8187 GVW, el verde de la esperanza
Un autob¨²s reci¨¦n jubilado de la flota del transporte p¨²blico urbano de Badajoz, reconvertido en Unidad M¨®vil para recorrer por las noches las calles de Freetown, refugio de ni?os hu¨¦rfanos y de menores en situaci¨®n de prostituci¨®n
El autob¨²s, verde chill¨®n, acaba de aparcar en una c¨¦ntrica zona de Freetown, donde se cruzan Wallace Johnson Street y Glouster Street, al lado del Ayuntamiento de la capital sierraleonesa y de una escueta zona de comerciantes ambulantes que ya recogen los b¨¢rtulos y se preparan para poner fin a su jornada. Las campanas de la iglesia de Saint George, justo enfrente, acaban de dar las seis de la tarde y Mohamed Pateh, el conductor del veh¨ªculo, empieza a descargarlo junto a una decena de trabajadores sociales locales. Su mercanc¨ªa: juegos de mesa, bancos de madera, arroz con casava, medicinas y las herramientas necesarias para montar una carpa.
El color del bus resulta muy llamativo en las calles de Freetown. Los edificios, en perenne estado de semiabandono y ruina, se han impregnado del tono rojizo de la tierra africana y el tiempo y la salitre del mar parecen haber robado a los coches todos sus tonos. Por eso algunos lugare?os giran la cabeza con curiosidad cuando lo ven pasar.
El veh¨ªculo lleva apenas unas semanas en Freetown, aunque ha tenido que sortear casi 5.000 kil¨®metros para llegar hasta all¨ª. Pertenec¨ªa a la flota de autobuses urbanos de Badajoz y realizaba labores de refuerzo durante la Feria de San Juan, que cada junio congrega a numerosos j¨®venes en la capital pacense.
Juli¨¢n Pocostales, gerente de Tubasa, del Grupo Ruiz, concesionaria del transporte p¨²blico de la ciudad extreme?a, cuenta que recibi¨® el a?o pasado una llamada de Peligros Folgado, presidenta de la Fundaci¨®n Atabal, una ONG de cooperaci¨®n al desarrollo que trabaja preferentemente en Sierra Leona en colaboraci¨®n con Don Bosco Fambul, la sede de Misiones Salesianas en Freetown. "Me dijo que a su equipo se le hab¨ªa ocurrido un proyecto y que, para llevarlo a cabo, necesitaban un autob¨²s", recuerda Pocostales.
Sierra Leona contaba con 310.000 ni?os hu¨¦rfanos a finales del 2014. Es decir, el 4,7% de la poblaci¨®n
Atabal llevaba tiempo manejando datos similares a los que aparecieron en el ¨²ltimo Informe Estado Mundial de la Infancia de Unicef: el pa¨ªs africano contaba con 310.000 ni?os hu¨¦rfanos a finales del 2014. Es decir, el 4,7% de la poblaci¨®n. Y, muchos de ellos, no ten¨ªan ni hogar. Una situaci¨®n que se ha agravado, adem¨¢s, con las recientes lluvias torrenciales y las posteriores avalanchas de tierra y lodo, que han dejado un saldo de m¨¢s de 300 muertos y cerca de 3.000 hogares destruidos.
La Agencia Extreme?a de Cooperaci¨®n Internacional al Desarrollo (Aexcid) financi¨® el proyecto, con un coste total de m¨¢s de 100.000 euros y ?ngel Calle, presidente de este organismo, Juli¨¢n Pocostales y Peligros Folgado se las apa?aron para embarcar el autob¨²s en el puerto de Lisboa, desde donde parti¨® el pasado mes de marzo rumbo a Freetown. Lleg¨® algo menos de tres semanas despu¨¦s. En ?frica esperaban Mohamed Pateh y el argentino Jorge Crisafulli, director de Misiones Salesianas.
El bus conservaba el color, la mayor¨ªa de sus asientos y la matr¨ªcula: 8187 GVW. Ahora, m¨¢s de dos meses despu¨¦s y de una peque?a remodelaci¨®n, luce tambi¨¦n una peque?a consulta m¨¦dica m¨®vil, muchos ventiladores, un armario de madera rectangular fijado a los bordes de las ventanas y una pizarra escolar con la que impartir clases a pie de calle. Y recorre los barrios m¨¢s deprimidos de Freetown cuatro veces a la semana.
