¡°Me cuesta trabajo aceptar que digan que somos los m¨¢rtires de la democracia¡±
El asesinato de cinco abogados laboralistas en Madrid en 1977 marc¨® la transici¨®n espa?ola
Cuando Alejandro Ruiz-Huerta se sienta a la mesa sabe que este es, realmente, un ejercicio de memoria. Una reconstrucci¨®n del legado de aquel "fr¨ªo" 24 de enero de 1977. As¨ª que escoltado por una bufanda gris y con la mirada perdida en el repaso de sus recuerdos, el ¨²ltimo superviviente de la matanza de Atocha arranca la conversaci¨®n recitando el texto an¨®nimo que la fallecida Lola Gonz¨¢lez Ruiz, tambi¨¦n sobreviviente, encontr¨® delante de la puerta de Atocha 55, oculto en una corona de flores: "Sangre, l¨¢grimas y aquel silencio de la multitud iniciaron la democracia que nos dimos. Os fuisteis, pero disteis a nuestros hijos la herencia de canciones, risas y el dibujo multicolor de lo que hoy somos. Gracias de parte de ellos". "El ADN de la democracia espa?ola est¨¢ ah¨ª, en la manifestaci¨®n tremenda que recorri¨® Madrid para acompa?ar a nuestros compa?eros muertos", a?ade. El martes y el jueves se cumplen 40 a?os del atentado perpetrado por pistoleros de la ultraderecha contra letrados vinculados al PCE y del posterior multitudinario funeral.
La Transici¨®n era entonces un experimento en marcha y el franquismo agonizaba en medio de la violencia. ETA, los Grapo, la extrema derecha o los polic¨ªas nost¨¢lgicos de la dictadura dejaban a su paso un reguero de profundo dolor. De hecho, cuando los pistoleros llegaron al despacho laboralista de CC OO, el pa¨ªs a¨²n asum¨ªa la muerte, unas horas antes, de los j¨®venes Arturo Ruiz y Mariluz N¨¢jera: ¨¦l, el 23 de enero, por el disparo de un ultraderechista en una manifestaci¨®n proamnist¨ªa en la Gran V¨ªa; ella, en la tarde del 24, por un bote de humo lanzado por los antidisturbios que le rompi¨® el cr¨¢neo durante una marcha convocada, precisamente, en protesta por el asesinato de Ruiz. El general Emilio Villaescusa, adem¨¢s, era secuestrado ese mismo d¨ªa por los Grapo, que ten¨ªan todav¨ªa en su poder al presidente del Consejo de Estado, Antonio Mar¨ªa de Oriol. "Solamente en aquellos d¨ªas de enero vi seriamente amenazada la Transici¨®n", admitir¨ªa a?os despu¨¦s Rodolfo Mart¨ªn Villa, ministro de Gobernaci¨®n con Su¨¢rez.
Entonces, en ese escenario de alarma, son¨® el timbre en el tercer piso de Atocha 55. Al reloj le faltaba apenas un cuarto de hora para marcar las once de la noche. "Yo estaba en el hall del despacho hablando con Javier Benavides y esperando a que comenzara la reuni¨®n de la coordinadora de abogados de barrio que ¨ªbamos a tener. Estaba de espaldas a la puerta cuando llamaron", relata Ruiz-Huerta, que pens¨®, cuando vio entrar a dos hombres ¡ªuno, cubri¨¦ndose la cara con un anorak¡ª, que alguien disfrazado ven¨ªa a darles un "susto". "Pensamos que, haci¨¦ndoles caso, no iban a hacer nada", apostilla el ¨²ltimo superviviente del atentado. Pero Carlos Garc¨ªa Juli¨¢ y Jos¨¦ Fern¨¢ndez Cerr¨¢, que acababan de cargar una Browning y una Star de nueve mil¨ªmetros, reunieron en el sal¨®n a las nueve personas que encontraron en las habitaciones. Y empezaron a dispararles. "De forma inopinada e imprevista, con frialdad y serenidad, conscientes de lo que hac¨ªan", insiste la sentencia de la Audiencia Nacional que los conden¨® a 193 a?os de prisi¨®n en 1980.
"En ese momento, yo estaba reunido con otros abogados en Atocha 49, que tambi¨¦n eran dependencias del despacho de Atocha 55. Cuando o¨ªmos las ambulancias, bajamos a la calle y todav¨ªa recuerdo el horror indescriptible al contemplar anonadado c¨®mo bajaban ensangrentados en las camillas a nuestros amigos y compa?eros", cuenta Jos¨¦ Mar¨ªa Mohedano, uno de los abogados que llev¨® la acusaci¨®n particular durante el juicio y que jug¨® un papel fundamental, junto a Manuela Carmena, ahora alcaldesa de Madrid, en las negociaciones para que el ilegalizado Partido Comunista organizase el funeral y garantizase el orden. "La izquierda dio ese d¨ªa una muestra de firmeza y civismo.?El PCE ten¨ªa que hacer una puesta en escena y mostrar que era un partido serio y democr¨¢tico. Y lo demostr¨®", apunta Isabel Mart¨ªnez Reverte, coatura junto a Javier M. Reverte del libro La matanza de Atocha. 24 de enero de 1977. Fue una marcha silenciosa y multitudinaria. El 9 de abril, la formaci¨®n fue legalizada.
