El pase¨ªllo de la verg¨¹enza
La violencia verbal y la intimidaci¨®n f¨ªsica zarandean a los cr¨ªticos del PSOE
No parec¨ªa tanto un Comit¨¦ Federal como un auto de fe, hasta el extremo de que los cabecillas del mot¨ªn contra Pedro S¨¢nchez fueron insultados e intimidados como pecadores y brujas en un? pase¨ªllo de ida y vuelta que conduc¨ªa a la sede de Ferraz, un G¨®lgota cuesta abajo, un escarmiento coral en la casa madre del PSOE.
All¨ª los aguardaban los militantes m¨¢s ardorosos y beligerantes.?Pocos a la hora del madrug¨®n, numerosos despu¨¦s y suficientes para cortar la calle y requerir un operativo policial que proporcionaba gravedad dramat¨²rgica a la guerra de las dos rosas.
S¨®lo una de las dos estaba representada en las aceras. Pedro S¨¢nchez hab¨ªa rogado contenci¨®n a los militantes, pero unos cuantos decidieron acampar en Ferraz para ejercer el hooliganismo. Y no s¨®lo con inequ¨ªvocas pancartas contra los traidores -¡±Son golpistas, no socialistas¡±, sino con una violencia verbal y una coacci¨®n f¨ªsica que amortiguaron los cr¨ªticos m¨¢s valientes. Pues valor requer¨ªa alcanzar a pie el portal del n¨²mero 70. Que se lo digan a Eduardo Madina cuando los ultras empezaron a llamarlo fascista y traidor. O que se lo expliquen a Javier Lamb¨¢n, cuyos galones de presidente aragon¨¦s tampoco le protegieron de los militantes pedristas en su llegada al Comit¨¦ Federal. ¡°No es no, no es no¡±, ¡°Pedro s¨ª, Rajoy, no¡± le gritaban.
Se trataba de exponer en la calle la consigna que hab¨ªa adelantado S¨¢nchez unas horas antes en la propia sede de Ferraz. No ya apelando a la voz y al voto sagrados de la militancia, sino sobrentendiendo que su eventual derrocamiento como secretario general implica coronar a Rajoy en la Moncloa. Se comprende as¨ª la indignaci¨®n solidaria de los manifestantes, pero se explica menos que descuidaran la compostura, el diccionario y el catecismo cuando entraron o salieron los l¨ªderes del movimiento opositor. Susana D¨ªaz se vali¨® del garaje para sustraerse a la turba, mientras que Jos¨¦ Blanco fue sorprendido por los pedristas en un episodio de particular tensi¨®n. Cerdo lo llamaron. Y lo llamaron Judas. Y trataron de acerc¨¢rsele demasiado, asumiendo que el antiguo secretario de organizaci¨®n del PSOE formaba parte de los conspiradores que han realizado el trabajo de las tinieblas.
¡°No hay derecho a que los golpistas quieran quitarnos la voz y ponernos de presidente a Rajoy¡±, no dec¨ªa el se?or Jos¨¦ Luis, tan compungido como aferrado a una bandera de Extremadura. Era de noche cuando sali¨® de Navalmoral de la Mata camino de Madrid. Y era de d¨ªa cuando aplaudi¨® a Pedro S¨¢nchez en su discreta llegada al fort¨ªn socialista.
No quiso el secretario general en funciones mezclarse con su gente ni aprovechar a su antojo la baza del fervor callejero. Entr¨® por el garaje casi en la clandestinidad, ¡°ejecutado¡± por las c¨¢maras de televisi¨®n, alineadas como un pelot¨®n de fusilamiento. Y muy susceptibles a la sobreactuaci¨®n de los militantes en su desgarro.
Empezaron a amontonarse con aire de romer¨ªa cuando se desperez¨® el barri¨® la vida del barrio, tomaron posiciones los antidisturbios y empezaron a confundirse los afiliados, los vecinos, los runners y los curiosos, algunos de ellos asomados al balc¨®n, como si estuvieran a punto de cantar una saeta.
Los jubilados que predominaron por la ma?ana dieron el testigo a los militantes m¨¢s j¨®venes de la tarde, pero el relevo no modific¨® ni la adhesi¨®n a Pedro S¨¢nchez ni los escraches preventivos a los sujetos que sal¨ªan de Ferraz. Le ocurri¨® al ex diputado turolense Simon Casas, constre?ido a justificar que formaba parte de los aliados de Pedro S¨¢nchez y que se estaban equivocando de objetivo.
¡°La situaci¨®n es dram¨¢tica. ?C¨®mo vamos a ponernos de acuerdo con otros partidos si no somos capaces de ponernos de acuerdo entre nosotros¡±, nos dec¨ªa en un recodo de Ferraz el militante Carlos Gonzalo. 74 a?os tiene. Estuvo con Ram¨®n Rubial en la clandestinidad. Su carnet es m¨¢s antiguo que el de Gonz¨¢lez. Y su optimismo proviene de la expectativa que aporta la catarsis: ¡°El partido ten¨ªa que romperse. Y se ha roto. M¨¢s bajo no podemos caer. Por eso creo que ahora llega la gran resurrecci¨®n¡±.
Puede que hubiera al principio m¨¢s periodistas que manifestantes, excitando entre todos una desmesurada tensi¨®n informativa que se trasladaba a ardor de los militantes. Y no s¨®lo para insultar o para intimidar, sino para entregarse a los v¨ªtores y a los clamores. A Iceta estuvieron cerca de sacarlo a hombros. Y a Borrell lo aclamaron como nunca hicieron con ¨¦l ¡°en vida¡±.
El contraste a la indignaci¨®n predominante matiz¨® una jornada interminable entre cuyos vaivenes se sucedieron momentos de romer¨ªa, de asamblea callejera y de inevitable costumbrismo. Hubo frikis que rivalizaron entre s¨ª para disputarse las c¨¢maras, como intervino filantr¨®picamente una empresa inmobiliaria para repartir unas paellas. La sangr¨ªa se despachaba en el Comit¨¦ Federal.
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