El proceso de Francesc H.
Entre la ¨¦pica y la ret¨®rica kafkiana, el exconseller eligi¨® no ser un h¨¦roe independentista, sino un temeroso de la ley al que no se la explicaron bien
Cuando Francesc Homs se despert¨® una ma?ana despu¨¦s de un sue?o intranquilo, se encontr¨® sobre su cama convertido en un hombre interesante, y no en un pol¨ªtico que hab¨ªa obtenido los peores de resultados de CiU en toda su historia. La metamorfosis, o el milagro, se hab¨ªa obrado porque esa ma?ana, la de hoy, deb¨ªa comparecer ante el Tribunal Supremo, y eso por una consulta, o proceso participativo, mejor dicho, que hab¨ªa atra¨ªdo a un tercio del censo de Catalu?a, ni siquiera el 47%. Transformado en h¨¦roe independentista al frente de una manifestaci¨®n con banderas, se reuni¨® con los suyos a primera hora en la plaza del Rey, que mejor no puede empezar una jornada as¨ª, y encima en el lugar donde estaba el Teatro Circo Price. Desde 1880 hasta 1970, reza el cartel alusivo, era ¡°gran coliseo donde se representaron circo, ¨®pera, zarzuela, ballet, variedades y veladas deportivas siendo centro de reuni¨®n social de la vida de Madrid¡±. Y ahora, el espect¨¢culo era una urna gigante con sobres y todo tra¨ªda en remolque por un se?or de Tarrasa. Una de las papeletas gigantes estaba metida en la ranura, pero para circular la quitaban porque si no hac¨ªa efecto vela y se les ca¨ªa. Tras el acto todav¨ªa pasaba gente que les insultaba y hac¨ªa la manita, pero con tres dedos, por el tres por ciento.
La comitiva, unas 250 personas con carteles de Love Democracy, camin¨® por el Paseo de Recoletos como un s¨¦quito de marcianos en planeta hostil, aunque el planeta hostil Madrid en ese momento lo era tambi¨¦n para los propios madrile?os atascados en el tr¨¢fico. Tras unos minutos de c¨¢nticos y abrazos, Francesc Homs entr¨® en el Supremo y ah¨ª ya se qued¨® solo con sus abogados en un ambiente palaciego, bajo frescos de se?ores y se?oras en pelotas y con alas. Eso ya intimidaba bastante, pero no era nada comparado con lo que esperaba dentro. Una sala t¨¦trica presidida al fondo por un enorme Cristo crucificado y al frente por siete magistrados vestidos de negro de aire severo, bajo una l¨¢mpara de ara?a, entre candelabros y borlas, con bancos de misa y vidrieras. En una atm¨®sfera sacerdotal y de silencio grave te dec¨ªan que era una capilla o el castillo de Dr¨¢cula y te lo crees. A este escenario irreal ha llegado un proceso que todos creen absurdo, aunque por razones distintas, todas a su vez absurdas. ¡°?Se llama usted?¡±, se dirigi¨® el juez al acusado, ya peque?ito en su enorme silla. Como que no le conoc¨ªa. Francesc Homs empez¨® a quedarse en Francesc H. y el prus¨¦s, en proceso. Se acab¨® la ¨¦pica callejera y todo ya era definitivamente kafkiano, un laberinto de complejos matices jur¨ªdicos.
