C¨®mo estudiar (y para qu¨¦) el ¨²ltimo glaciar de M¨¦xico a 5.350 metros
Un glaci¨®logo mexicano y la fundaci¨®n colombiana Cumbres Blancas investigan qu¨¦ les espera a los pa¨ªses que pierden sus glaciares tropicales. Combinando m¨¦todos modernos y tradicionales est¨¢n midiendo el retroceso. Les acompa?amos
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Atardece a 5.350 metros de altitud y las sombras proyectadas sobre el hielo comienzan a estirarse en sentido opuesto al de la ma?ana. Ni siquiera se ve ya la ¨²ltima cordada que ha intentado hacer cima, tres puntitos negros en mitad del blanco que, tal vez con alg¨²n problema de aclimataci¨®n, pasaron cerca de Memo Ontiveros con un ritmo lent¨ªsimo pero, tras gritar que estaban bien, desaparecieron glaciar abajo. Ahora, Ontiveros ¡ªmenudo, barba negra algo afilada, piel quemada aunque ¨¦l diga que no se quema¡ª es la persona que se encuentro en lo m¨¢s alto en todo M¨¦xico, y apenas ha recogido de nuevo su artilugio, que no es precisamente una mochila. Lleva todo el d¨ªa trabajando en el glaciar con su casco, lentes polarizados y crampones, y dice que no quiere saber la hora. Pero son las cuatro y media.
¡ªUy. V¨¢monos. Es tard¨ªsimo.
Memo y siete ayudantes han pasado el d¨ªa sobre el glaciar de Jamapa, en el Citlalt¨¦petl o Pico de Orizaba, un volc¨¢n latente pero activo que con 5.675 metros poco consensuados es el techo del pa¨ªs, y el descenso puede complicarse si oscurece, m¨¢s a¨²n con la tamalera a espaldas. Quienes buscan la cima salen del refugio de Piedras Grandes (4.260 metros) antes del amanecer, incluso a medianoche, y para tener una bajada segura tratan de coronar cuando mucho al mediod¨ªa, por azul oscuro que est¨¦ el cielo. Pero ni Memo ni el equipo de la fundaci¨®n colombiana Cumbres Blancas ha venido a hacer cima. ?l es uno de los pocos glaci¨®logos mexicanos y accedi¨® a colaborar con esta organizaci¨®n que trata de visibilizar los ¨²ltimos glaciares tropicales. Pero en M¨¦xico solo queda este, en la cara norte del Pico, y Memo, que no puede elegir, apura el d¨ªa hasta las cuatro y media. Y eso es tard¨ªsimo.
5.100 metros
Cuando Marcela Fern¨¢ndez Barreneche ley¨® aquella entrevista en Medell¨ªn, probablemente en manga corta, se enter¨® de muchas cosas: que Colombia, su pa¨ªs, ten¨ªa glaciares, que hubo m¨¢s pero a¨²n quedaban seis y que exist¨ªan los glaci¨®logos. O al menos uno, Jorge Luis Ceballos. A sus 30 a?os, ella ¡ªtambi¨¦n bajita, cabello largo y llena de energ¨ªa¡ª ya hab¨ªa vendido dulces en la escuela, tratado de exportar caf¨¦, montado una empresa de turismo responsable e impulsado PazAbordo, una caravana multicolor que, llena de activistas, recorri¨® 8.000 kil¨®metros por regiones convulsas de Colombia promoviendo el di¨¢logo. En 2019 contact¨® a Ceballos y fund¨® Cumbres Blancas. Y aunque no est¨¢ claro que el glaciar del Pico sea plenamente tropical, despu¨¦s de actuar en otros de Colombia, Venezuela o Ecuador, ella sab¨ªa que compart¨ªa caracter¨ªsticas y urgencias. Por eso escribi¨® a Heidi Sevestre, conocida glaci¨®loga francesa, y ella a Memo Ontiveros. E invitaron a expertos y alpinistas mexicanos, y a himalayista Elsa ?vila, la escaladora en hielo Ixchel Foord o los fot¨®grafos especializados Alfredo Mor¨¢n y Enrique Barquet, entre otros, se sumaron al proyecto.
Esta ma?ana, tras cuatro d¨ªas de preparativos, Memo no ha madrugado tanto. Ha acampado al pie del glaciar y, ya con luz, asciende unos metros sobre el hielo crujiente ma?anero, lee 5.100 en su alt¨ªmetro de mano y dice que la primera parada de la tamalera es ah¨ª. La tamalera, una olla a vapor, es en realidad una perforadora que funciona como un b¨®iler, un calentador que, conectado a la red de gas, permitir¨ªa una ducha caliente. Esta, tambi¨¦n a gas, recibe nieve por arriba, la derrite y obtiene el vapor con el que, apuntando una manguera y un aplicador, ahora el vulcan¨®logo Juan Ram¨®n de la Fuente est¨¢ abriendo, lentamente, un orificio vertical de ocho metros. Memo dice que la compr¨® el equipo de Hugo Delgado ¡ªmentor de su generaci¨®n, exdirector del Instituto de Geof¨ªsica de la UNAM y coordinador en la UNESCO¡ª, que la fabric¨® un noruego y que no es la ¨²nica, porque sus colegas andinos utilizan similares.
