Los ojos de una mujer empecinada
Veo a una se?ora que, de alguna manera, se ha condenado antes de que se emita un veredicto
Lo que veo cuando observo hoy a la Infanta en el banquillo de los acusados es el rostro de una mujer que no comprende lo que ha pasado. Como si a¨²n tuviera la esperanza de que alguien se aproximara a su asiento y le dijera que todo ha sido un terrible error.
Lo que veo en su piel es la p¨¦rdida del brillo que le iluminaba la cara en los buenos tiempos, cuando disfrutaba de la definici¨®n, tan repetida por los medios de comunicaci¨®n, de mujer profesional que acud¨ªa al trabajo a diario, que recog¨ªa a los ni?os a la puerta del colegio, que asum¨ªa su papel de Infanta con discreci¨®n y naturalidad.
Lo que veo en los ojos de esta mujer a la que se comparaba en tiempos con la infanta Isabel, La Chata, es una mirada acostumbrada ya a estar perdida, para no ver a los fot¨®grafos que la esperan a la entrada y salida de su domicilio en Ginebra o a la salida y entrada del juzgado de Palma; ojos que huyen del contacto visual que pueda delatar alg¨²n s¨ªntoma de debilidad, de miedo o arrepentimiento.
Lo que veo, en definitiva, es el gesto de una mujer empecinada, que se ha negado a la evidencia, imbuida de una especie de dignidad equivocada que no s¨¦ si forma parte de su educaci¨®n o si est¨¢ escrita en su car¨¢cter.
Sola, est¨¢ sola, porque sola se queda una persona cuando no se entera de lo que ocurre a su alrededor, aunque el ruido sea clamoroso, y lo que ocurre es que en el mismo pa¨ªs donde le fueron concedidos privilegios de cuna a cambio de algo que no era tan dif¨ªcil, ser ejemplar, ha caducado el tiempo de la impunidad. Lo que intuyo al ver su rostro hier¨¢tico es que en todo este tiempo la mujer del banquillo ha procurado no ver, no mirar, no o¨ªr la indignaci¨®n de un pueblo que asist¨ªa estupefacto al relato de los negocios abusivos de su marido, y de otros que formaban parte de las ¨¦lites econ¨®micas del pa¨ªs; pero lo que la distingue a ella es su condici¨®n de Infanta, algo que no sabemos muy bien en qu¨¦ consiste, y cuando alguien ocupa un puesto laboral tan prescindible lo m¨ªnimo que puede hacer es portarse adecuadamente.
Veo el gesto amargo de una se?ora que, de alguna manera, se ha condenado antes de que el tribunal emita un veredicto y antes incluso de que su figura quede estigmatizada para la historia. Pudiera favorecerla una versi¨®n rom¨¢ntica que defendiera la tesis de que se ha condenado por amor y que est¨¢ dispuesta a soportar la humillaci¨®n con tal de defender la inocencia de su marido, pero hay algo que ya no me cuadra en esa idea: tras varios a?os de observar ese rostro imperturbable, esos ojos que no quieren ver, ese gesto de enfado no contenido, sospecho que su actitud de incomprensi¨®n cerrada hacia lo que le est¨¢ pasando viene de no haber entendido nunca que su posici¨®n en el mundo era m¨¢s incierta de lo que pensaba.
No s¨¦ si la educaron para que creyera que a quien ha nacido Infanta nadie puede arrebatarle el t¨ªtulo pero ya va siendo hora de que alguien, tal vez su madre, le explique que est¨¢ equivocada.
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