El Supremo es un lugar donde entras en la biblioteca y hay una pila de ¡°Libros expurgados de libre disposici¨®n¡±, dice un cartel, y el primero esta ma?ana era Regeneraci¨®n constitutiva y sistema estatal de pluriautonom¨ªas reticulares. Una opci¨®n para un Estado democr¨¢tico y social de derechos m¨²ltiples y ciudadan¨ªa integral. Y el caso es que Francesc H. se encuentra en su salsa en este ambiente, es abogado, es lo suyo, es lo que le tira. A la gente no, y de hecho hab¨ªa sitios libres, ten¨ªan que haber salido a buscar el p¨²blico a la calle. Lo que no ha logrado la polic¨ªa patri¨®tica lo va a acabar consiguiendo el aburrimiento. Francesc H. intent¨® sustraerse solo una vez a su naturaleza original y ponerse revoltoso, un t¨ªmido intento de no hacer aquello sopor¨ªfero. Al interrumpirle el fiscal dijo con lenguaje coloquial que a ¨¦l le hab¨ªan ense?ado en su casa a no hacer eso. ¡°Esto no es su casa, es el Tribunal Supremo¡±, tron¨® el juez. Francesc H. recul¨® enseguida sumergi¨¦ndose en prosa judicial, y ya no sali¨®, citando el petitum, mutatis mutandi, y las medidas cautelar¨ªsimas. Hablaba su mismo lenguaje. Lo ¨²nico que qued¨® all¨ª de pasi¨®n y de Love fue el rojo carmes¨ª de las paredes.
Porque Francesc H. se present¨® como un ciudadano ejemplar y temeroso de la ley, que el d¨ªa de autos se hubiera ido a la cama preocupado si solo se le hubiera pasado por la imaginaci¨®n que hab¨ªa roto un plato. Un se?or obediente de su casa v¨ªctima de un penoso malentendido. Qu¨¦ minuto de oro desaprovechado, la suerte le hab¨ªa puesto a huevo una ocasi¨®n irrepetible para desobedecer, aunque no sea lo suyo ni vocacional, pero ni por esas: fue todo sin querer. Esto lo hubiera bordado la CUP, y m¨¢s en este marco incomparable, con resistencia a la autoridad, desacato y hasta hubieran rayado los muebles. Francesc H. no parec¨ªa un independentista, la verdad, como si no se creyera el personaje. Uno de verdad se habr¨¢ desesperado por la oportunidad perdida de que se cometiera una nueva injusticia. Habr¨ªa dicho: ¡°S¨ª, qu¨¦ pasa, sab¨ªa perfectamente que violaba la ley y lo he hecho porque me parece injusta y ahora m¨¦tame en la c¨¢rcel que la historia me dar¨¢ la raz¨®n¡±. Pero Francesc H. no busc¨® el 9-N la carga de los mamelucos, sino el resquicio legal a ver si colaba y pod¨ªa hacerse el orejas sin derramamiento de sangre.
Toda su declaraci¨®n ha sido un rosario de excusas de escolar listillo, es que le ten¨ªan que haber explicado mejor que aquello no se pod¨ªa hacer: ¡°Intentamos no cometer ninguna irregularidad y por supuesto ning¨²n delito¡±. La providencia del Constitucional contra la consulta ¡°prohib¨ªa todo y no prohib¨ªa nada, y el todo y nada ya sabe usted que son sin¨®nimos¡±. Es m¨¢s, ¡°no hab¨ªa forma humana¡± de entender aquel papel, ¡°no pod¨ªamos hacer otra cosa¡±, fue casi obligado, y es que adem¨¢s nadie hizo nada, ninguna instituci¨®n, no solo ellos. Pod¨ªan haber mandado el Ej¨¦rcito y en cambio les dejaron solos ante el caos. ¡°Si hubiera habido una aclaraci¨®n no estar¨ªamos aqu¨ª¡±, lament¨®. ¡°Todo nos obligaba¡±, casi se entristeci¨®. Y es que adem¨¢s puede tener raz¨®n, seg¨²n algunos juristas, porque para que se produzca el delito de desobediencia tiene que haber llamamientos reiterados al orden. Lo mismo gana el juicio y triunfan la ley y el Estado de derecho. Francesc H. hizo gala de una mentalidad prudente, en las ant¨ªpodas de la inmolaci¨®n y el martirio, es decir, democristiana. Casi parec¨ªa que a ver si pierden las pr¨®ximas elecciones y pueden desentenderse del marr¨®n de la independencia. Al terminar, como es abogado, el juez orden¨® que un agente le buscara una toga, y as¨ª por la tarde ya se podr¨ªa sentar junto a ellos.
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