A su lado, Marcela y otra ayudante toman muestras de nieve para medir el carbono que llega desde las ciudades. Hoy, los estudios qu¨ªmicos complementan a los radares y a la fotogrametr¨ªa digital a¨¦rea, que permiten calcular la masa helada, pero Memo insiste en perforar para insertar balizas, series de cinco finos tubos de PVC que, atados con nylon, sumar¨¢n diez metros cada una. De forma puntual y luego extrapolando datos, permitir¨¢n leer, siempre que uno suba hasta aqu¨ª, los cent¨ªmetros de hielo perdido.
¡ªCada instrumento es para distinta cosa. En Europa puedes manejar bastante bien un dron a 4.000 metros, y aunque algunos vuelan a 6.000, aqu¨ª tenemos problemas con la densidad del aire. La baliza te dice cu¨¢nto es nieve y cu¨¢nto es hielo, y eso no lo da un m¨¦todo a distancia.
5.200 metros
Otro puntito muy veloz acaba de pasar glaciar arriba, con apenas un par de bastones, tratando de hacer cumbre y de bajar al pueblo de Hidalgo en cuatro horas. Es Santiago Carsolio. Su colega Max ?lvarez, trailrunner como ¨¦l, aparece vestido como quien entrena por la playa. Ha subido como apoyo y observa los trabajos del equipo, pero enseguida se despide porque su amigo vuela monta?a abajo. ¡°Creo que correr monta?as es mi medio de convivir con ellas¡±, dec¨ªa Carsolio, la v¨ªspera, en una caba?a de Hidalgo. ¡°Pero el cambio de los glaciares es impactante. Acabo de ir al Iztacc¨ªhuatl (5.215 metros) despu¨¦s de seis a?os, y el de Ayoloco no lo reconoc¨ªa¡±.
Algunos expertos tampoco reconocen Ayoloco, el glaciar del Iztacc¨ªhuatl, porque ya no se desplaza, y lo han degradado, como el del Pecho, a la categor¨ªa de simples hielos. Por eso el de Jamapa va a ser el ¨²ltimo de M¨¦xico, si no lo es ya, y en Hidalgo no hacen sino a?adir evidencias. Juan Guarneros, ¨²nico guarda del Parque Nacional Pico de Orizaba, recordaba el glaciar que subi¨® por primera vez de adolescente, en 1987.
¡ªHan desaparecido unas tres cuartas partes de lo que lo hab¨ªamos conocido. Desconozco cu¨¢ndo se va a terminar, pero creo que va a ser muy pronto.
5.300 metros
La tamalera pesa, y m¨¢s a esta altitud donde la ladera se ha empinado. Todo el mundo ayuda a portear equipo, aqu¨ª no hay dron que valga, aunque una vez Hugo Delgado consigui¨® apoyo de un helic¨®ptero que apenas les permiti¨® saltar en un rellano a 5.000. Ahora, a 5.300 metros inclinados, lo urgente es anclar el material y reiniciar la tamalera. Un ayudante acopla un cilindro nuevo de gas y otro hace llama tras abrirle la trampilla, pero est¨¢ costando horrores.
¡ª?Y no ser¨¢ porque hay menos ox¨ªgeno, o por la presi¨®n de la altitud, que cuesta m¨¢s? ¡ªpregunta uno de ellos.
¡ªClaro ¡ªresponde Memo¡ª, ?pero seguro que el noruego no tuvo en cuenta eso!
A estas horas, la vida sucede abajo. Todo lo que aparece sobre el hielo del glaciar son mariposas, o alas de mariposa rotas. El viento las eleva, las saca de su ruta y mueren congeladas. A veces tambi¨¦n vuelan restos de hoja de ma¨ªz. Al oriente, la selva veracruzana es un completo mar de nubes, pero a poniente, Puebla es un llano ocre de campos polvorientos donde surgen remolinos a¨²n visibles desde aqu¨ª. Los llaman diablitos. M¨¢s lejos, el horizonte se oscurece sobre su capital y algunos bosques a¨²n rodean La Malinche, un volc¨¢n extinto. Lo ¨²nico que exhala es la columna inconfundible de un incendio.
