Por qu¨¦ a muchos nos gusta tanto el b¨¦isbol
Quienes no lo aprecian han perdido el compacto disfrute competitivo, intelectual y est¨¦tico del deporte m¨¢s cerebral y bello de los que se han practicado en el mundo
Tengo un amigo que me ha regalado esta explicaci¨®n: ?sabes cu¨¢l es la gran diferencia entre el f¨²tbol y el b¨¦isbol? Pues radica, argumenta el colega, en que si un extraterrestre reci¨¦n apeado te pide que le expliques c¨®mo funcionan esos dos deportes, en 10 minutos le puedes recitar las reglas fundamentales que le har¨¢n entender lo esencial de un partido de f¨²tbol: se juega en un terreno rectangular, la pelota debe entrar en una jaula que se llama porter¨ªa, se la puede tocar con cualquier parte del cuerpo menos con brazos y mano...
Tengo un amigo que me ha regalado esta explicaci¨®n: ?sabes cu¨¢l es la gran diferencia entre el f¨²tbol y el b¨¦isbol? Pues radica, argumenta el colega, en que si un extraterrestre reci¨¦n apeado te pide que le expliques c¨®mo funcionan esos dos deportes, en 10 minutos le puedes recitar las reglas fundamentales que le har¨¢n entender lo esencial de un partido de f¨²tbol: se juega en un terreno rectangular, la pelota debe entrar en una jaula que se llama porter¨ªa, se la puede tocar con cualquier parte del cuerpo menos con brazos y manos (excepto por el guardi¨¢n de la jaula), si alguien est¨¢ fuera de lugar (m¨¢s all¨¢ del ¨²ltimo defensor contrario y esta es una cuesti¨®n m¨¢s bien ¨¦tica) se invalida la acci¨®n. Y poco m¨¢s. Claro, al final de los 90 minutos reglamentarios gana el desaf¨ªo el bando que m¨¢s veces penetre la susodicha porter¨ªa. Y es que la simpleza reglamentaria del f¨²tbol se debe tambi¨¦n al sencillo concepto ancestral que anima el esp¨ªritu de casi todos los deportes con pelota: se trata del enfrentamiento de dos ej¨¦rcitos, y el vencedor es aquel que en m¨¢s ocasiones tome con ¨¦xito la posici¨®n (la fortaleza) del enemigo.
Sin embargo, cuando a ese mismo extraterrestre curioso intentemos explicarle el funcionamiento de un partido de b¨¦isbol, nos ver¨ªamos afrontando un primer problema: si el libro de reglas del f¨²tbol tiene unas 20 p¨¢ginas, el volumen del b¨¦isbol sobrepasa las 150, con m¨¢s de medio centenar de reglas e incontables ac¨¢pites y anexos en cada una de ellas. Adem¨¢s, como si se quisiera complicar m¨¢s las cosas, este deporte altera un principio b¨¢sico consustancial al resto de los juegos con pelota, m¨¢s a¨²n, invierte toda la filosof¨ªa del ¡°combate¡± deportivo, y es que el equipo que est¨¢ a la defensiva¡ ?es el que tiene la pelota! El pobre alien entonces empezar¨¢ a no entender nada o a pedir explicaciones sin aclararse mucho, m¨¢s o menos como le ocurre a las personas que no nacieron en tierras con cultura de b¨¦isbol¡ Por m¨¢s que se esfuercen nunca logran conocer todos los matices, posibilidades, decisiones f¨ªsicas y mentales, estrategias visibles u ocultas, que rigen un partido de b¨¦isbol. A veces ni siquiera entender¨¢n su ret¨®rica y l¨¦xico (lo demuestran con sus desternillantes aportes los traductores ib¨¦ricos de Paul Auster), que son los mismos si se juega en un gran estadio que si se practica en un terreno yermo de cualquiera de los pa¨ªses que fuimos bendecidos con su adopci¨®n y mamamos el b¨¦isbol de la teta materna. Porque si algo les puedo asegurar es que el b¨¦isbol no es solo el m¨¢s complejo de los deportes con pelota, sino tambi¨¦n el m¨¢s hermoso que hasta hoy se haya creado.
