Recuperar la confianza
La credibilidad de los pol¨ªticos y de las instituciones sigue cayendo. Hay que replantearse actitudes y moderar el discurso para superar la confrontaci¨®n
Una tras otra, las encuestas constatan que la confianza de la ciudadan¨ªa en la pol¨ªtica desciende cada d¨ªa. Ni los pol¨ªticos en general merecen credibilidad ni, en consecuencia, se conf¨ªa en el buen funcionamiento de las instituciones. Ya ning¨²n l¨ªder aprueba, ni siquiera los de los partidos emergentes. Es una obviedad a?adir que la campa?a electoral s¨®lo puede contribuir a aumentar el desafecto. No creo que las campa?as, a estas alturas de nuestra democracia, consigan motivar ni siquiera cambiar el voto de nadie. Acabamos de conmemorar los cinco a?os de la concentraci¨®n de los indignados cuya proyecci¨®n pol¨ªtica no ha conseguido sostener el entusiasmo que en principio provoc¨®. ?Qu¨¦ habr¨ªa que hacer o dejar de hacer para que resurgiera una m¨ªnima esperanza en la actividad pol¨ªtica? Pues es evidente que se trata de hacer algo, no perderse en proclamas grandilocuentes y vac¨ªas. La confianza s¨®lo se recupera con acci¨®n, con pol¨ªticas capaces de convencer a la gente de que algo se puede y se va a arreglar.
La lista de lo que habr¨ªa que cambiar est¨¢ hecha y repetida hasta el cansancio. Los programas de unos y otros incluyen todo lo que est¨¢ pidiendo reformas urgentes. Precisamente, uno de los defectos de los programas electorales es su prolijidad que, de entrada, ya est¨¢ diciendo que casi nada llegar¨¢ a realizarse. Pero algo habr¨¢ que poder hacer. Determinarlo es la tarea a la que tendr¨¢n que aplicarse los pol¨ªticos electos cuando se sepa el resultado de las elecciones. El ¡°s¨ª se puede¡± funcion¨® durante un tiempo para agitar algunas voluntades, pero no es suficiente decir que se puede. Ahora toca ponerse a ello y demostrar que realmente se va a hacer algo que satisfaga por lo menos algunas de las demandas.
Para ello, lo primero es cambiar unas actitudes que, de entrada, s¨®lo han producido desencuentros. De la potencia al acto hay un recorrido que exige modestia, razonabilidad, discernimiento, adaptaci¨®n y mucha paciencia, un conjunto de virtudes que, por lo general, no son las que adornan el quehacer pol¨ªtico. Si hay que actuar en com¨²n, como lo exige la p¨¦rdida de las mayor¨ªas absolutas, las polarizaciones no son un buen punto de partida. La confrontaci¨®n s¨®lo muestra que las distintas fuerzas pol¨ªticas se afirman a s¨ª mismas no dando a conocer sus proyectos, sino focalizando lo que las aleja del adversario, poniendo l¨ªmites para no encontrarse, porque parece que no hay discurso posible sin un otro a quien oponerse. Dif¨ªcilmente se construir¨¢n encuentros si uno no es capaz de salir de s¨ª mismo para acercarse al que est¨¢ fuera. Partir de la confrontaci¨®n no es la actitud que se espera y hace falta para negociar los acuerdos que ser¨¢n inevitables tras el presumible resultado de las nuevas elecciones.
Rehuir el enfrentamiento implica moderar el propio discurso. No complacerse en los fallos del rival, sino buscar los puntos de encuentro que sin duda hay incluso entre los partidos m¨¢s distantes entre s¨ª. Ninguna formaci¨®n niega que hay que luchar contra la impunidad de los corruptos, mejorar la representatividad pol¨ªtica, sostener el Estado de bienestar, recuperar el empleo perdido, abordar el conflicto territorial. No se discrepa en los grandes objetivos, sino en c¨®mo se alcanzan, con qu¨¦ pol¨ªticas y con qu¨¦ compa?eros de viaje.
El miedo a perder votos la ciudadan¨ªa lo percibe, se llama electoralismo, y s¨®lo produce m¨¢s desconfianza
Ni la autocomplacencia ni la descalificaci¨®n del adversario son compatibles con el esfuerzo de contrastar propuestas pol¨ªticas y buscar posibles acuerdos. Es obvio que la contienda electoral no ofrece el marco pertinente para ese trabajo que obligar¨ªa a los partidos pol¨ªticos a reconocer cu¨¢les son sus posibilidades reales. No todo va a ser posible con los mimbres que resultar¨¢n de las elecciones. Reconocerlo y moderar las propuestas de cada uno ser¨ªa la forma de no obviar la pregunta inevitable: qu¨¦ se puede hacer.