La amenaza conocida son los ¡®talamontes¡¯, madereros ligados al crimen organizado, pero al llegar al Parque Nacional del Pico, en la garita no hay nadie para cobrar entrada, y una vez dentro se ven reba?os rebuscando entre tierra negra, humeante y empolvada, junto a pinos chamuscados
La amenaza conocida son los talamontes, madereros ligados al crimen organizado, pero al llegar al Parque Nacional del Pico, en la garita no hay nadie para cobrar entrada, y una vez dentro se ven reba?os rebuscando entre tierra negra, humeante y empolvada, junto a pinos chamuscados. Juan Guarneros, que adem¨¢s es vigilante comunitario, dice que hay visitantes incautos, pero que a menudo lo incendian los pastores, incluso saben qui¨¦nes, y as¨ª, sin apenas vigilancia, obtienen brotes nuevos y evitan cultivar forraje. Y claro, al glaciar no le queda mucho, pero sin ¨¢rboles tampoco vienen lluvias. ?l, que ha reforestado mucho junto al Parque, cree que hay soluciones, pero les faltan medios y siente que les ganan. ¡°Tememos que se termine el agua. A consecuencia del cambio clim¨¢tico y de los incendios, es impresionante lo que ha disminuido. Mi mam¨¢ vive en Tlachichuca, en su casa cae [sale] cada 20 d¨ªas y si no tiene c¨®mo almacenar s¨ª la va a sufrir. Nosotros ya estamos pasando, pero me pregunto qu¨¦ van a sufrir mis hijos cuando el agua se termine. Ac¨¢, si se termina, jam¨¢s vamos a sacar de un pozo si no se recargan los mantos acu¨ªferos¡±.
El descenso
Dejamos las balizas m¨¢s altas clavadas a 5.350 metros, junto a una grieta de un palmo de ancho que se fuga entre penitentes, formas puntiagudas que quedan cuando la radiaci¨®n es tal que el hielo circundante pasa directamente a gas. Memo dice que esas grietas no son peligrosas. En cambio, en su tesis doctoral pronostic¨® que el glaciar se dividir¨ªa en tres: la parte superior se fundir¨ªa, la inferior se encoger¨ªa y en el centro, encajonada en un canal, quedar¨ªa otra masa que ya no ser¨ªa un cuerpo vivo que pierde y recupera hielo y se desplaza sutilmente. Su pron¨®stico: 2039. Eso, claro, mientras el volc¨¢n no se reactive porque entonces, recuerda De la Fuente, el glaciar se fundir¨ªa como el del Popocat¨¦petl y podr¨ªa provocar deshielos torrenciales. Lo que se busca al predecir c¨®mo y cu¨¢ndo desaparecer¨¢n los glaciares, adem¨¢s de asociarlo a nuestra huella de carbono, es preparar el cambio, tal como est¨¢ haciendo Per¨² con sus cochas, pozas ancestrales para captaci¨®n de agua. Otra fuente del Parque explicar¨¢ que su presupuesto es inferior al de otros parques y no tiene visos de subir, que la ley tampoco disuade al pastor, aunque conf¨ªa en que, en unos a?os, despunten cuatro millones de Pinus hartwegii ya arraigados, muchos a¨²n ocultos entre pastizales. Para Memo, los gobiernos regionales que mejor han reaccionado al retroceso ¡ªhan creado institutos y formado glaci¨®logos¡ª son los que m¨¢s dependen de esa agua, y no es el caso de M¨¦xico.
Una vez, de tarde que era, su linterna rod¨® glaciar abajo y Memo pas¨® la noche agazapado, casi metido en su mochila. Ahora baja el ¨²ltimo, meditando, y su sombra alargada sigue deteni¨¦ndose a medir viejas balizas de campa?as previas. ?l, cient¨ªfico, aprecia la lucidez que le da la monta?a cuando est¨¢n a solas, aunque sabe de primera mano que, para muchos pobladores, los intrusos no hacen sino enfadar a los volcanes. En Colombia, algunos glaciares est¨¢n en territorio ind¨ªgena, sagrado y restringido, y en Islandia dedicaron un funeral y grabaron una placa al Okj?kull, su glaciar perdido. D¨ªas despu¨¦s, Hugo Delgado invitar¨¢ a Memo a colocar otra placa en Ayoloco, mientras Marcela propon¨ªa otro funeral en pleno Z¨®calo de Ciudad de M¨¦xico.
Es tard¨ªsimo, incluso surgen las primeras nubes, pero es tambi¨¦n el momento clave. Desandar un glaciar que lleva horas absorbiendo sol suena igual que posar, a cada paso, diez puntas met¨¢licas sobre un mar espumoso que se ha vuelto cristal. Al detenerse, tambi¨¦n se oyen riachos como decenas de sonajeros en una inmensidad en la que, absurdamente, el humano m¨¢s grande es apenas m¨¢s notorio que una mariposa. Memo baja sospechosamente lento, preocupado por llegar abajo con una tamalera que pesa m¨¢s que nunca. Pero ¨¦l, que lee en cent¨ªmetros, tambi¨¦n dir¨¢ que no puede estar satisfecho mientras el glaciar siga menguando. Extrapolado a dos d¨¦cadas y a todos sus atardeceres, ese rumor constante equivale a decir adi¨®s al ¨²ltimo glaciar.
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