Como nativo de tierras con cultura beisbolera, me cuesta asimilar que un deporte tan cerebral, creado bajo el influjo del racionalismo y el esp¨ªritu de modernidad del siglo XIX, haya tenido una muy pobre expansi¨®n universal, aunque entre su creaci¨®n en las ciudades de la Costa Este de Estados Unidos hacia 1840 y su penetraci¨®n por el Caribe hispano y parajes tan remotos como Jap¨®n, Corea y Australia, apenas transcurrieron unas pocas d¨¦cadas. Porque la supuesta complejidad reglamentaria (su real complejidad) es la que le confiere el atractivo a un ejercicio en el cual, cuando aparentemente no pasa nada (nadie se mueve, a veces nadie respira: ni en el terreno ni en las bancas ni en las gradas ni en los sof¨¢s frente al televisor) se pueden estar decidiendo quiz¨¢s las cosas m¨¢s importantes. Porque si en el f¨²tbol, el baloncesto, el polo acu¨¢tico se juega a un ritmo vertiginoso, desarrollando m¨¢s t¨¢cticas que estrategias, en el b¨¦isbol todo es estrategia, cada opci¨®n se encadena para que, con la acumulaci¨®n de decisiones puntuales y acciones posibles, de pronto se desate el v¨¦rtigo y se logren los objetivos que se concretar¨¢n (o no) a la postre. Y esa condici¨®n lo hace ¨²nico y magn¨ªfico.
Por supuesto que no: no pretendo persuadir a los que no poseen la cultura del b¨¦isbol de la fastuosidad del espect¨¢culo ni convencerlos de los niveles de tensi¨®n que se viven a lo largo de un partido en un deporte en el cual ¡°nada termina hasta que se acaba¡±, como sentenciara uno de sus grandes practicantes. Apenas me propongo advertir de su car¨¢cter singular y su capacidad de generar disfrute no solo por lo que ocurre en el terreno, sino adem¨¢s por lo que el iniciado estima que pudo haberse hecho, entre decenas de posibilidades. Porque lo comprobado es que (y hablo desde la experiencia personal de haber podido asistir a estadios en varios pa¨ªses), con sus comportamientos particulares, forjados por las diferencias culturales, la pr¨¢ctica y la pasi¨®n por el b¨¦isbol se viven con semejante intensidad en una ciudad norteamericana (Estados Unidos, Canad¨¢ y M¨¦xico), que en un barrio del Caribe hispano y holand¨¦s o en una capital de Jap¨®n, Corea o Australia, y forman parte de las manifestaciones p¨²blicas m¨¢s atractivas y seguidas por millones de fan¨¢ticos. Esos conocedores que, a lo largo de d¨¦cadas, han forjado la mitolog¨ªa de una pr¨¢ctica que, como todas las manifestaciones culturales, ha creado su mitolog¨ªa y coronado a sus h¨¦roes. El Bambino Babe Ruth y Joe DiMaggio en Estados Unidos; Roberto Clemente, El Grande, en Puerto Rico; Sadaharu Oh, Rey del Home Run, en Jap¨®n; o el cubano Mart¨ªn Dihigo, llamado El Inmortal, el ¨²nico jugador exaltado al Sal¨®n de la Fama de tres pa¨ªses diferentes.
No es casual, por ello, que la literatura, el cine, las artes pl¨¢sticas y el teatro de muchos de estos pa¨ªses hayan acogido el b¨¦isbol como asunto y espacio de reflexi¨®n social y humana. Tampoco que a su alrededor se hayan concretado y hasta catalizado procesos identitarios, como ocurri¨® en Cuba con el fen¨®meno de la integraci¨®n social del negro en las d¨¦cadas finales del siglo XIX, el momento de la formaci¨®n cultural y espiritual de la naci¨®n nacida como Estado unos a?os m¨¢s tarde.
Gracias al profundo arraigo del b¨¦isbol en tierras de Am¨¦rica y de Asia, es que ya no puede resultar extra?o que el jugador m¨¢s famoso y mejor pagado del mundo en estos instantes sea un japon¨¦s: el gal¨¢ctico Shohei Ohtani, megaestrella de la selecci¨®n campeona mundial (s¨ª, los nipones tienen la corona universal) y contratado por un equipo del circuito de las Grandes Ligas estadounidenses por 700 millones de d¨®lares, pagaderos en diez temporadas... dinero que se est¨¢ ganando con el espect¨¢culo que ofrece cada d¨ªa, con los incre¨ªbles r¨¦cords que establece, y cuya actuaci¨®n es reflejada como noticia incluso en este mismo diario que leen amantes conocedores del b¨¦isbol y tambi¨¦n extraterrestres que no tienen idea de lo que hace el fen¨®meno Ohtani. Y les aseguro que quienes no logran apreciarlo han perdido un compacto disfrute competitivo, intelectual y est¨¦tico por no tener el conocimiento que les permita disfrutar del deporte m¨¢s cerebral y bello de los que se han practicado en el mundo.
En fin, es por eso que hoy, aun en medio de las revolturas que asolan al mundo, yo quer¨ªa hablar de algunas razones por las cuales a tantas personas nos gusta el b¨¦isbol. O la pelota, como decimos los cubanos.