Los desaf¨ªos del futuro Rey
La transparencia y empujar el debate de la reforma constitucional, retos de Felipe VI
M¨¢s all¨¢ de los desaf¨ªos concretos que resalta el mundillo pol¨ªtico (soberanismo catal¨¢n, etc¨¦tera), el problema de fondo de don Felipe consiste en conectar con las generaciones de personas que culpan a las instituciones del desbarajuste econ¨®mico y pol¨ªtico de Espa?a.
Para corregir ese efecto, don Felipe cuenta no solo con esa preparaci¨®n de la que se hacen lenguas cuantos le conocen, sino con el arma de la edad. A sus 46 a?os, solo cuatro m¨¢s que la media de los habitantes de Espa?a, tendr¨¢ que demostrar que se acerca igualmente a la media de las preocupaciones ciudadanas, el paro, la precariedad, la falta de expectativas para los j¨®venes, la corrupci¨®n, la sanidad, la educaci¨®n, sin limitarse a los c¨ªrculos de las ¨¦lites pol¨ªticas y empresariales.
La debilidad de los principales partidos acent¨²a el peligro de descargar sobre el futuro rey la responsabilidad de arreglar las goteras de la democracia. Es muy positivo que conozca la lengua catalana y haya anudado discretamente una serie de relaciones en Catalu?a, porque eso puede facilitar un clima favorable al di¨¢logo. Pero todo depende de si los pol¨ªticos est¨¢n dispuestos a un pacto federal o se empe?an en sostener el statu quo hasta que una de las partes se rinda. De don Felipe se espera que mantenga la unidad social y territorial de Espa?a, pero eso ser¨¢ muy dif¨ªcil si los l¨ªderes emanados de las urnas contin¨²an enrocados, aguardando a que el Rey circule por el tablero en solitario.
El jefe del Estado, tal como est¨¢ configurado en la Constituci¨®n, carece pr¨¢cticamente de poderes. Su margen consiste en arbitrar y moderar. Hay quien ve ventajas en ello: un monarca parlamentario tiene m¨¢s posibilidades de mantenerse por encima de las confrontaciones partidistas y territoriales que el jefe de Estado de una Rep¨²blica, seg¨²n los argumentos de Roberto Blanco, catedr¨¢tico de Constitucional, expresados en la revista Claves. Republicano de convicci¨®n, este experto sostiene que ¡°cualquier presidente de rep¨²blica imaginable lo ser¨ªa de partido y, por tanto, de una parte del pa¨ªs frente a las otras¡±. Es una raz¨®n de peso para que muchos pragm¨¢ticos respeten la Monarqu¨ªa como forma pol¨ªtica del Estado.
La espina m¨¢s grande de la Corona es la situaci¨®n en que se encuentra el edificio democr¨¢tico, construido a finales de los a?os setenta y durante los a?os ochenta, cuyo mantenimiento deja mucho que desear. Si los resultados del f¨¦rreo control de los principales partidos hubieran sido buenos, el edificio aguantar¨ªa, por m¨¢s goteras que presente. Pero esto no es el caso de un pa¨ªs en el que millones de personas se han ido al paro en cinco a?os, cientos de miles han sido expulsadas de sus casas y las clases medias han visto bruscamente interrumpida su prosperidad econ¨®mica, mientras proliferaban la corrupci¨®n y el despilfarro del dinero p¨²blico. Mucha gente ha empezado a dudar de todo, incluidas sus instituciones.