Hu¨¦rfanos o repudiados
Ha pasado una hora desde que Pateh aparcara el autob¨²s. La carpa ya est¨¢ montada y los peque?os que habitan las calles aleda?as empiezan a aparecer. Llegan en grupos, se sientan en los alrededores a esperar y, los m¨¢s lanzados, se acercan a curiosear y charlar. Algunos evidencian s¨ªntomas de haber consumido alcohol, marihuana o Tramadol, un calmante legal que consiguen en las farmacias. Muchos intentan entrar en las clics, bandas callejeras, pero estas fuerzan a los m¨¢s peque?os, m¨¢s ¨¢giles y con mayor capacidad de pasar desapercibidos, a cometer robos en viviendas particulares y locales comerciales. El narc¨®tico anestesia los golpes cuando los pillan.
"Yo no tomo nada, de verdad. Pero muchos ni?os, s¨ª", dice Emanuel, de 13 a?os, que mezcla al hablar el ingl¨¦s con el krio, el dialecto local m¨¢s extendido. "Lo peor son las peleas. He visto a amigos cogiendo cuchillos para ir a pegarse con otros". Emanuel est¨¢ delgado, viste una ro¨ªda camiseta negra y lleva un pantal¨®n rosa con el cord¨®n de un zapato a modo de cintur¨®n. Naci¨® en Ghana, pero cuando era peque?o se mud¨® con sus padres a Sierra Leona. Hace tres a?os ambos murieron en un accidente de tr¨¢fico y ¨¦l se vio sin nada. "Tengo dos hermanas, una de ellas se ha casado hace poco. Y creo que tambi¨¦n tengo una abuela. Pero no s¨¦ d¨®nde est¨¢n", prosigue.
Muchos ni?os intentan entrar en las clics, bandas callejeras, pero estas fuerzan a los m¨¢s peque?os, m¨¢s ¨¢giles y con mayor capacidad de pasar desapercibidos, a cometer robos
Emanuel, como cuentan tambi¨¦n el resto de sus compa?eros, acude a los vertederos a revolver en busca de alg¨²n material valioso con el que hacer negocio, vende bolsitas de agua a los transe¨²ntes o transporta pescado en el puerto. "Puedo conseguir hasta 4.000 leones al d¨ªa (unos 65 c¨¦ntimos de euro). Me da para comer arroz con eva. ?Sabes lo que es? Como casava fermentada. A m¨ª me gusta", relata.
Alhassan Kamara, de 15 a?os, tampoco encuentra problema en contar c¨®mo se qued¨® sin hogar. En 2014, el brote de ¨¦bola que acab¨® con la vida de 4.000 personas en Sierra Leona seg¨²n la Organizaci¨®n Mundial de la Salud, tambi¨¦n se llev¨® a sus padres. "Murieron los dos, mi padre primero y mi madre despu¨¦s. Me crie en Bo (ciudad cercana Freetown y la segunda mayor del pa¨ªs), pero cuando todo eso sucedi¨® me tuve que venir aqu¨ª. Hay una zona donde vivimos todos los ni?os como yo", manifiesta. A su lado habla Ibrahim Mkonssoy, de 13 a?os. "Yo le cog¨ª a mi t¨ªa 50.000 leones (alrededor de ocho euros). El dinero era m¨ªo, me lo hab¨ªa enviado mi padre, pero decid¨ª no volver a casa para que no me pegara".
Transcurren las horas y los rincones del autob¨²s se van llenando de historias. Una enfermera local cura a los ni?os, que pasan de uno en uno a la consulta m¨®vil. "Lo m¨¢s normal son las torceduras, los esguinces y las heridas superficiales", explica mientras atiende a un espigado chaval que se queja de que le duelen los dientes. "Creo que tiene gonorrea", dice. A solo unos metros, otro de los ni?os recita a sus compa?eros lo que los trabajadores sociales acaban de ense?arle. "?Tenemos derecho a la libertad, derecho a la dignidad y derecho a estar protegidos por la ley!", afirma en¨¦rgico y con el dedo levantado.
"Ense?arles los derechos humanos fundamentales es una forma de empoderarles, de proporcionarles otras armas para sobrevivir en la calle", comenta Crisafulli. Por la sede salesiana en Freetown pasaron en 2016 alrededor de 1.000 ni?os en esta situaci¨®n. All¨ª les internan en un programa de escolarizaci¨®n de tres meses de duraci¨®n, les dan desayuno, comida y cena y buscan a parientes cercanos para reubicarlos y que puedan continuar sus estudios. Crisafulli se encuentra sentado fuera, en los bancos de madera de debajo de la carpa, que permanece iluminada por dos grandes bombillas conectadas a un generador, y toma la palabra cuando los chavales han terminado de comer el arroz que ha tra¨ªdo el autob¨²s.