El atentando dej¨® cinco asesinados: los abogados Enrique Valdevira Ib¨¢?ez, Luis Javier Benavides Orgaz y Javier Sauquillo; el estudiante Seraf¨ªn Holgado; y el administrativo ?ngel Rodr¨ªguez Leal. Tambi¨¦n cuatro heridos graves: tres que ya han fallecido (Miguel Sarabia Gil, Luis Ramos, Lola Gonz¨¢lez Ruiz) y el propio Ruiz-Huerta (Madrid, 1947). "Me cuesta trabajo aceptar lo que dice [Ram¨®n] Tamames ¡ªexdiputado del PCE¡ª de que somos los m¨¢rtires de la democracia", sentencia Ruiz-Huerta, que remacha: "Nosotros ¨¦ramos gente de bien y normal. Nos toc¨® a nosotros como les pudo pasar a muchos despachos de Madrid, que estaban tan inmersos en la ruptura democr¨¢tica como nosotros".
Un aspecto que ya destac¨® Gregorio Peces-Barba (PSOE), profesor de cuatro de las v¨ªctimas y padre de la Constituci¨®n, cuando escribi¨® una d¨¦cada antes de fallecer: "No era un martirio buscado lo que les llev¨® a la inmortalidad, sino una exposici¨®n al peligro por tener unos ideales y desearlos para su pueblo. Los que luchaban contra las ideas, mat¨¢ndoles hicieron el resto. Sin desearlo los convirtieron en un s¨ªmbolo". "Los abogados eran muy conocidos porque eran muy luchadores. Era gente que pod¨ªa vivir estupendamente, pero por las tardes se iban a las reuniones para resolver los problemas de los barrios", apostilla Reverte.
La Audiencia Nacional conden¨® en febrero de 1980 a Fern¨¢ndez Cerr¨¢ y Garc¨ªa Juli¨¢ a 193 a?os como autores materiales de cinco asesinatos consumados y cuatro frustrados; y a Francisco Corredera Albaladejo, secretario provincial del sindicato vertical del Transporte, a 73 a?os como inductor. Los dos primeros salieron en libertad condicional a principios de los noventa y el tercero muri¨® de c¨¢ncer en 1985. Por su parte, Fernando Lerdo de Tejada Mart¨ªnez, tercer ejecutor de la matanza de Atocha ¡ªque se qued¨® en la puerta del despacho vigilando¡ª, nunca lleg¨® a ser juzgado. Escap¨® en 1979 gracias a un permiso de Rafael G¨®mez-Chaparro, juez instructor del caso en la Audiencia Nacional, y desapareci¨® para siempre.
Vinculados a los fascistas de la Falange Espa?ola de las JONS y de Fuerza Nueva, estos criminales "profesaban una ideolog¨ªa pol¨ªtica radicalizada y totalitaria, disconforme con el cambio institucional que se estaba operando en Espa?a", seg¨²n remarc¨® la Audiencia Nacional en su sentencia. "Se sent¨ªan impunes, ten¨ªan la creencia de que toda Espa?a les pertenec¨ªa. Pensaban que no les iba a pasar nada. Eran chicos de familia de clase media, pero muy ideologizados por la extrema derecha: Blas Pi?ar com¨ªa con ellos y les daban doctrina", contin¨²a Reverte. Y termina Mohedano: "Recuerdo las obstrucciones sistem¨¢ticas del instructor para impedirnos a los abogados de la acusaci¨®n que pudi¨¦ramos investigar la trama de los miembros del r¨¦gimen que hab¨ªan estado apoyando activamente a los asesinos".
El 24 de enero, Jes¨²s Duva, trabajaba en el desaparecido diario Pueblo, en la calle de Huertas, a escasos 500 metros de Atocha 55. Fue el primer periodista en pisar la escena del crimen. "Subimos las escaleras y nos encontramos a los primeros polic¨ªas que bajaban desencajados, con las pistolas en la mano. Entramos en el despacho y vimos todo. Enseguida llegaron m¨¢s agentes y nos echaron", relata el ex redactor jefe de EL PA?S, que ejerce actualmente en el Ayuntamiento de la capital como asesor de Carmena, administradora del despacho atacado ese d¨ªa.
Los pistoleros, tras entrar, preguntaron por Joaqu¨ªn Navarro, un sindicalista que se hab¨ªa enfrentado a los dirigentes de la central falangista de Transportes, pero que estaba en la cafeter¨ªa de abajo. Entonces, los asesinos reunieron a todos los que estaban en el piso y los acribillaron. A Ruiz-Huerta le salv¨® la vida un bol¨ªgrafo Inoxcrom que llevaba en el bolsillo y contra el que choc¨® la bala. "Caigo y encima de m¨ª cae el cuerpo de Enrique, que me tapa las zonas vitales. Recuerdo hacerme el muerto unos instantes y contar 100, 101, 102, 103... Hasta asegurarme a mi mismo de que no hab¨ªa nadie. Entonces, tengo perfectamente grabada la sensaci¨®n de levantar el cuerpo de Enrique para empezar a sobrevivir", rememora este profesor de Derecho Constitucional, sentado 40 a?os despu¨¦s en el vest¨ªbulo del edificio de la Fundaci¨®n Abogados de Atocha, delante de una representaci¨®n de El abrazo, el ic¨®nico cuadro de Juan Genov¨¦s. A menos de dos metros hay un libro de firmas, donde puede leerse otro mensaje an¨®nimo: "Para los que lucharon por nuestra libertad y por los que murieron por ello. Millones de gracias. Os debemos mucho".
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