Una ¡®estelada¡¯ en Springfield

No es un t¨®pico period¨ªstico ni un recurso literario referirse a Flix como una fortaleza independentista. Su idiosincrasia separatista la escenifica en la acr¨®polis del pueblo un castillo carlista donde ondea con vehemencia la estelada. Redundan, se multiplican, los argumentos identitarios, aunque ninguno adquiere un valor tan simb¨®lico como el r¨ªo mismo. Que es el Ebro y que proporciona a los vecinos todos los requisitos para sentirse diferentes y maltratados a la vez. Desde la victoria de Franco en la batalla decisiva de la Guerra Civil hasta que la pol¨ªtica de trasvases generaliz¨® la sensaci¨®n de que Madrid robaba el agua. Nada menos que el agua.

Se hac¨ªa necesario materializar la indignaci¨®n, de tal manera que el castillo carlista ¡ªCastell Carl¨ª¡ª fue reconstruido en 2012 esmerada e institucionalmente con las pretensiones de evocar el polvo de la gloriosa resistencia. Requiere el ascenso un todoterreno o las piernas de LeBron James, pero el esfuerzo agradece la recompensa de una fabulosa e inquietante panor¨¢mica, sobre todo cuando las nubes de vapor de agua identifican la chimenea descomunal de Asc¨®, un caldero tot¨¦mico que desaf¨ªa la exuberancia de la naturaleza y que permite recrear a Flix como una derivaci¨®n catalanista de Springfield.

Los vecinos de Flix acusan el complejo del sur y se sienten maltratados por Madrid

Aludimos sin frivolidad a la serie de los Simpson. Lo hacemos porque este enclave industrial de las Tierras del Ebro linda con el eje nuclear, aloja una gigante central hidroel¨¦ctrica y coexiste con una centenaria industria qu¨ªmica, Ercros, cuyos vertidos de mercurio intoxicaron el embalse local, a?adiendo razones conspirativas a la teor¨ªa y pr¨¢ctica del desamparo exterior.

Los vecinos de Flix acusan el complejo del sur y se sienten maltratados por Madrid. Y por Tarragona, que es la capital de la provincia. Y por Barcelona, aunque los reproches que comprometen la responsabilidad de la Generalitat parecen amortiguarse con la promesa de la independencia. Impresiona, mucho, la rapidez y la contundencia con que las Tierras del Ebro se han adherido al plan soberanista.

Nos lo explicaba Silvia, madrile?a, mientras su esposo, natural de Flix, y sus hijas pescaban en la zona preservada del Ebro. Tan preservada que existe una reserva natural en oposici¨®n ecol¨®gica y conceptual al escenario industrial, despiadado, de Springfield, propiciando incluso la idea de un para¨ªso en la otra orilla del que fueron expulsados los sue?os de los lugare?os.

¡°El gran acelerador ha sido la crisis. Ha golpeado muy fuerte aqu¨ª, mucho. Y prevalece la impresi¨®n de que una gran transformaci¨®n pol¨ªtica puede incentivar una prosperidad econ¨®mica y social. Aqu¨ª hay demasiado paro. La gente ha perdido la esperanza. O se la ha devuelto la expectativa ilusionante de una patria nueva, como si empez¨¢ramos de cero¡±.

Proliferan los s¨ªmbolos propiciatorios. La carretera que atraviesa las Tierras del Ebro, tan pol¨¦mica por la sucesi¨®n de accidentes de tr¨¢fico, se ci?e en cada rotonda a un m¨¢stil y una estelada. La senyera ha desaparecido como referencia iconogr¨¢fica. Representa la Catalu?a trasnochada, no digamos ya la huella imperceptible de los partidos nacionales. Han desaparecido.

El independentismo es como el sarampi¨®n? ¡ªcomenta una anciana. No es grave. Se les pasar¨¢ pronto y seguiremos siendo espa?oles.

O lo han hecho como si hubieran experimentado una mutaci¨®n radioactiva. Empezando por el alcalde mismo, Marc Mur. Gobern¨® entre 2011 y 2015 con el carn¨¦ del PSC, pero decidi¨® transformarse en abanderado separatista. Lo hizo suscribiendo el pueblo de Flix ¡ªcasi 6.000 habitantes¡ª en la consulta del 9-N, escenificando su ruptura con la disciplina socialista y avalando su victoria en los comicios que se celebraron seis meses despu¨¦s.

¡°El independentismo es como el sarampi¨®n¡±, nos conf¨ªa una anciana del pueblo tarraconense. Y sonr¨ªe su marido con muy pocos dientes y una mueca de aprobaci¨®n. ¡°Es un sarampi¨®n porque se contagia muy r¨¢pidamente. La enfermedad no es grave. Se les pasar¨¢ pronto y seguiremos siendo espa?oles¡±.

Se antoja la alegor¨ªa m¨¦dica un ejercicio de fe, aqu¨ª, donde la Iglesia ha renunciado a cualquier capacidad unificadora. Y no desde los p¨²lpitos, cuyos vig¨ªas suscriben las homil¨ªas separatistas o las arengas carlistas, sino porque las Tierras del Ebro comparten la di¨®cesis de Tortosa con las zonas lim¨ªtrofes de la Comunidad Valenciana.

Es una manera desesperada, acaso anacr¨®nica, de sujetar la cultura y la identidad comunes con los puertos fronterizos. Tan desesperada que Josep Ramon Correal, director del Diari de Tarragona, nos contaba que las Tierras del Ebro han madurado en estos ¨²ltimos a?os la convicci¨®n de haberse transformado en la quinta provincia de Catalu?a. O en la primera dispuesta a celebrar la independencia.?