Los ni?os enganchados al ¡®sticker¡¯, la droga que arrasa las calles de Lusaka
Unos cien mil ni?os viven en las calles de las ciudades zambianas. En la capital, lejos de sus casas por violencia familiar o pobreza, inhalar queroseno se convierte en uno de sus pasatiempos m¨¢s frecuentes
Desde los aleda?os de las v¨ªas del tren que atraviesan el centro de Lusaka, la capital de Zambia, bajo un puente que sostiene una de las nuevas carreteras de la ciudad, Mapalo puede ver todos los negocios que se han instalado en la metr¨®poli durante los ¨²ltimos a?os. Ve el poste que indica el camino hacia el Shoprite, un supermercado gigante con un continuo traj¨ªn de veh¨ªculos y de personas. Ve el gran escaparate del restaurante Hungry Lion, la cadena de comida r¨¢pida que inunda los centros comerciales del pa¨ªs. Y ve decenas de carteles que anuncian coches, electrodom¨¦sticos o suelos de parqu¨¦ para el hogar. Pero a Mapalo le dan igual todos esos productos. El chico, de 16 a?os, inhala por en¨¦sima vez su botella de sticker, la droga que inunda las calles desde hace a?os, elaborada a base de combustible para aviones y con un fuerte olor a pegamento. Entonces, dice: ¡°Cuando me coloco, me dejo llevar, me olvido del pasado, me adormilo¡¡±.
Mapalo es un ni?o de la calle. Pasa los d¨ªas ah¨ª, junto a otra treintena de chavales, en unos bancos de madera que han colocado debajo del puente. Por las noches se trasladan a muy pocos metros, bajo los soportales cubiertos de las taquillas de la estaci¨®n de tren. Hoy viste una ra¨ªda camisa vaquera, unos pantalones que sujeta con el cord¨®n de un zapato a modo de cintur¨®n y unas chanclas por las que asoman unos dedos sucios y llenos de polvo. ¡°Algunas veces paro de tomar sticker durante unas horas. Quiz¨¢s un par de d¨ªas¡ Pero siempre vuelvo. El mono es demasiado grande¡±, cuenta Mapalo, que no suelta la botella de pl¨¢stico en toda la charla. ¡°Mira: llenar un tap¨®n hasta arriba cuesta 1 kwacha ¨Calrededor de cinco c¨¦ntimos de euro¨C y te da para 20 minutos o media hora. Yo suelo gastar al d¨ªa unos ocho kwachas. Vas, lo compras, metes el l¨ªquido en la botella y lo inhalas¡±, prosigue.
Empujado por el sector servicios y la construcci¨®n, Lusaka ha protagonizado un significativo despegue econ¨®mico y sobre todo demogr¨¢fico en las ¨²ltimas dos d¨¦cadas. Si el censo del a?o 2000 le otorgaba apenas un mill¨®n cien mil habitantes, en 2022 la poblaci¨®n de la capital zambiana se ha aupado hasta sobrepasar los tres millones de personas. M¨¢s a¨²n, las estimaciones apuntan a que, para el a?o 2100, esta cifra podr¨ªa superar los 10 millones. La creciente natalidad y la migraci¨®n desde los pueblos en busca de las oportunidades que escasean en zonas rurales explican este crecimiento. No en vano, la pobreza sigue siendo uno de los enemigos m¨¢s poderosos del pa¨ªs. Naciones Unidas calcula que algo m¨¢s del 57% de los zambianos debe vivir con menos de 1,9 d¨®lares (1,7 euros) al d¨ªa. Chavales como Mapalo son la expresi¨®n m¨¢s viva de esta estad¨ªstica.
¡°Para ganar dinero intento limpiar algunas casas. Me dan una limosna. O compro huevos, los cuezo y despu¨¦s los vendo en los sem¨¢foros. O transporto los cubos de agua que necesitan algunos restaurantes¡±, cuenta. El queroseno que aspira le hace hablar con lentitud, dejando largas pausas entre frase y frase. Tras una nueva inhalaci¨®n, levanta la vista y a?ade. ¡°Al d¨ªa puedo conseguir 20 kwachas (1,1 euros). O hasta 50 kwachas (2,75 euros), si se me ha dado bien¡±.