Como observa el historiador Paul Preston, la erosi¨®n de la imagen de la familia real tambi¨¦n es consecuencia de la crisis econ¨®mica. La situaci¨®n resulta muy contradictoria, porque nadie puede dudar de que el nuevo reinado se va a iniciar en una situaci¨®n econ¨®mica, social y pol¨ªtica mucho mejor que aquella en que don Juan Carlos comenz¨® su trabajo. En aquel tiempo se reprim¨ªa el ejercicio de todas las libertades y solo estaba permitido el partido ¨²nico, de forma que se torturaba y encarcelaba a la gente por formar parte de cualquier otro, tanto si era cierto como si se trataba de simples sospechas de la polic¨ªa de la ¨¦poca. Tampoco la riqueza de los espa?oles tiene un remoto parecido con la de 1975, pese a su reducci¨®n en los ¨²ltimos a?os. Espa?a es un pa¨ªs completamente integrado en Europa, frente al aislamiento en que se encontraba entonces. Ni siquiera existe el terrorismo de ETA, que a finales de los a?os setenta y principios de los ochenta mataba sin parar, y no dej¨® de hacerlo hasta 2010.
Ahora abundan la indignaci¨®n y el desencanto, no se nota a¨²n la recuperaci¨®n econ¨®mica, existe una brecha social muy amplia; las tensiones territoriales se despliegan, los principales partidos se muestran como m¨¢quinas que no paran en mientes a la hora de financiarse como sea y de sostenerse como empresas de empleo pol¨ªtico¡ pero la situaci¨®n objetiva del pa¨ªs ofrece una plataforma mucho m¨¢s positiva que la del final de los a?os setenta. Es menos costoso repararla que derribarla y reconstruirla desde cero.
Las reformas corresponden a la sociedad y a sus representantes, que pueden aprovechar la oportunidad del relevo en la jefatura del Estado o dejarla pasar y enfangarse en la crisis pol¨ªtica. Como dice Jos¨¦ Ignacio Torreblanca, en su blog Caf¨¦ Steiner, ¡°el Pr¨ªncipe deber¨ªa guardarse del papel de superh¨¦roe que le quieren adjudicar¡±. Est¨¢n de m¨¢s los que, para guarecerse de los republicanos militantes, pretenden que el nuevo rey se cale el casco, tome lanza y adarga y se apreste a combatir por ellos.
Aun as¨ª, hay unos cuantos desaf¨ªos que s¨ª dependen del monarca. El primero, garantizar la transparencia y austeridad de la Casa del Rey. Y el segundo, empujar en lo posible el debate de la reforma de la Constituci¨®n. Entre otras razones, porque es la oportunidad de cambiar de una vez la anacr¨®nica preferencia del var¨®n sobre la mujer en la jefatura del Estado. (Por cierto, ?a qu¨¦ viene el empe?o gubernamental de que la princesa de Asturias reciba instrucci¨®n militar? ?Es que no se puede mandar las Fuerzas Armadas de una democracia sin ese requisito?). El rey tambi¨¦n puede influir para hacer posible un pacto capaz de resolver el largo conflicto de Catalu?a y del Pa¨ªs Vasco con el resto de Espa?a, si bien eso depende de ¨¦l mucho menos que de las fuerzas pol¨ªticas.
Las expectativas de encontrarse ante algo de enorme calado solo est¨¢n creadas por los que buscan convertirle en el ¡°hombre providencial¡±. Hay quien compara absurdamente el momento presente con la Transici¨®n impulsada por don Juan Carlos, cuando dispon¨ªa de todos los poderes heredados de Franco, incluso el de destituir al jefe del Gobierno y nombrar a otro; como efectivamente lo hizo al relevar a Carlos Arias, franquista, conservador y dubitativo, por Adolfo Su¨¢rez, que se meti¨® decididamente en la sala de m¨¢quinas de la Transici¨®n.
Nada de eso est¨¢ ahora al alcance del futuro rey. Ni dispone de poderes efectivos, ni debe contar tanto con los tradicionales apoyos pol¨ªticos de la Monarqu¨ªa. Tiene margen para ejercer la tarea arbitral en un Estado de partidos, ?pero cu¨¢les? La crisis electoral de los principales, PP y PSOE, y la potencialidad de las que reivindican la Rep¨²blica son datos ineludibles en la hoja de ruta del nuevo rey.
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