Crisafulli habla alto, en ingl¨¦s y en tandas de 15 segundos para dejar tiempo a la traducci¨®n que hace al krio uno de los trabajadores sociales. "?Deb¨¦is tener un sue?o! Pero no puede ser haceros ricos. So?ad con ir al colegio, con estudiar y con convertiros en m¨¦dicos, abogados o enfermeros, ?pero no con tener dinero!", proclama, e ilustra su argumento aludiendo a su paisano Diego Armando Maradona. "??l lo ten¨ªa todo! Jug¨® en el Boca, en el Barcelona y en el N¨¢poles. Gan¨® t¨ªtulos y dinero, pero el alcohol, las drogas¡. ?Muy mala vida. Todo lo perdi¨®! ?No so?¨¦is con eso, sino con volver al colegio, con ir a la universidad!¡±.
La charla surte efecto. Mientras los trabajadores sociales recogen y lavan los cubiertos, algunos de los peque?os se acercan a Crisafulli. Entre ellos Emanuel. "Yo tengo un sue?o. Quiero ser abogado. Quiz¨¢s as¨ª pueda defender a mis compa?eros cuando tengan problemas", dice. La voluntaria que ha recogido datos de todos los ni?os que ha atendido hoy el autob¨²s ha contado 63. "Ahora estudiaremos qui¨¦nes pueden ser beneficiarios del programa de reubicaci¨®n familiar y buscaremos a sus parientes. Son casos incre¨ªbles", valora el salesiano.
Las ni?as que tambi¨¦n sue?an
A las ni?as que se encuentran en la misma situaci¨®n de orfandad y pobreza las echan de los vertederos si van a trabajar all¨ª. Para sobrevivir, ellas lo tienen mucho m¨¢s dif¨ªcil; la prostituci¨®n es casi la ¨²nica salida que encuentran. Hoy el veh¨ªculo verde se ha desplazado hasta Wellington, un barrio m¨¢s pr¨®ximo a la periferia, donde varias de ellas han quedado con los trabajadores sociales del autob¨²s. Quieren ir a un lugar algo m¨¢s tranquilo y convencerlas de que abandonar las calles y regresar a la escuela puede ser la mejor opci¨®n.
La convocatoria ha sido un ¨¦xito; el boca a boca entre ellas ha funcionado. Alrededor de 20 ni?as emergen entre las chabolas y van subiendo al autob¨²s una a una. Pateh aparca a las afueras de la ciudad, en una explanada cercana a una peque?a poblaci¨®n cuyos habitantes se acercan a mirar extra?ados. Las j¨®venes bajan, el procedimiento con la carpa, el arroz y las lecciones de derechos se repiten y la carrocer¨ªa verde chill¨®n vuelve a ser testigo de las historias de la calle de Freetown.
Loretta Kallon tiene 16 a?os. Su madre muri¨® cuando ella era peque?a y, tras la defunci¨®n, la joven se qued¨® a vivir con su padre. "?l era muy anciano, no pod¨ªa hacerse cargo de m¨ª. Por eso me fui de casa hace ya ocho a?os y empec¨¦ a vivir en la calle¡±, relata. Y ahora, mientras habla con preocupante naturalidad sobre palizas y violaciones sufridas, tambi¨¦n lo hace sobre su futuro y sus intenciones de regresar a la escuela. "Dej¨¦ el colegio hace ya mucho tiempo y quiero volver. Quiz¨¢s todav¨ªa no sea tarde. O a lo mejor, en Don Bosco, me puedan ense?ar un oficio", dice esperanzada.
Oscurece. Con el arroz terminado, la carpa recogida y tras otra charla de Crisafulli, Pateh vuelve a ocupar el asiento de conductor. "Este veh¨ªculo puede salvar vidas", dice antes de ponerlo en marcha. "Si no fuera por el autob¨²s¡ Nuestra tarea con ¨¦l debe de ser la de absorber el dolor de estos chicos y transformarlos en sonrisas", comenta Crisafulli. El proyecto ya ha traspasado fronteras. Diferentes ONG se han interesado en reproducirlo en otros pa¨ªses y Don Bosco ha recibido ya varios ofrecimientos de empresas de transporte que operan en diversas provincias espa?olas. De momento, el que seguir¨¢ recorriendo las calles es el autob¨²s de matr¨ªcula 8187 GVW. El que llevaba a adolescentes al botell¨®n en Badajoz. El de color verde chill¨®n. El verde de la esperanza.
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