¡ª?Qu¨¦ te dicen tus amigos?.
¡ªLos amigos que tengo est¨¢n aqu¨ª tambi¨¦n, conmigo¡ª, afirma. Y se?ala al pu?ado de chicos que merodea a su alrededor. Algunos juegan con una pelota, pero la mayor¨ªa de ellos inhalan el queroseno, sentados en los bancos.
¡ª?Y novia? Tienes 16 a?os, una buena edad¡
¡ªAntes sal¨ªa con una chica, pero ya no. Hace tiempo de eso. Era de Kabwe, una ciudad que est¨¢ muy cerca de aqu¨ª, como yo¡ª, responde tras la en¨¦sima pausa. Y, al contestar, suelta una risa nerviosa con la que deja ver un hueco en la dentadura donde deber¨ªa estar su paleta derecha.
Escapar de casa, huir o rebelarse
Chileshe, 13 a?os, u?as negras, sudadera con capucha, pantalones largos, chanclas y un fuerte olor corporal que denota muchos d¨ªas sin lavarse, explica que no sabe por qu¨¦ aspira sticker. ¡°Entiendo que no est¨¢ bien, que no es bueno para m¨ª, pero soy un adicto. Simplemente, no puedo parar de hacerlo¡±, dice. Y habla de las razones que le llevaron a hacer de la calle su hogar y de esa droga inhalada su fiel compa?era de vida. ¡°Me fui de casa hace algo m¨¢s de dos a?os. Mi madre me pegaba, mi padre algunas veces tambi¨¦n. No me qued¨® m¨¢s remedio que marcharme. Desde entonces no he ido al colegio¡±, sostiene. ¡°Me gustar¨ªa volver, pero no s¨¦ si voy a poder hacerlo. La vida que llevo ahora tiene muy pocas cosas buenas¡±.
En realidad, las historias que cuentan Chileshe, Mapalo y sus amigos no difieren mucho de lo que sucede en otras naciones africanas. Chavales que abandonan sus hogares por la violencia familiar, por la pobreza extrema o por rebeli¨®n en busca de una libertad que en realidad no es tal. Cr¨ªos que convierten la mendicidad en su forma de vida e improvisan camastros con las tablas abandonadas en los mercados. Seg¨²n algunos medios locales, la cifra de ni?os que viven en la calle en Zambia podr¨ªa superar los 100.000, con Lusaka como principal foco del problema. En el resto del continente, las estad¨ªsticas no resultan mucho m¨¢s esperanzadoras. Unicef calculaba en febrero de 2019 que en ?frica hab¨ªa entonces unos 13,5 millones de menores desarraigados, incluidos los desplazados por los conflictos, la miseria y el cambio clim¨¢tico. La pandemia de covid-19, que mantuvo las escuelas cerradas durante largos periodos de tiempo en diversos pa¨ªses, ha podido dejar muy atr¨¢s este n¨²mero.
Entiendo que no est¨¢ bien, que el ¡®sticker¡¯ no es bueno para m¨ª, pero soy un adicto. Simplemente, no puedo parar de inhalarlo¡±.Chileshe Bupe, 13 a?os
Moses dice que ¨¦l consume porque todos sus amigos lo hacen. Afirma tener 12 a?os, aunque lo cierto es que parecen algunos menos. Su caso difiere en cierta manera del de los dem¨¢s. ?l proviene de una familia pobre, una que no puede permitirse pagar las tasas escolares, darle un plato de comida todos los d¨ªas o satisfacer sus necesidades b¨¢sicas. Pero nadie lo ha echado de all¨ª. ¡°Mi madre vende verduras en un peque?o puesto, en la calle. Lo que saca no es suficiente para todos¡±, dice. Y prosigue: ¡°Yo no voy al colegio, as¨ª que los d¨ªas los paso aqu¨ª. Pero las noches son diferentes; algunas veces duermo en los soportales de la estaci¨®n y otras veces me voy a mi casa, con mi madre¡±. Despu¨¦s habla del combustible, de c¨®mo entr¨® en ¨¦l y de la adicci¨®n que crea. ¡°La primera ma?ana que me acerqu¨¦ aqu¨ª ya me ense?aron a inhalarlo. Poco a poco te va gustando m¨¢s. No cuento cu¨¢ntas veces lo hago al d¨ªa. Solo s¨¦ que muchas¡±.
