos recurrir al pobre vocabulario de nuestra ni?ez. Aquel que describe lo cercano, lo que de verdad importa: agua, comida, casa, mam¨¢.
La primera vez que volv¨ª a la calle de la fotograf¨ªa viral despu¨¦s de lo viral, segu¨ªa sin alumbrado. Anochec¨ªa pronto y los vecinos y las vecinas regresaban a sus hogares iluminando el camino con linternas que ya acostumbraban a llevar encima para intentar arrojar algo de luz a esa nueva normalidad. Ya no hab¨ªa periodistas ni fot¨®grafos al filo de noticia, aunque segu¨ªa habiendo barro. Los coches hab¨ªan sido retirados, por fortuna. Los camiones de bomberos segu¨ªan drenando garajes anegados y las asociaciones vecinales segu¨ªan repartiendo agua y productos b¨¢sicos. La imagen ya no era impactante, tan solo demoledora. Un ni?o peque?o hizo el saludo militar a un militar, de tan com¨²n que deb¨ªa resultarle ya aquella presencia. Todav¨ªa no hab¨ªa ning¨²n comercio abierto. Una abogada, amiga de la familia y de cuyo despacho no ha quedado m¨¢s que el r¨®tulo, me cont¨® que se pasaba el d¨ªa tramitando ceses de actividad. Decir que aquellos peque?os negocios hab¨ªan echado la persiana es una frase hecha que suena un poco a broma cuando la mayor¨ªa de las persianas fueron arrancadas por la fuerza del agua.
La segunda vez que volv¨ª a la calle que se hizo viral despu¨¦s de lo viral, en Navidad, ya hab¨ªa abierto la carnicer¨ªa, la joyer¨ªa y la papeler¨ªa. Alguien hab¨ªa escrito ¡°Maz¨®n Dimisi¨®n¡± vali¨¦ndose del barro y de la rabia en la puerta de un garaje del que se segu¨ªa sacando mierda. Hab¨ªa vuelto la luz, pero no el ¨¢nimo. ¡°No parece Navidad¡±, dec¨ªan unos y otras. Las luces, en Valencia, claro. Un buen vecino decidi¨® poner un triste arbolito en una rotonda que, pese a las buenas intenciones, casi daba pena verlo. Hac¨ªa fr¨ªo, porque la humedad del subsuelo calaba hasta los huesos. ¡°?Hace m¨¢s rasca aqu¨ª que en el centro o es cosa m¨ªa?¡±, me dijo un amigo, poni¨¦ndose la bufanda para brindar conmigo el 24 de diciembre, antes de la cena de Nochebuena.
Y en cada boca, una historia que los vecinos y vecinas necesitaban exorcizar par¨¢ndose en mitad de la calle, se?alando esto y lo otro y a estos y a aquellos y lo mal que se hizo y lo mal que se sigue haciendo. Con pena, Con enfado. Sobre todo, con resignaci¨®n. Los vecinos y vecinas segu¨ªan contando los d¨ªas que hab¨ªan pasado desde el 29 de octubre: un nuevo arranque narrativo para todas sus historias. El d¨ªa de la dana. Recordaban con memoria fotogr¨¢fica d¨®nde estaban y qu¨¦ hac¨ªan aquella tarde y con memoria selectiva dotaban de mayor o menor valor lo que hab¨ªan perdido, por respeto a los que ya no est¨¢n. Despu¨¦s se desped¨ªan resignados dese¨¢ndome un feliz 2025. Qu¨¦ hacer, salvo seguir adelante sin olvidar lo que todav¨ªa no queda atr¨¢s. Seguir contando historias ante un o¨ªdo sol¨ªcito y paciente cuando una imagen viral ya no les sit¨²a en el centro de inter¨¦s. Una historia y otra y otra y otra m¨¢s. En cada esquina. En cada ocasi¨®n. Compartidas muchas veces.
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