Una de las quejas m¨¢s persistentes de los indignados fue la de ¡°no nos representan¡±. Muchas instituciones se han deteriorado y convertido en cotos cerrados que no ven m¨¢s all¨¢ de asegurar la permanencia de quienes est¨¢n en ellas. Por ejemplo, nuestro Parlamento es una muestra de instituci¨®n obsoleta, r¨ªgida, impermeable a los requerimientos de la ciudadan¨ªa. M¨¢s de 40 a?os de democracia no han logrado acercar los representantes pol¨ªticos a la ciudadan¨ªa. Los intentos de reformar el reglamento, repetidos en todas las legislaturas, nunca han dejado de ser buenas intenciones sin resultado. Pero el Parlamento es y debe ser el escenario propio de la pol¨ªtica. M¨¢s que la calle.
Si la pol¨ªtica de confrontaci¨®n no conseguir¨¢ que se recupere la confianza en un quehacer pol¨ªtico al que se le pide algo m¨¢s que bronca continua, tampoco la sustituci¨®n de las formas de representaci¨®n pol¨ªtica por movilizaciones constantes y llamadas a la participaci¨®n ciudadana lograr¨¢n que se afiance una democracia que es y s¨®lo puede ser representativa. Mejorar la representatividad y hacerla m¨¢s convincente no es sustituirla por un simulacro de democracia directa, sino por acciones y actitudes que den visibilidad al deber de los parlamentarios de representar a quienes les han puesto donde est¨¢n.
En el Ayuntamiento de Barcelona acaba de producirse un acuerdo de gobierno entre Barcelona en Com¨² y el PSC. Antes de llevarlo a cabo, ambas facciones quisieron consultar a sus bases sobre su pertinencia. La participaci¨®n en ambos referendos fue m¨¢s bien escasa. En ning¨²n caso lleg¨® al 40%. Es dudoso que lo que la ciudadan¨ªa anhela para sentirse mejor representada sea tomar parte activa en todas las decisiones pol¨ªticas. No se trata de restarle valor a las consultas, sino de poner m¨¢s ¨¦nfasis en la responsabilidad de los pol¨ªticos que han sido elegidos para gobernar, esto es, para no cejar en el empe?o de sostener y mejorar los servicios, gestionar los conflictos desde perspectivas no partidistas, ocuparse de los m¨¢s desfavorecidos, perseguir los fraudes, dar se?ales fehacientes de que se erradica la pol¨ªtica clientelar que tanto ha perjudicado a la representatividad democr¨¢tica.
Ni la autocomplacencia ni la descalificaci¨®n del adversario son compatibles con el esfuerzo de contrastar propuestas
Confianza viene de confido, ¡°tener fe¡±. Es un sentimiento de ra¨ªz religiosa que tiene que ver con dioses omnipotentes y promesas de salvaci¨®n eterna. Por eso es dif¨ªcil confiar en los humanos que son contingentes, volubles y cambiantes. Los fil¨®sofos ilustrados intentaron liberar a la humanidad de todos los miedos que la manten¨ªan atenazada e imped¨ªan el progreso. Condorcet escribi¨® que ¡°el miedo es el origen de casi todas las estupideces humanas y, sobre todo, de las estupideces pol¨ªticas¡±.
Tanto la pol¨ªtica de polarizaci¨®n y no moderaci¨®n como la condescendencia a una participaci¨®n ciudadana m¨¢s que discutible son modos de esa estupidez pol¨ªtica provocada por el miedo. El miedo no al adversario, que todos fomentan desde sus posiciones particulares, sino el miedo de cada parte a perder votos. Un miedo que se traduce en una mirada corta que no es capaz de ver nada que tenga que construirse a largo plazo y con la colaboraci¨®n de amplias mayor¨ªas. Ese miedo a perder votos la ciudadan¨ªa lo percibe, se llama electoralismo, y s¨®lo produce m¨¢s desconfianza. Es l¨®gico que la gente no vea las instituciones como los espacios id¨®neos para la pol¨ªtica y se eche a la calle.
La confianza no es un afecto que pueda perseguirse simplemente con la voluntad de ser m¨¢s cre¨ªble. Un pol¨ªtico gana credibilidad si satisface las expectativas de la gente. Las expectativas ciudadanas son muchas y est¨¢n claras porque sabemos los problemas que tenemos. El diagn¨®stico de nuestros males est¨¢ hecho, lo que falta es el tratamiento adecuado. Faltan proyectos realistas, eficaces y cre¨ªbles. Como nadie tiene la clave para aportar soluciones definitivas, no hay m¨¢s remedio que conjugar opiniones diversas y valorarlas por s¨ª mismas, sin apresurarse a rechazarlas s¨®lo porque vienen del bando opuesto. El clima de confianza debe cultivarse tambi¨¦n entre los partidos. Es la base del di¨¢logo y de la democracia.
Victoria Camps es catedr¨¢tica em¨¦rita de filosof¨ªa moral y pol¨ªtica de la Universidad Aut¨®noma de Barcelona y autora, entre entre otros libros, de Breve historia de la ¨¦tica.
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