La polic¨ªa, desbordada
¡°Esto nos sobrepasa. Son demasiados ni?os y en muchos y diferentes lugares de la ciudad; la capacidad de las autoridades no da para tanto¡±, se?ala un agente de la polic¨ªa local de Lusaka que prefiere no decir su nombre. Los diferentes gobiernos locales han intentado llevar a cabo planes para paliar esta situaci¨®n. En 2006, el Gobierno inici¨® un programa piloto para ense?ar a los menores que viven en la calle algunos oficios, como carpinter¨ªa o sastrer¨ªa, pero fall¨® en la posterior planificaci¨®n y, sin oportunidades laborales reales, los beneficiarios volv¨ªan a su vida anterior tras pasar por los talleres. En 2018 se puso en marcha otro proyecto, Salvar a los ni?os y adolescentes vulnerables de manera eficaz y suficiente (SEEVUCA por sus siglas en ingl¨¦s), esta vez con el apoyo de organismos internacionales como Unicef, con el que asegura haber alcanzado hasta 50.000 j¨®venes. Sin embargo, no ha conseguido impedir que las calles de Lusaka y de otras grandes ciudades zambianas sigan siendo el destino de cientos de chavales.
¡°A menudo dependemos de las ONG y de sus programas para controlar a los ni?os o intentar sacarlos de esa vida¡±, explica el agente, afirmaci¨®n que corroboran estas organizaciones. ¡°Es una realidad compleja; la mayor¨ªa de los muchachos no se f¨ªa de la gente o de las autoridades porque no hay una implicaci¨®n real con ellos, lo que dificulta su regreso a casa o su rehabilitaci¨®n. Adem¨¢s, el sticker lo complica todo; cuando se convierten en adictos es muy dif¨ªcil que vuelvan a la realidad¡±, dice John Chanda, trabajador de la ONG local Barefeet Theatre, una de las que desarrolla programas en terreno con infantes como estos, en situaci¨®n de extrema vulnerabilidad. Y a?ade: ¡°Esta droga es muy perjudicial para el cerebro. Dir¨ªa que hoy en d¨ªa es el principal problema para los chavales de la calle en Zambia¡±.
Nicolas Chinyonga, un hombre de 35 a?os, fue uno de esos ni?os que no logr¨® escapar de esa espiral de calle, sticker y pobreza, y hoy se acerca con cierta asiduidad al banco que ocupan los chicos. ¡°La mayor¨ªa de mi vida la he pasado en la calle¡±, dice. Cuenta que, por problemas familiares, escap¨® de su casa a los 10 a?os y pas¨® por diferentes orfanatos y colegios de ONG, pero no termin¨® de adaptarse a ninguno y las traseras de una iglesia, donde estableci¨® su hogar, segu¨ªan siendo a?o tras a?o su destino obligado. ¡°Ahora me dedico a hacer manualidades. Con las que vendo pago mi comida y el alquiler de una casa en un peque?o campamento cerca de aqu¨ª. Tambi¨¦n me ayudan algunos amigos¡±, afirma. Y, mientras habla, Mapalo, Moses y los dem¨¢s lo observan con la mirada ca¨ªda, los ojos cerrados y con una botella de queroseno fuertemente asida a sus manos.
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